David Caruso, psicólogo norteamericano de origen italiano, define la inteligencia como la intersección de la razón y la emoción, no como el triunfo de una sobre la otra. Algunos primos lejanos suyos le dan totalmente la razón. A partir del 2014, en República Dominicana no hubo representación diplomática italiana. Que se sepa, no debido a ninguna razón política, sino pura y simple medida administrativa para hacer menos oneroso el servicio en el exterior.
Los descendientes de italianos en el país escribieron cartas, propusieron manifestaciones, organizaron encuentros, hablaron con autoridades de ambos países y tocaron puertas hasta que finalmente, en el año 2017, la decisión fue revertida y en diciembre de ese mismo año llegó a Santo Domingo un hombre con el firme propósito de restablecer todo el esplendor a esta vieja relación. Andrea Canepari le ha dedicado tantos esfuerzos a su misión que las actividades celebrando la hermandad entre ambos países se han multiplicado de manera exponencial.
Bajo su impulso hemos visto reconocidas a figuras religiosas y militares de origen italiano que sirvieron a causas dominicanas, hemos presenciado exhibiciones artísticas y hemos escuchado charlas sobre pensadores italianos. Desde hace más de un año, también se trabaja por la revitalización de las relaciones comerciales entre ambos países y para ello se contó con un equipo de personas de negocio que tienen lazos emocionales con Italia, gente que parece sacada de un verso de Dante: “Con estas gentes, y otras con aquéllas, vi yo a Florencia con tan gran sosiego, que no había motivos para el llanto”.
De nuestros días, es engañoso determinar el peso que tiene un país europeo en específico con respecto a la economía dominicana porque las estadísticas se ven afectadas por puertos de entrada y salida de las mercancías (que no necesariamente es del país de fabricación de los bienes) y las anotaciones se llevan como pertenecientes a la comunidad europea y no a uno de sus estados miembros. Las relaciones comerciales no parecían ser muy fuertes, pero encontrábamos utilización de maquinaria de origen italiano que había sido adquirida a través de distribuidores de los Estados Unidos o veíamos comestibles que habían salido desde Hamburgo.
Impresionantemente, al concentrarnos en la relación comercial entre ambos países nos encontramos con historias de éxito que no nos esperábamos como, por ejemplo, que la venta de vinos italianos ha aumentado significativamente en pocos años, a pesar de que otros países presentaban ofertas que económica y geográficamente resultaban atractivas.