¿Quiénes volarán al país? ¿Dónde iremos a buscar los dólares que no tenemos? ¿Quién comprará todas esas propiedades de playa, quienes no podrán venderlas, quienes no podrán pagarlas?. ¿Donde irán los trabajadores desempleados, los negocios cerrados, los autobuses vacíos, las esperanzas perdidas, las deudas contraídas contando con el futuro?
Aunque habían razones para portarse mal, los pobres del país no lo hicieron durante un buen número de años porque también a ellos les dijeron que, si nuestra economía dependía del turismo debíamos portarnos bien. De lo contrario, los turistas se irían y las inversiones extranjeras al sector cesarían. El miedo a perder el negocio turístico, la promesa de la prosperidad económica actuaron como modelo e incentivo y también como barrera de contención a la protesta social. Sin ese modelo como estímulo ni como factor de inhibición, ¿qué pasará ahora?
El país, sin embargo, tiene motivos para ver en la quiebra del sector turístico un problema mayor y de consecuencias impredecibles. La ausencia de turistas, el cierre de hoteles, la quiebra de restaurantes y de los lugares de diversión y el mundo del espectáculo con los autobuses vacíos arrastran a otros sectores al desempleo, a los bancos a una crisis para la cual no están preparados y todo el país se sumerge en lo desconocido y terrible.
Desaparecido el turismo, un amplio sector del empresariado entra en crisis o se va a pique, las clases medias pierden un modelo, los pobres el empleo y el sistema político un referente esencial; nos quedamos sin un poderoso inhibidor de conductas.
Podemos entregarnos al desorden, a lo que sea, porque ya no hay nada que perder. No hemos llegado ahí todavía pero tampoco falta mucho. Sin turismo ni inversión extranjera ¿para qué y por qué van lo pobres a portarse bien? Hace falta un nuevo modelo, una nueva promesa, pero ni el sistema político ni el empresariado tienen nada que ofrecer por ahora.