Hay un malestar en la democracia dominicana. Demócratas y líderes no democráticos lo conocen y por ello se habla de la necesidad de transformar la política, de cambiar a los partidos, como practicantes y protagonistas de los procesos democráticos, que se sustentan esencialmente en los procesos electorales. La nuestra es una democracia de proclamas, de discursos, con prácticas autoritarias en el manejo del Estado, de la justicia, y también de los partidos políticos, que carecen de procedimientos abiertamente democráticos.

Claro, esa debilidad democrática no es un tema exclusivo de los dominicanos. Hay serios problemas en Venezuela, en Brasil, en Chile, en Ecuador, en Colombia, en Perú o en México. ¿Y qué decir de las debilidades que se han evidenciado, y que siguen alarmando al mundo, del sistema democrático y electoral de los Estados Unidos, en donde el principio de elección por mayoría de votos no se aplica. Una candidata obtuvo más de tres millones de votos por encima del candidato que resultó ganando las elecciones de noviembre del 2016.

Los empresarios dominicanos se han preocupado por la calidad del sistema democrático dominicano, y con razón. Las iglesias se pronuncian denunciando las ineficacias del sistema político o las organizaciones de la sociedad civil denuncian las inequidades y la falta de coherencia del régimen en atender y solucionar los problemas vitales.

Por tanto, tenemos una democracia electoral y política con muchas inconformidades. Partidos políticos con dirigentes no democráticos y con abundancia de faltas y de déficits democráticos en su conducta. El malestar ciudadano con la democracia es muy claro. Marcha Verde es apenas una expresión de ese descontento. Ese movimiento reclama detener la corrupción y la impunidad, y critica al gobierno y al partido que lo sustenta, pero no deja de lado que los demás partidos están afectados por los mismos males.

Los ciudadanos quieren ser bien gobernados, y tener un congreso nacional más representativo y democrático, en donde la representación sea real y no una falacia. A nuestros políticos y congresistas les falta credibilidad. Lo mismo ocurre con los demás poderes, desde el ejecutivo y el municipal, la representación ha decaído. La sociedad tiende al descontento, al desasosiego, a la incredulidad, porque el sistema de representación política no está funcionando bien.

Todo el que asume un cargo público es un ladrón, un mentiroso, un negociante de los bienes y las decisiones públicas. Eso es lo que dice la gente. Y no es así, pero esta percepción está bastante generalizada, y la responsabilidad es de los dirigentes del Estado y de los líderes de los partidos políticos.

Esta nueva democracia del siglo XXI que nos gastamos está en decadencia. Hay que esperar cambios. Si lo comprenden y los auspician los líderes políticos conscientes de que es necesario dar un giro, sería una transición. Si los cambios vienen por la acción del “pueblo”, de la sociedad en las calles, descontenta y en protesta contínua, como ocurre en Venezuela, el cambio podría ser radical y traumático.

Pierre Rosanvallon, catedrático francés, publicó un artículo en la revista Nueva Sociedad No. 269, sobre este tema. El artículo se titula “La democracia del siglo XXI”, en que describe el desencanto democrático por la ausencia de un verdadero sistema de representación. Interesante. Hay un desencanto por la concentración de poder de los presidentes, por la ineficacia de los sistemas de representación, por los gobiernos corruptos y por un declive del desempeño democrático en las elecciones.

Estamos en precaria situación democrática, y alguna gente no lo ve. Los políticos debían ser los más interesados en los cambios. Pero insisten en sacar más provecho y se reiteran en sus errores, y el desencanto es muy creciente. La representación ha fallado, la legitimidad no ha funcionado, las funciones de control democrático no se respeta, y la generación de ciudadanos responsables y críticos no se detiene. La ciudadanización se encuentra en Marcha Verde, en el caso dominicano.

LO que nos ha pasado en la última elección presidencial es parte de la crisis del régimen político, y lo que seguirá ocurriendo con el sistema electoral (JCE, TSE) es parte del mismo problema, que se reitera. Organismos agotados, pese a que uno de ellos apenas ha comenzado a operar. El agotamiento es más que ostensible.

La medicina para estos problemas no puede ser menos democracia, ni dirigentes políticos autoritarios y no transparentes. La salida es más democracia, más poder de los ciudadanos y menos concentración de poder en los partidos y las instituciones. Y más capacidad de revocación de los poderes delegados. De lo contrario el futuro democrático está en peligro.