El pasado 31 de diciembre murió Edelberto Torres Rivas, entrañable amigo y una de las mentes más lúcidas de las ciencias sociales latinoamericanas. Guatemalteco de nacimiento, centroamericano por su trayectoria vital y ciudadano del mundo por su vocación humanista.
Conocí a Edelberto cuando apenas iniciaba mis estudios doctorales en El Colegio de México. Lo recuerdo como ahora: fue el mismo día en que llegué de vacaciones a Santo Domingo, creo que en 1977. Luís Gómez me invitó a conocer a un interesante sociólogo centroamericano. Se le hacía un agasajo en casa de Guarocuya Batista del Villar y, según Luis Gómez, tenía que ir sin objeciones porque Edelberto salía para Costa Rica esa madrugada.
Así que me apersoné en casa de Guarocuya como a las diez de la noche, recién salido del aeropuerto. Enseguida tuvimos química. Discutimos sobre muchos asuntos, como la guerra centroamericana, las formas de salir del autoritarismo balaguerista, la crisis del marxismo, la búsqueda de una ciencia social abierta, rigurosa y comprometida, además de las bromas y anécdotas. A eso de las tres de la mañana Edelberto partió hacia el aeropuerto. Así fue su vida.
En gran medida República Dominicana le debe a Edelberto que hoy día el país tenga un programa de la FLACSO, con una larga y sólida trayectoria. Se me ocurrió la idea de abrir una oficina de FLACSO en Santo Domingo, estando yo como profesor visitante en la sede FLACSO-México e investigador invitado del Centro de Estudios Multidisciplinario de la UNAM. Eso fue en1983, me parece.
En ese momento Edelberto era el Secretario General de FLACSO y el director de la sede mexicana era Rafael Guido Béjar, otro gran sociólogo y querido amigo, con quien hice mis estudios de doctorado. Le comuniqué a Guido la idea, me dijo: pero llamemos a Edelberto, de seguro te apoyará. Cuando hablé con Edelberto le entusiasmó la idea y de inmediato me dio las directrices para hacer la solicitud. Había que crear un comité de personalidades académicas, preparar una serie de documentos justificadores de la iniciativa, etc. Hablé con Rubén Silié, se entusiasmó y a partir de ahí ambos emprendidos ese quijotesco proyecto.
Edelberto nos dio su apoyo en todo momento hasta que finalmente en 1985 se creó el Proyecto FLACSO República Dominicana. Yo asumí la dirección de FLACSO Dominicana durante los siguientes diez años. Luego vino Rubén Silié, quien estuvo al frente por casi otra década. A partir de ese momento estuve permanentemente en contacto con Edelberto, pues pasé a ser miembro del Comité Directivo de FLACSO, órgano que Edelberto presidia. Al menos dos veces al año nos encontrábamos. En esas oportunidades no solo discutíamos los líos de FLACSO, también visitábamos librerías, íbamos a conferencias, almuerzos y cenas interminablemente encantadoras, en ciudades como Mexico, Buenos Aires, Santiago de Chile. Allí trabamos una gran amistad y sobre todo una fuerte identidad con nuestro compromiso con las ciencias sociales latinoamericanas. Edelberto mantenía siempre un gran entusiasmo en todo lo que se metía, era firme y terco en sus posiciones, pero a la vez era un cerebro abierto y crítico.
Realizó una obra intelectual fecunda, desde su famosa Interpretación social del Desarrollo Centroamericano, hasta sus escritos tardíos sobre la democracia y la modernidad en América Latina trató siempre de ser innovador y crítico. Fue un hacedor y constructor permanente. Expandió la FLACSO a toda Latinoamérica. Trabajó en Guatemala al frente de los informes de desarrollo humano del PNUD, lucho desde su juventud por la causa de la democracia, primero como dirigente estudiantil, al final como gran pensador y hacedor de cultura política.
En 1996, a instancias de amigos como Enrique Correa, René Poitevín, José Luis Barros, Daniel Filmus y el querido José Miguel Insulza, en ese momento Canciller de Chile, fui electo secretario general de FLACSO. Cuando Edelberto se enteró de ese propósito del grupo de amigos y mío, me llamó entusiasmado y mi apoyó.
Fue así que en pasé a vivir en San José por los siguientes ocho años, junta a mi esposa Julia. Edelberto ya había salido de la Secretaria General hacía un tiempo y permaneció unos años más en San José. Allí tuve la fortuna de convivir con él en otra fase de su vida: la del intelectual maduro, autocrítico con su propia obra. En esos años Edelberto produjo varios de sus libros y reflexiones importantes sobre la democracia latinoamericana y sobre todo Centroamericana. Su hoy famoso libro Guatemala. Revolución sin cambio, nació como idea en esos años.
A Edelberto le preocupaba mucho Guatemala y allí terminó sus días. En ese hermoso país la violencia parecía haberse poseído no solo del Estado sino de la sociedad toda. A Edelberto le preocupaba también el destino de las luchas democráticas en Centroamérica y el Caribe. Sociedades y estados débiles: ¿podían a la larga asumir el experimento democrático? En Edelberto se fue arraigando la convicción de que más que un objetivo, la democracia constituía la condición del cambio y la lucha por una sociedad de iguales, más libre y con mayor bienestar. Por eso no tuvo empacho en defender firmemente que ser revolucionario hoy era ser un reformista, un demócrata de convicción.
Edelberto era un lector voraz. Al final de su vida terminó leyendo más literatura que sociología, lo que le ayudo mucho –según sus propias palabras- a un mejor entendimiento del mundo. La última vez que le vi en Guatemala hace unos años, me dijo que aprendía más de la sociedad rusa leyendo a Dostoievski y a Tolstoi, que leyendo a Lenin, tengo la impresión de que estaba en lo cierto. Su otra gran pasión en esa etapa de madurez y ya en el otoño de su vida, fue la música. Escuchaba permanentemente música clásica. Amaba Beethoven y como en la larga disputa entre mozartianos y beethovenianos yo también me inclinada por Beethoven, mantuvimos intercambios formidables sobre la música, la vida plena y el arte, la misma literatura, pero sobre todo la música, la música. De todos modos, creo que ambos fuimos un poco sectario en eso, pero Edelberto más que yo terminó también apasionándose por Mozart, algo que yo no he logrado. De lo que nunca logré convencerle fue de la pasión por el jazz.
Los últimos años de su vida lo perdí de vista, salvo ese encuentro-homenaje que se le hizo en Guatemala al cual yo fui invitado, no volví a verlo más. Nos enviábamos mensajes y referencias de libros y nada más.
Edelberto murió como vivió. Lleno de vida, arrojo, entrega a la causa de los pueblos centroamericanos. Fue un extraño espécimen que, entregado a la vida intelectual, siempre se interesó por las cosas simples del mundo, los amigos, el buen vino, los viajes, la buena conversación, en fin, la vida y sus detalles que hacen de nuestro paso por este planeta una experiencia agradable. Mantuvo una gran sensibilidad y compromiso en las batallas por la democracia y la vida digna. Fue comunista y dejó de serlo, precisamente por su convicción democrática genuina. Fue un hombre sabio y un hombre de bien. Un verdadero privilegio haberle conocido y ser su amigo.