La República Dominicana es un país que pasa la mayor parte del tiempo en campaña electoral. Grandes y pequeños, jóvenes y adultos, tenemos experiencia de campaña electoral de día, de noche, por la mañana y por la tarde. No hay pausa, todo el tiempo está  movilizado por la actividad de los partidos a pesar de su desgaste. Se plantea que a los dominicanos nos gusta mucho la política partidaria y que este factor influye para que las organizaciones políticas, los comerciantes y empresarios de las campañas electorales mantengan este tema como el pan nuestro de cada día en el país. Lo problemático de esta campaña electoral es que, antes que ser una oportunidad para la experiencia educativa de la ciudadanía, pasa a ser un período que deseduca. En una nación en la que la calidad de la democracia está constantemente amenazada, las campañas electorales ponen énfasis en personalidades, una práctica obsoleta.

El festival de arengas insustanciales y el incremento exponencial de la publicidad ocultan la carencia de programas orientados a resolver los problemas básicos que afectan a esta sociedad. Asimismo, encubren la  presentación de alternativas a necesidades fundamentales  que todavía permanecen irresueltas. El estilo de las campañas electorales de nuestro contexto se organiza para comprometer emocionalmente a los seguidores; no se planifican para que los afiliados y la población en general asuman una postura reflexiva y corresponsable. Estas campañas no están orientadas  al cambio de su naturaleza involutiva. Visto esto, se impone la urgencia de transformaciones significativas en el modo de concebir y desarrollar los procesos previos a las elecciones. Este compromiso, además de comprometer al Estado, a la Junta Central Electoral y a los Partidos Políticos, ha de involucrar a las instituciones de educación superior y del ámbito preuniversitario; y a las organizaciones de la Sociedad Civil.

La acción educativa ha de empezar por los líderes políticos que se presentan como candidatos a los puestos más representativos y también por los que aspiran a los más sencillos. Los líderes actuales solo piensan en escalar el puesto y se olvidan de que éticamente se comprometen con el desarrollo de un país. Las estrategias educativas tienen que ayudar a construir nuevas prácticas en las campañas electorales, como priorizar la elaboración y presentación de programas coherentes con las necesidades del país en centros educativos y en plataformas sociales; y promover el estudio y análisis de los programas que presentan candidatos y partidos. Esto puede contribuir a la disminución o a la eliminación de los excesos de atención a los candidatos como mesías imprescindibles y encantadores.  El proceso de educación ha de establecer criterios  que demanden  una formación  académica más allá del bachillerato para superar un ejercicio de la política fuera de la historia. Se ha de descartar una actividad política que, más que educar, embrutece a las personas y a la sociedad.  El Estado dominicano tiene una gran responsabilidad en esta tarea; le compete propiciar una democracia y una cultura política saludables, en consonancia con los avances del conocimiento y de las tecnologías de la información y de la comunicación. Los gastos millonarios que realizan cada día los gobiernos han de estar orientados a una educación integral del pueblo dominicano; y las campañas electorales son escenarios idóneos para ello.

La instrumentalización de las personas -especialmente las de un nivel educativo más débil- con la donación de mochilas, cuadernos, fundas de alimentos; y los discursos copiados de la luna, han de desaparecer de las campañas electorales. El uso desmedido de los recursos del Estado y la participación de funcionarios públicos constituyen una práctica habitual que ha de ser rechazada y eliminada. Estos hechos se convierten en un robo público y en una transgresión a normativas y procedimientos  que han de ser penalizados por la ley. Estas acciones han de ser reguladas y sancionadas por la Junta Central Electoral, que ha de ser más recta y coherente en sus actuaciones para que aporte más y mejor a la educación de la ciudadanía. Una postura lenta y poco definida crea confusión y aporta poco a la concientización y formación de los ciudadanos. Estos dos aspectos han de ser priorizados y reorientados por todas las instancias interesadas en una democracia real y robusta.

Las campañas electorales precisan de procesos y acciones vertebradas por principios y valores educativos; estos han de ayudar a dar un salto cualitativo en sus finalidades y contenidos; en sus metodologías y resultados. Otro aspecto que ha de integrar cualquier programa educativo articulado a las campañas electorales es el uso de la razón, más que de los sentimientos y las emociones de los ciudadanos. Esta práctica provoca deshumanización y reduce el desarrollo de los dominicanos.  La posición ha de ser desplegar acciones y procesos para agilizar la modernización y humanización de las campañas electorales del país. El horizonte de estas campañas electorales ha de ser el desarrollo pleno de la democracia y de la sociedad dominicana.