Son cada días más, los que dentro del PLD y su entorno expresan su convencimiento de que para retener el poder, ese partido no tiene otra opción que no sea la reelección de Danilo Medina. La decisión del Comité Político, de discutir el tema de la reelección en este mes, el progresivo deterioro de la imagen de Leonel y el activismo del grueso de la facción danilista, refuerzan la percepción de que se impondrá la aventura reeleccionista y que Leonel no pasará. Ello obliga a la oposición en insistir en sus demandas y denuncias…. pero haciendo política.
Si el danilismo termina imponiendo su estrategia, lo haría imponiéndole su lógica a todos los miembros de la corporación/PLD: el candidato no puede ser Leonel y la única opción es Danilo o el que eventualmente este unja. Eso supone una derrota de Leonel, no importa que se disfrace de pacto y una victoria del danilismo. La lucha entre ellos es real y toda lucha interna termina con desgarramientos. Esa salida es riesgosa, pero al danilismo no le queda otra. Ninguna fuerza etérea, ninguna invocación al espíritu de cuerpo es más fuerte que la que se ha consolidado y crecido desde el poder: la de Danilo y tiene claro que con Leonel no tiene futuro.
Sin embargo, los hilos que finalmente tejan la salida de esa lucha no es lo que más debe importar a la oposición, sino cómo enfrentar el candidato que presentará una poderosa estructura económica/política que ha envilecido gran parte de la sociedad dominicana. Ese candidato puede no ser a quien siempre ha percibido como su adversario: Leonel, elegido como blanco de ataque ahora y durante las pasadas elecciones presidenciales, a pesar de que el candidato era Danilo, a quien entonces y ahora, quizás por puro maniqueísmo es considerado como "mejor" . Y es que denunciar es más fácil que hacer política de verdad.
En tal sentido, si el candidato finalmente fuera Danilo, sin renunciar a las demandas y denuncias, la política ha de ponerse en primer plano. Reflexionar más profundamente sobre porqué la alta valoración de este y de su gobierno en la población y ser consecuente con la convicción de todos de que todo esfuerzo para derrotar a ese o cualquier candidato sería inútil sin la unidad de las principales fuerzas opositoras, alrededor no sólo de condena a la inexistencia de una Justicia independiente y de un poder corrupto, sino, insisto, de ideas claras sobre el poder, el Congreso, ayuntamiento y distritos municipales que se quieren y de la preeminencia de lo público sobre lo privado en materia de la gestión del Estado.
Una actitud política significa saber que los pactos son tan viejos como la política, que esta nació en las calles y a ellas hay que descender para derrotar el poder establecido; que la política se hace con imaginación, con propuestas que unan, sin descalificaciones alegres, con propuestas realizables desde el poder. Tiene mucha importancia el candidato que finalmente imponga la correlación de fuerzas dentro del PLD, pero lo más importante para la oposición, si quiere tener posibilidad de ser poder, es superar sus diferencias.
Una actitud política significa reclamar los derechos de todas las minorías, rechazando y enfrentando resuelta y abiertamente las posiciones de las bestias de la intolerancia religiosa, de la xenofobia y el racismo en lo relativo a la libertad de opción sexual y derecho a la nacionalidad de quienes en ese sentido por ley les pertenece ya la libertad de creencias.
En circunstancias como la presente, más que con la intensidad y magnitud de las denuncias, el liderazgo se forja con la capacidad de tomar iniciativas tendentes a unir voluntades para crear otro escenario político. Es la actitud política que muchos no logramos identificar en los principales dirigentes de la oposición.
Más que del testimonio, vivimos la época de la política, de las alianzas largas y plurales basadas en ideas, conjugando la ética de los principios con la ética de la responsabilidad con estricto apego a los principios irrenunciables de la democracia.