Hace casi un año, en febrero de 2016, el general retirado José del Carmen Ramírez Guerrero (El Ranger) fue atracado en la galería de su propia casa. Tras recuperarse, entró a la vivienda y salió portando arma larga con la que persiguió al atracador, le alcanzó y le dio muerte sin contemplaciones. El hecho fue muy sonado en esos días, mucha gente opinó que estaba bien y otros que no. Entonces, dije en un artículo que el Ranger no iba a coger cárcel y así fue. Dije que el gobierno no quería mover ese expediente ni debatirlo y así fue. Dije que de ser posible, el gobierno trataría de cuadrar algún tipo de arreglo compromisario con el Ranger y aseguré que el gobierno le tenía pánico al ejemplo dado por el Ranger. Poco tiempo después de ese hecho y de la misma publicación a mi firma me topé con el Ranger en la oficina de un amigo común. El no había leído mi artículo, pero ya, ese mismo día comentaba con otras personas que no estaba seguro de entender el interés en su persona de parte de algunas figuras del gobierno. No he vuelto a verlo para saber si concretaron algo. El Ranger no anunció que iba a matar un delincuente porque ni siquiera sabía que lo iban a atracar. El Ranger lo mató cuando tuvo que hacerlo y ese hecho, en cierta medida estremeció al país pero me quedé con la creencia- quizás equivocada- de que el Ranger no se percató del extraordinario significado, del alcance potencial y en última instancia de las posibles consecuencias que su accionar desataba.
El 23 de agosto del 2016 un cabo de la Policía Nacional Daurin Rafael Muñoz hizo pública una denuncia sobre salarios de hambre en la institución. Habló de Sueldos Cebollas y la frase causó una buena impresión pero el cabo, posiblemente sin darse cuenta, trivializó el tema y se convirtió en chercha con lo cual el poder respiró tranquilo. Al cabo lo botaron de la policía y ya nadie se acuerda del caso porque la denuncia no podía devenir en chercha ni tampoco quedarse sin promover otras acciones. El cabo Daurin no pensó, no tuvo a nadie o no le interesó escalar la denuncia hacia una confrontación, acaso ni se lo imaginó.
El 28 de noviembre pasado, un teniente con 24 años en el ejército, Raymundo Cabrera Ramírez produjo otra denuncia. Esta vez no solo se refirió a los salarios que paga el gobierno a los militares y policías sino a las condiciones de trabajo y de vida, a los desequilibrios, injusticias, desigualdades de trato y oportunidades y otras quejas. La denuncia del teniente no recibió la atención que merecía. Es posible que el ambiente navideño las opacara pero parece mas probable que haya sido el tono mismo de la denuncia el que haya limitado su alcance y sus consecuencias. Fue una queja personal sin visos de trascender porque el teniente quiere irse del ejército no luchar para cambiar nada. En la expresión de su cara, mientras hacía la denuncia no había ira, indignación ni determinación de lucha sino el deseo de irse tranquilo y buscar otra cosa de que vivir. Pero si ese teniente o cualquier otro decidiera acompañar su propia queja de un reclamo que involucre a otros, es muy posible que el poder tenga motivos para desvelarse. El PLD no ha tenido nunca una comprensión de las instituciones militares del país y tampoco ha querido tenerla. Se han limitado a corromperla, desarticularla, desautorizarla.
A finales de diciembre tiene lugar la caída de John Percival Matos, un exteniente, acusado de haber perpetrado varios atracos a entidades bancarias y a quien también habían involucrado hace un tiempo en el caso del avión ilegalmente trasladado a Venezuela. El hecho de su persecución y muerte ha estremecido el país, pero no poco de lo publicado al respecto confunde en lugar de aclarar. La discusión de la calle se centra en el personaje y las circunstancias de su muerte. Estas notas, en cambio, se centran en la atención y reacción de esa misma gente ante el hecho.
Si John Percival era inocente o culpable de los crímenes que le imputaron es ahora completamente irrelevante. Lo importante es la forma en que la sociedad dominicana o lo que queda de ella ha reaccionado. John Percival Matos dejó un legado de acciones resueltas, radicales, armadas, atrevidas y sin discurso. Muchos aplaudieron a John Percival porque deseaban creer que lo había hecho contra gente y un gobierno que se lo merecía; otros buscaron, sin encontrar, en las fotografías de John Percival la facha del delincuente, del criminal común, pero no se parecía a ninguno de esos personajes que vemos en TV o periódicos; muchos lo condenan y otros tantos aplauden su muerte pero entre callejones y parques la gente admira su coraje, su resolución y su atrevimiento y no sienten pena o preocupación alguna ni por los bancos, ni por el gobierno ni por la legalidad violentada porque de hecho el propio gobierno, al rehusarse a investigar otros casos de robo y peculado en gran escala ha despreciado y rehusado su propia legalidad. Esa gente se identifica con John Percival como alternativa a la indefensión frente a un gobierno que no lo protege, no cuida sus derechos ni atiende sus necesidades legítimas de bienestar.
Woody Allen hace muchos años escribió sobre una película suya: “todo lo que usted quería saber sobre el sexo y no se atrevía a preguntarlo”. Ahora puede decirse que John Percival encarnó todo lo que esa gente entiende que se debe hacer o quisiera ver hecho pero no se atreve a intentarlo. El concepto, la idea de la legalidad o ilegalidad del accionar de John Percival es, repito, irrelevante. En la modernidad líquida, todo es relativo, para bien y para mal. John Percival, quizás sin darse cuenta ha dejado escrito algo importante que esta sociedad, sobre todo la que tiene que morir aquí porque carece de posibilidades de emigrar, debería tratar de decodificar.
Los próximos dirigentes populares de este país, por su origen, desempeño y circunstancias, con o sin acciones delictivas en su expediente se van a parecer mas a John Percival Matos que a cualquiera de los llamados lideres de oposición conocidos.
Después no digan que no se lo dijeron.