De izquierda a derecha Vindhya, Robert Junio, retrato de Violeta joven, Violeta y Fellito.

Estamos hablando de doña Violeta Martínez Valor de Ortega, la consorte eterna de un varón de varones cibaeños: el doctor Rafael Ortega González, don Fellito, como lo llamaba el pueblo, que le antecedió en el tránsito desde 2016 esperándola en un lugar llamado Fuente de Luz a la entrada de su San Francisco de Macorís, donde él es, por ser el primero, nada más y nada menos, que el Varón del Cementerio, para al fin descansar juntos, donde fuera inhumada acompañando el cortejo sus siete hijos: Emery, Rafael, Frank, Gemel o Yemel Mayo, Robert Junio, Vindhya y Ayán José y a pesar de la pandemia, sus amigos solidarios de su ciudad querida.

Entre tanto, han dejado una hermosa familia que les ha dado una profusión de nietos, que les hicieron más llevadera la vida y les permitieron descansar en paz sabiendo que por ser todos consagrados profesionales, y estudiosos los descendientes, como troncos de tal estirpe su labor estaba cumplida, amén de las tantas cosas a favor de su amada ciudad que juntos realizaron dejando aportes que nadie podrá superar.

Si grande y extensa fue la labor de ambos en todos los sentidos. De él ya hablamos en ocasión de su muerte hace 4 años, ahora nos toca ella.

Eso de Castellana, a una valenciana de sangre, fue una ocurrencia de Freddy Prestol Castillo después de haber ido con una comitiva que encabezó junto a Franklin Mieses Burgos, Rubén Suro, Freddy Gatón Arce, Alberto Peña Lebrón, Cayo Claudio Espinal y otros más, que una noche al comentar aquel encuentro me preguntó en esta ciudad en una mesa de bohemia condeal: “¿Qué es de aquella Altiva Castellana de La Joya de San Francisco de Macorís?”

Violeta era la mayor del matrimonio de los españoles Juan Martínez, republicano liberal, padeciendo la dictadura  de Trujillo porque no soportaba la de Franco; un hombre cordial, a quien tratamos y de quien  guardamos gratos recuerdos, y de doña Amalia Valor, señorial, de donde venía la altivez que avizoró Prestol Castillo y que casi nunca sobresalía sobre su afable naturalidad.

Las personas pudientes y hasta las humildes, con mucho sacrificio, enviaban a sus hijas a los mejores colegios. Violeta y su hermana Alma no fueron una excepción, y ella tuvo la suerte de ir al entonces más cercano, gracias al ferrocarril, al Inmaculada Concepción de La Vega donde pudo codearse con parte de lo más granado de la sociedad dominicana de la época, sobresaliendo entre sus compañeras Minerva Mirabal y Emma, que sería esposa de Rubén Suro.

Esas relaciones colegiales se mantuvieron, de ahí que ella fuera de las amigas más íntimas de Minerva, por tener los mismos ideales, amén de las afinidades especiales imprescindibles en una relación profunda, que se dilató en años.

Aunque sus padres eran valencianos, nosotros la llamábamos La Gallega y habíamos hecho del Rancho Amalia en La Joya ese campo con nombre de piedra preciosa o de las haldas de ríos,  en aquel bello jardín con dos lápidas: Una en mármol donde se lee: “El poeta Franklin Mieses Burgos leyó sus versos aquí” y otra de Freddy Gatón Arce con su Poema de Dios tallado en una de piedra en medio de un rosal.

A ese jardín paradisíaco, no solo acudimos Freddy, Cayito y yo a escribir, a corregir textos y luego a disfrutar de la compañía de Fellito y Violeta, ya que durante años siguieron viviendo en la ciudad y aquel rincón del paraíso era visitado por parte del parnaso nacional. Allí pernoctaron desde Manuel Rueda; Aida Cartagena Portalatín, con la otra Violeta Martínez, su prima de los museos; Antonio Zaglul, su esposa Josefina y sus hijos; Federico Henríquez y Gratereaux, su esposa Josefita y los suyos, y ocasionalmente de casi todo el parnaso nacional con actos culturales como un homenaje a Franklin Mieses Burgos a los seis meses de su muerte, donde Federico pronunció su panegírico y estuvieron presentes varios miembros de la Poesía Sorprendida, entre ellos Antonio Fernández Spencer, Freddy Gatón Arce, J.M. Glas Mejía, y figuras como Ramón Francisco, Enrique Eusebio, Elpidio Guillén Peña, etc.

En sus últimos años, aquejada de dolores, pero activa, había ido haciendo un pequeño museo, y al entrar en la casona que Freddy Prestol llamó Castillo (de ahí lo de Castellana), nos encontrábamos con un retrato de su amiga Melba Marrero de Munné y otro de ella en plena y hermosa juventud, del cual ofrecemos una muestra. Todos los 18 de diciembre, día de su nacencia, acudíamos sus amigos a celebrarlo, y aquello era, además de una fiesta familiar con amigos de la ciudad,  una pequeña peña literaria que hacíamos los literatos amigos como Pedro Pompeyo Rosario y Rafael Castillo, amén de muchos de los citados; pero además, ninguno de nosotros resistía cualquier día y a cualquier hora, sin previo aviso, la tentación de ir a disfrutar de la tranquilidad y la belleza del jardín de Violeta.

Si algo la diferenciaba con su esposo, era lo que éste nos señaló un día: “Todo lo que está en fila y en orden, lo sembré yo. El resto lo hizo Violeta”. De modo que él era  organizado y metódico, y ella la artista que en el colegio, como era norma, aprendió de dibujos, perspectivas y pinturas, amén de un amor por las letras; de lo cual hay muestras: Inició con éxito de lectores una serie de artículos sobre su ciudad en el periódico El Jaya. Los suspendió celosa de su originalidad, como artista al fin, dejando cancha a otra colaboradora que trató los mismos temas.

Sus hijos deben recoger estos artículos y junto a los que ya empezaron a aparecer en dicho periódico y los que vendrán y los testimonios de ellos, y de los amigos que quedamos, podríamos hacer el homenaje que bien merece  una vida como la suya, tan dada a los demás y a los suyos, con una profusa ilustración fotográfica, donde, claro, se incluiría lo de Fello, como ella le decía, junto a lo de Viola, como la nombraba él.

Se ha destacado en los medios su lucha contra la dictadura, su prisión, su salvamento de perseguidos refugiados en la clínica Lourdes que fue durante muchos años también su residencia familiar, por su catorcismo en la boca del lobo, a solo cuadra y media de la Fortaleza, en tiempos duros, donde la vida de una opositora no valía cosa alguna si pensamos en el horrible crimen de las Hermanas Mirabal. Como si fuera poco, frente a su casa, vivía don Ángel Liz, un enemigo declarado y público del régimen de Trujillo.

Sus ocho años en la Gobernación, sin hablar de sus ocurrencias con el Dr. Joaquín Balaguer, y de que nadie puede acusarla de utilizar ese cargo para hacer otra cosa que no fuese el bien, olvidándose tantas otras, como su función fundadora del Banco de Sangre, señalando solo lo de la Cruz Roja.

Violeta, feliz, rodeada de un grupo de nietos y nietas

 

Había nacido en Noná, no lejos de La Joya el lugar donde ella y Fello vivieron sus últimos años, aunque ambos vinieran a morir a esta ciudad, y que fue el mismo lugar donde finalmente descansaron sus padres que sembraron el fruto del chocolate y el primer jardín del actual Rancho Amalia.

Ahora pensamos que si bien hayan sido acogidos sus cuerpos mortales en el Cementerio privado Fuente de Luz, sus almas rondarán siempre en torno al Rancho Amalia, y que, finalmente, podría terminar constituyéndose en el primer museo rural del país junto a los rosales y las arboledas que ellos plantaron con sus manos sembradoras, vayan a reposar sus cenizas, como hizo ella con las de sus padres, y entonces, la verdadera Fuente de Luz estará en La Joya, y podrá recibir las visitas de otros poetas y de otros soñadores amantes de la belleza a la que ella en vida rindió culto siempre.

Imposible decir adiós a una mujer como Violeta, que fue para nosotros más que una hermana mayor, y según ella, como la abuela de mis hijas, que Boli, le llamaban con todo el cariño familiar del mundo.