El natalicio de Juan Pablo Duarte, 26 de enero de 1813, constituye para la mayoría de los dominicanos, un hecho histórico significativo y singular. Se trata del nacimiento de un ser humano extraordinario que trabaja con entusiasmo y tesón para lograr la independencia y el desarrollo de la nación dominicana. Su modo de entender la vida y de actuar lo convierten en un educador excelente. Hoy, muchas de sus enseñanzas han sido relegadas a un segundo plano; hay quienes las han descartado de forma radical y esto se evidencia en resultados poco alentadores. En el país solo una minoría trata de escucharlo y de responder conforme a sus orientaciones y testimonios.

Juan Pablo Duarte, insigne educador, interpela de modo permanente con su práctica. Su discurso está estrechamente articulado a su hacer. No estamos frente a un teórico con discurso fatuo. No. Nos encontramos ante un hombre cuyas ideas emergen de una praxis informada e intencionada. Por ello la práctica social y política de Duarte interpela; y le aporta propuestas a los distintos actores y sectores de la sociedad dominicana.

Las interpelaciones de Juan Pablo Duarte resuenan con fuerza por toda la geografía nacional y más allá de las fronteras de la República Dominicana. A partir del Informe de Transparencia Internacional de 2019 sobre la corrupción en el mundo, los reclamos duartianos son más persistentes e intensos en estos momentos que vive el país. Un hombre con un comportamiento ético en las funciones públicas y en la vida cotidiana no pacta con la cultura de la corrupción que ya tiene carácter institucional por la normalidad con que se vive y se asume en las diferentes esferas de la vida cotidiana personal, social y política. Por ello, en una escala de 0 a 100, la República exhibe un puntaje de 28 puntos; a una distancia de 15 puntos con respecto al promedio del continente, que es de 43 puntos.

Esta dura realidad se distancia, también, del testimonio de Duarte. En este contexto, sus demandas van directamente a los gobernantes de la República Dominicana, a las instituciones, a cada uno de los ciudadanos. No cesa de preguntar por qué anteponen los intereses personales y rechazan los intereses comunes que garantizan el bienestar colectivo y la unidad de todos los dominicanos. Asimismo, no deja de cuestionar por qué tanta hipocresía política, social y religiosa, mientras la corrupción corroe los cimientos de la sociedad y desdobla el modo de actuar de la ciudadanía. Su preocupación no se agota en la interpelación; Juan Pablo Duarte propone nuevas maneras de hacer y pensar a favor de una sociedad más vigorosa desde el punto de vista moral, ético y socioeconómico.

Sus propuestas tienen como base de sustentación una justicia comprometida con la verdad y el ejercicio del poder respetando las leyes para salvaguardar el derecho de las personas. Sus propuestas, además, refuerzan la necesidad de trabajar sin cansarse, al tiempo que se potencia el sentido de pertenencia y el desarrollo de la nación. Para unos, sus proposiciones resultan hoy día irrealizables por encontrarnos en un contexto social y político orientado al enriquecimiento ilícito y fácil. Pero Juan Pablo Duarte no se cansa; y de forma imperturbable continúa indicando que no existe mejor camino que aquel que está marcado por la libertad que emancipa de toda esclavitud, de las antiguas y de las modernas. Es tiempo de reflexionar y de apropiarnos de las enseñanzas de Duarte. Sus propuestas están vertebradas por la esperanza y el amor al país. El encarnó esos valores; y nos sugiere una revisión de la cuota de esfuerzo que podemos poner para que esta nación no se deje absorber por actuaciones que impidan un desarrollo integral y una transparencia que sirva de sostén a la institucionalidad y a un sistema democrático más robusto y justo.