El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) publicó en la semana pasada el informe Violencia en las escuelas: una lección diaria. Este informe da cuenta de los 150 millones de adolescentes que sufren violencia escolar en el mundo. El informe destaca el trato violento que se produce entre los estudiantes. Nos parece importante este tipo de estudio; y nos motiva a proponer que se amplíe; para que, además de la situación de violencia estudiantil, se conozca más a fondo la cultura de la violencia que afecta a otros actores del sector educación en la República Dominicana.
La violencia que se constata en los estudiantes está presente en otros actores del sector, a los cuales no siempre se les vincula con manifestaciones de esta naturaleza. Sin embargo, esta condición forma parte de la vida cotidiana de centros educativos públicos y privados; se percibe en el Ministerio de Educación y en la Asociación Dominicana de Profesores. Con estilos más sutiles y, por tanto, menos frontales por el uso de etiqueta y protocolo especial, la violencia también se produce entre los profesores; entre profesores y directores; entre directores de distritos educativos y directores de centros. Asimismo, se perciben situaciones violentas entre directores regionales y directores de distritos. Este recorrido puede hacerse en el interior del Ministerio, en el interior de la ADP; así como en estudiantes y actores clave de centros privados. Ahondar en la situación planteada nos permite encontrar señales visibles de situaciones que niegan el clima característico de la cultura de paz que ha de reinar en el ámbito educativo.
Precisamente, en la semana anterior pudimos observar, de nuevo, reacciones y expresiones entre el secretario general de la Asociación Dominicana de Profesores y el Ministro de Educación. La discusión que mantienen en los medios de comunicación en nada contribuye a la paz; ni mucho menos constituye un cauce para construirla en educación. Todo lo contrario, estas posturas alientan en estudiantes y demás actores actitudes negadoras del diálogo, de la comunicación y del ejercicio de la negociación para sostener ambientes pacíficos y productivos. Cuando los líderes muestran incapacidad para la construcción de la paz desde la gestión inteligente de las diferencias, poco se les podrá pedir a los demás actores para que no reproduzcan irracionalmente tal comportamiento. Dirimir las problemáticas a través de los medios de comunicación, sin esforzarse en un acercamiento, al menos estratégico, constituye una lesión al clima de paz que necesita el sector y la sociedad. Por ello no se debe esconder la situación de violencia generalizada que, de forma abierta o velada, existe en el sistema educativo dominicano.
Ha llegado el momento de encarar esta realidad para no llegar más tarde. Es el tiempo oportuno para salvar los resquicios que todavía son pasibles de hacer avanzar la convivencia pacífica en educación. Las personas, los centros educativos y los representantes de la administración del sector educación tienen un compromiso ineludible con los procesos que construyen y sostienen la cultura de paz. La sociedad en general ha de asumir con más responsabilidad la defensa de la paz en un sector de vital importancia para la madurez y el desarrollo del país. De igual modo, hemos de estar conscientes de que los estudiantes reproducen la violencia estructural que la desigualdad y la falta de equidad social generan. Esta realidad agrava y complejiza la ruta para lograr la paz en el ámbito educativo dominicano.
Estamos preocupados por el incremento de la violencia en Educación y por la diversificación de sus manifestaciones. Nos preocupa, también, el hecho de que no son casos aislados; son situaciones recurrentes y, por tanto, se ha creado una cultura de violencia que es necesario enfrentar con nuevas alternativas y nuevas lógicas. Dispongámonos a darle importancia al más pequeño detalle que pueda obstruir las relaciones pacíficas en los contextos en que actuamos. Rompamos la distancia entre discurso y práctica; no debilitemos ninguna acción encaminada a la construcción de la paz, por el bienestar de las personas y de la sociedad en general.
Unámonos para construir y ejercer un liderazgo capaz de instaurar la cultura dialógica; un liderazgo con una voluntad fuerte para priorizar políticas para la paz educativa y social. Esta es una tarea difícil más allá del comportamiento de los estudiantes. Pero es una experiencia posible e imprescindible en la sociedad dominicana. Y, más que tarea, es un compromiso con la recuperación del alma de la educación y de la sociedad. Sin paz no es posible vivir; no es posible aprender y mucho menos es posible ser. Vamos todos a revitalizar la educación dominicana asumiendo de forma corresponsable la construcción de una paz sostenible; una paz que alcance a todos los actores y que irrigue las actitudes y la voluntad de los dominicanos, grandes y pequeños.