Escribo desde Nazaret, el pueblo que vio crecer y desarrollarse al Maestro Jesús, hijo de una familia pobre cuyo trabajo de subsistencia podría estar ligado a la carpintería y a la agricultura en el extenso valle de Israel que está en la región de la baja Galilea. Esta mañana con un grupo familiar hemos visitado las ruinas de piedra de la que, según la tradición, sería la casa de María, José, Jesús y sus familiares. Es aquí donde Jesús declara las tareas prioritarias de su misión profética: “El Espíritu divino está sobre mí, porque me consagró para llevar buenas noticias a los pobres, liberar los cautivos, abrir los ojos a los ciegos y anunciar el año de liberación” (Lc 4,18-19), que era el año de la recuperación familiar de las tierras perdidas, de la condonación de las deudas y la liberación de los esclavos. Por otro lado, es aquí, en la tierra de Galilea, en donde nace y se desarrolla lo que algunos estudiosos, teólogos e investigadores llamamos “El Movimiento de Jesús”.

En la que antiguamente se llamó la tierra de Canaán conviven actualmente, de una manera conflictiva, dos pueblos, cuyos orígenes son parecidos: el pueblo judío y el pueblo palestino, cuyos antepasados tuvieron que conquistar estas tierras y han sufrido a través de una historia de cerca de 4000 años de continuas agresiones de los imperios de turno: egipcio, asirio, babilónico, persa, griego, romano, turco, inglés, norteamericano… Ambos pueblos tienen, como parte importante de su cultura, de sus creencias y de su organización social y política, dos libros que contienen leyes y normas de convivencia social: La Biblia y el Corán. Y a través de la historia ambos textos han sido asumidos por otros grupos humanos, como instrumento útil para la orientación moral, ética y política para la convivencia cotidiana, en diversas culturas a lo largo del planeta.

La pregunta que siempre me hice es si se puede leer la Biblia adecuadamente y aplicar sus normas, leyes y principios de convivencia a otros pueblos con cultura, creencias e historias propias. Mis inicios en la lectura comprometida de la Biblia en las Comunidades de Base de Guachupita y la Ciénaga, en Santo Domingo en los años 70 del siglo pasado y en los años de estudios teológicos y bíblicos, de formación académica en Madrid (1980-1984) y en Jerusalén (1991-1994) y de docencia en diversos centros de formación en el país me enseñaron que la lectura de la Biblia es una tarea compleja, siempre y cuando se quiera hacer con principios éticos, con honestidad intelectual, con una interpretación encarnada en la vida y en las luchas del pueblo empobrecido y consciente y no se caiga en una lectura fundamentalista y manipuladora del texto bíblico, al servicio de intereses particulares y corporativos de las élites económicas, partidarias y religiosas.

En la lectura consciente, popular y comprometida de la Biblia que hacemos en el país, así como en diversos pueblos de América Latina y el Caribe, hay varios aspectos que tenemos en cuenta: la realidad vital desde donde se hace la lectura, la situación vital (social, económica, política, cultural) que refleja el texto, las características de la comunidad que escribe, sus principios, sus valores, su postura ante el poder económico y político, y sobre todo, su grado de compromiso con los derechos de los más débiles y su capacidad para convertirse en un agente de cambio social. Todo esto orientado a un proyecto de Vida Digna, sustentado en una propuesta ética y política orientada a mejorar las condiciones de la vida comunitaria, familiar y social.

J. Pixley, teólogo biblista, en su libro, “Historia de Israel desde los pobres”, dice que para entender, y analizar muchos textos bíblicos, hay que conocer el modelo social, económico y político en el que surgieron, que para él es una copia del sistema tributario egipcio, que hizo posible el surgimiento y desarrollo del famoso imperio egipcio desde año 3000 a.e.c. Según Pixley la sociedad egipcia tenía como líder principal el faraón. Para mantenerse en el poder necesitaba del sostén de tres principales grupos de súbditos y servidores cercanos: funcionarios civiles, funcionarios militares y funcionarios religiosos. Los funcionarios civiles eran encargados de la burocracia y sobre todo del cobro de los impuestos a las comunidades y aldeas dedicadas a la agricultura y a la crianza de ovejas; los militares estaban para reprimir y asegurar que los frutos agrícolas con los que se pagaban los impuestos llegaran a los almacenes del rey y los sacerdotes o líderes religiosos  promovían una ideología y un tipo de conciencia popular, mágica e ingenua, como diría P. Freire, que no cuestionaba los excesos del poder, la violencia contra el pueblo y que fortalecía la convicción de que el faraón era un ser divino; como hijo exclusivo del dios Ra, el dios sol.

La mayor parte de los textos bíblicos del Primer y Segundo Testamentos responden a dos escuelas cuyas ideologías y proyectos sociales y políticos son contrapuestos: 1. La escuela monárquico-sacerdotal que tuvo su origen durante la monarquía de Salomón (Siglo X, a.ec.) y escribe desde la cercanía y la complicidad con el poder económico y político; y, 2. La escuela profética, identificada con la defensa de los derechos de los débiles, empobrecidos y oprimidos por las diferentes élites monárquicas.

La ley 44-00, sobre la lectura de la Biblia en las escuelas, que existe en el país desde hace varios años, sin que haya sido posible su aplicación y sin que existan condiciones en la actualidad para su adecuada inserción en la educación pública y privada; responde, por lo general, a la ideología de la escuela monárquico-sacerdotal, que sirve de soporte ideológico al poder, a los abusos y a la corrupción de las élites económicas, partidarias, judiciales, legislativas y educativas, que intentan utilizar el tema religioso –identificados con una religión farisaica, de apariencias, desligada de toda ética-, para imponer a toda la población su ideología y sus reglas de juego.

Mientras algunos líderes religiosos dominicanos han intentado imponer los mandatos de la ley… no les ha preocupado mucho que desde el Primer Plan Decenal de Educación (1995), hasta la reciente revisión y actualización curricular, se hayan dejado invisibilizados, tanto en la educación primaria, secundaria, así como en la educación de Personas Jóvenes y Adultas, muchos de los contenidos relacionados con la educación moral, ética y ciudadana. De hecho la mayor parte de las y los técnicos y expertos curriculares que trabajaron en el proceso de revisión y actualización curricular responden a las orientaciones y directrices de la escuela de la educación neoliberal, promovida por los organismos internacionales y particularmente por el Banco Mundial y por las principales universidades privadas del país (la Pucamaima, Intec, Unibe, entre otras…) que propusieron e impusieron un “currículo por competencias”, en donde se presentó todo lo relacionado con la educación ética y ciudadana como un simple “eje transversal” y últimamente como una supuesta competencia fundamental, aunque la misma fue catalogada como una “competencia blanda”. El resultado es que el tema de la educación ética, ciudadana y política no es un  asunto prioritario en los procesos de aprendizaje y enseñanza en las aulas y Espacios de Aprendizaje del país.

La escuela, pública o privada, no es el contexto apropiado para hacer una lectura ingenua, manipulada y fundamentalista de los escritos bíblicos. El uso de los mismos tiene que ser hecho por docentes que conozcan el texto bíblico; que tengan nociones de exégesis y hermenéutica bíblicas, que conozcan el contexto social en donde surgieron los escritos, la escuela ideológica que está detrás, que tengan capacidad de discernir si el texto leído está haciendo una propuesta ética a  favor de la vida digna o si por el contrario está promoviendo la violencia, la sumisión, la esclavitud o la discriminación de género, entre otros aspectos negativos. Por esto, la práctica docente me ha confirmado que sí pueden ser utilizados algunos textos bíblicos en espacios de reflexión educativa para que sirvan de motivación e inspiración, generadora de una ideología identificada con los valores éticos, los principios y prácticas sociales comprometidos, orientados a la transformación de la vida comunitaria, familiar y social.

Tenía razón Faride Raful cuando en el Congreso Nacional declaraba que aun cuando personalmente se identificaba con la tradición cristiano-católica, no apoyaba la imposición de la lectura bíblica en las escuelas del país, por motivos de respeto a la libertad de credo consagrada en la Constitución de la República.

El debate sobre la oportunidad de la lectura bíblica en las escuelas del país seguirá abierto; no obstante es importante que quienes crean en el valor del respeto a la diversidad sigan resistiendo y que los religiosos y religiosas, de las diferentes tradiciones cristianas, comencemos a entender, de una vez por todas, que vivimos en una sociedad plural en donde las imposiciones suelen lograr propósitos contrarios a lo que se pretende imponer. Por otro lado, quienes pertenecemos al movimiento de Jesús de Nazaret, tenemos el desafío de seguir denunciando y enfrentando una religión  y unas prácticas farisaicas que desligan las creencias de la lucha por la justicia y la creación de un sociedad fundamentada en los valores fundamentales del respeto a las distintas formas de pensar, a la lucha contra la corrupción y el cese de la impunidad, así como al compromiso permanente con la repartición equitativa de las riquezas y los bienes públicos, en una sociedad estructuralmente inequitativa e injusta.