En la época navideña se produce la exaltación de los buenos sentimientos en los medios de comunicación. Muchas personas una vez al año deciden hacer una buena acción para mantener tranquila una conciencia que se aplaca con un simple gesto de consumo. En mi barrio, por ejemplo, circula una carta solicitando que cada familia haga un aporte de mil pesos para contribuir a la cena de X familias de la parroquia cercana.

¿Cómo debemos llamar a estas iniciativas en beneficio de otras personas? ¿Caridad o solidaridad? Por caridad debemos entender la limosna que se da o el auxilio que se presta a los necesitados, es una acción que va de arriba hacia abajo. Ha sido ejercida por las religiones y aparece definida en algunas de ellas como virtud teologal.

Con esta práctica, el beneficiario satisface la necesidad del emisor que al dar se siente en concordancia con dios o la conformación de su ego. No se trata de un derecho del pobre, sino de una gracia que le otorga el emisor. Así se mantiene la diferencia social entre emisor y receptor.

A pesar de ser usados muchas veces sin distinción, estos dos términos encierran diferencias importantes. A la hora de actuar, hay un abismo entre estos dos conceptos. La caridad se ejerce a corto plazo, deja a la persona necesitada en el mismo lugar anterior a la ayuda y crea cierta satisfacción al que entrega.

La solidaridad, por el contrario, es la adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles. Es una acción horizontal y parte del concepto de justicia social, es decir, de tratar de crear las condiciones para que se desarrollen sociedades con igualdad de oportunidades. La solidaridad no tiene carácter benéfico ni asistencialista ni paternalista, sino que se sustenta en el apoyo mutuo y el altruismo.

Cada vez son más las organizaciones que critican la ayuda social basada en la caridad, ya que esta crea o sostiene una relación desigual y no implica necesariamente el cuestionamiento de un sistema que se muestra incapaz de asegurar a la población sus derechos básicos.

Los derechos sociales se reclaman, pero la caridad se concede; esta mantiene las diferencias sociales, la miseria y la desgracia de los receptores, contribuyendo a perpetuar el puesto privilegiado de las clases dominantes, que encuentran en prácticas como estas un instrumento útil para extender en el tiempo las injusticias sociales.

Soy solidario porque considero que quien recibe los frutos de mi solidaridad tiene derecho a ellos, porque asumo que los problemas de los demás son también nuestros problemas.  Este fue uno de los significados que la Revolución Francesa nos dejó con su lema de LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD. Por tanto, la ayuda solidaria no necesita autoconvencerse de que el emisor de la acción es bueno, sino que desea contribuir a solucionar las injusticias sociales y dar el hilo para pescar no el pescado.