En “GOBERNABILIDAD EN PELIGRO” observé que los EEUU no están a gusto con Danilo Medina y actúan contra su reelección. Tampoco están interesados en que Leonel Fernández vuelva a ser una opción. No tienen mayores esperanzas en Luis Abinader, no entienden a Hipólito ni comulgan con el y tampoco esperan grandes cosas de Guillermo Moreno ni de los otros dirigentes de partidos pequeños lastrados por la falta de crecimiento e incapaces de capitalizar todo el descontento que concita el gobierno. Los dominicanos piensan de la misma manera; una de las pocas veces en que coincidimos.
Mientras todas estas desilusiones y preocupaciones del norte siguen vigentes cualquier observador medianamente informado se percata de que, en efecto, la gobernabilidad está en peligro y nadie sabe cómo restaurarla ni con quien. La República Dominicana se desmorona, las apariencias ya no alcanzan para encubrir el inmenso desorden, la anarquía reinante, el crimen rampante, la corrupción sin control y el país lleno de gente insurrecta pero sin partido, ideología ni orden. De nuevo, esta realidad de una policía que no se respeta ni se da a respetar, de instituciones militares malogradas por la corrupción política reinante preocupa a los EEUU tanto como la sufren los propios dominicanos. Pero, mientras para los americanos esto no es mas que un asunto de geopolítica, para nosotros lo es de calidad de vida, o si se quiere, de supervivencia.
Hace unos 100 años, en 1916, las cañoneras y las tropas de los EEUU desembarcaron y, venciendo la resistencia política y militar que le opusieron los dominicanos, ocuparon el territorio nacional imponiendo su orden, durante ocho años. La inmensa mayoría de los dominicanos ha vivido en la creencia de que la invasión y ocupación americana de 1916 fue ejecutada para, interviniendo las aduanas, pagar préstamos pendientes que entonces, al igual que ahora, malos y corruptos gobiernos habían contraído y no pagado. Pero esa es una creencia falsa como muchas otras de las que adornan la memoria de los dominicanos.
Es verdad que la deuda existía pero no fue esa la razón que desató la ocupación militar americana de 1916. La decisión de invadir y ocupar fue tomada porque el país se había hecho ingobernable, porque los políticos, los dirigentes y sus partidos no eran capaces de ponerse de acuerdo, de pagar ninguna deuda, de respetar sus propias leyes, de anteponer la nación a sus intereses y ambiciones personales. No eran confiables ni siquiera como aliados, como vecinos. Y ¿que es lo que está sucediendo ahora? ¿No es acaso la misma historia, la misma realidad?
El Profesor Tirso Mejía Ricart escribió hace poco de aquella época: “ En la práctica muchos caudillos regionales y locales se pasaban de bando de acuerdo a sus conveniencias, e incluso cuando sus lugartenientes de acercaban al poder se olvidaban de su jefe, descubriendo su talento político, como fueron los casos de Woss y Gil y Morales Languasco dentro del jimenismo y Cáceres y Bordas Valdez con Vásquez”. Tras enumerar otros aventuras y dislates de la época añade: “La guerra civil se convirtió en un mal crónico que desorganizó la economía y la administración pública. La burguesía, sin poder gobernar por sí sola, se agrupó alrededor de esos caudillos, poniendo su nota de moderación, corrupción e intrigas, a la vez que facilitaba la penetración norteamericana”.
En 1916, rugía la Primera Guerra Mundial, ahora suenan los mismos tambores por todas partes; nuestros políticos pasaban del oportunismo a la incompetencia y de esta a la ceguera como lo hacen hoy. Los patriotas iban a la cárcel o sufrían destierro, sanciones, ostracismo lo cual no ocurre hoy porque los compran, se cansan o se largan de este país. Voces responsables y lúcidas se alzaron y entre ellas se destacaron Fabio Fiallo, Américo Lugo y Federico García Godoy quien publicó en 1917 su famoso libro “El Derrumbe” pero el país no les hacía caso y los llamados dirigentes políticos menos. Igual que ahora, no escuchan. Es lo mismo. Han pasado 100 años y es como si no hubiéramos aprendido nada.
Ahora no estamos cerca de un estallido revolucionario sino de una revuelta explosiva de delincuentes, anárquica, criminal, violenta. No nos amenaza un tirano sino los capos del narco que imponen su ley en los barrios y gobiernan con sus fortunas en las alturas. Ya no hay tropas extranjeras, ni tampoco hacen falta porque los controles supranacionales de la banca, el comercio y la tecnología dictan, gobiernan y controlan. Es el mismo “derrumbe” descrito por García Godoy en 1917 cuya circulación fue prohibida igual que hoy los grandes medios y canales bloquean las opiniones, puntos de vista y noticias que les adversan. No hace falta una invasión extranjera porque estamos invadidos por la publicidad consumista, la vida chatarra, la banalidad, el envase; ni siquiera ha hecho falta una represión brutal contra nosotros porque el soborno ha satisfecho holgadamente las necesidades de adhesión que reclama el poder.
Para las elecciones del 2020, si es que llegamos hasta ahí, nadie tiene nada seguro. Ni nosotros ni los americanos saben ni pueden asegurar que pasará. Sabemos lo que no queremos pero no encontramos nada que parezca capaz de ganar unas elecciones y hacer gobierno. Estamos desesperados y desahuciados, hartos de esta canalla pero no tenemos a mano ni tampoco al doblar la esquina las organizaciones ni los dirigentes a quienes confiarle nuestra causa y sabemos que sin dar un ejemplo, sin que haya escarmiento, sin que se haga justicia no puede haber restauración de la república y, como consignaba el Dr. Segundo Imbert: “El [borrón y cuenta nueva] va cocido al reverso de la banda presidencial”. Entonces si todos los de adentro están comprometidos el orden vendrá impuesto por uno de los de afuera y como tampoco está a la vista nadie de fuera, cabe esperar mas de lo mismo.
Esto se derrumba a ojos vistas y habrá que dejarlo que se estrelle para que rebote. Pero, en esa caída nos iremos muchos. Sépanlo. Quizás, como está de moda decir ahora: no hay de otra.
Incapaces de ponernos de acuerdo democráticamente hemos preferido, y siempre lamentado, la sumisión a las soluciones de fuerza impuestas por la dictadura interna o por la intervención extranjera.