En la fila 30 asientos ABC de un Boeing 737-800 que vuela Miami-Orlando por 35 minutos un niño chilla atroz. Los padres lo aplauden diciéndole: “bravo”

Al cabo de unos veintitantos chillidos la pasajera del asiento 29B se vira y dirige a la madre del niño un mirada de reproche.

-¿le molesta?

– Claro que si señora.

-Es un niño.

-Los niños se educan señora.

-Usted es una maleducada. Si le disgusta, múdese a primera clase.

-Maleducada es usted. El niño no tiene ninguna culpa. Es responsabilidad de los padres, enseñar y educar a sus hijos. ¿Si cada madre en este avión no solo permite sino que alienta los chillidos de un niño, donde cree usted que vamos a parar?

Intervengo y el intercambio se termina.

Poco después, el niño deja de chillar y los padres de alentarlo. Pero entonces la madre enciende una de esas tabletas y pone música infantil para que la oigamos todos.

Estoy tentado de apretar el botón que llama a la azafata como he hecho en otras ocasiones pero, esta vez,  no lo hago. El avión ya desciende y trato de evitar mas enojo. Tras el aterrizaje, otros pasajeros miran con reproche a la señora pero ninguno dijo nada. Esto lo veo suceder todos los días en lugares públicos, pasillos, tiendas, oficinas, parques, plazas y ¿que hago? Me alejo. Pero en un avión repleto eso no es posible.

Y cuando no es un niño en compañía de padres irresponsables e irrespetuosos es un adulto que no obedece las órdenes, se para cuando quiere, hace todo lo que no debe, violenta el orden de cualquier manera y lo peor de todo es que está convencido de que puede hacerlo, de que tiene derecho.  Se alimenta de la ignorancia de los otros que ni siquiera se percatan de la violación porque viven entre violaciones múltiples diariamente; se nutren de la flaqueante voluntad de la gente por conservar normas de convivencia y no hay mejor evidencia de como el orden construido por otras generaciones se desmorona delante nuestro.

Padres que no corrigen a sus hijos, unos porque no saben como, otros porque no tienen tiempo, muchos porque carecen de la voluntad de hacerlo y de hecho, muchos de estos padres son a su vez hijos de hogares deshechos o inexistentes; otros padres en el afán de lucir políticamente correctos y modernos se dejan intimidar y gobernar por sus hijos con lo cual aquellos se convierten en monstruos egoístas, animales de una nueva galaxia, tiranos a tiempo completo, bestias de nuevo cuño a los cuales -otra vez los padres- en lugar de educar y corregir amansan con tabletas, celulares y regalos.

Estos niños ya no juegan porque se teme del vecino, no dibujan porque es anticuado, no garabatean por ni papel usan y no conocen la aventura, el mundo, lo real y hasta los animales mas que a través de una pantalla.


Además de privarlos de cualquier imaginación posible, esta visualización perenne de una pantalla los hace mas intolerantes porque basta un click al teclado para desaparecer a quien no les agrada o terminar un diálogo inoportuno.


Por si todo lo anterior no bastara, están criando una generación de muchachos a los cuales hay que mantener entretenidos todo el tiempo. Los padres que crean que van a sacar algo de semejante crianza, están tan equivocados como los que crean que con esa humanidad se puede construir una nación o siquiera un cuerpo social. El mundo que se avecina está ya al doblar la esquina, es el mundo de esos monstruos construidos por la época y por los propios padres y ya mas de un amigo –Cocó entre ellos- me ha escrito que no, que ese mundo no está al doblar de ninguna esquina, sino aquí y desde hace rato.