SANTO DOMINGO, República Dominicana.- ¿Qué ocurre en una economía que ostente un crecimiento anual de 7.1% del PIB, el más encumbrado en Latinoamérica, pero con niveles de pobreza sobre el 40% y un 20% de indigentes, según la CEPAL? ¿Cuál es el diagnóstico?

Se lo preguntamos a Mario Bergara, ex presidente del Banco Central (2008-2013) y actual ministro de Economía y Finanzas del Uruguay, “paisito” sui géneris del Cono Sur, que según el organismo de Naciones Unidas exhibe la distribución de ingresos “más equitativa” de la región, con apenas el 5,7% de su población en la pobreza.

Bergara (Montevideo, 1965), catedrático y economista doctorado en los Estados Unidos, habló con Acento del “cambio de rumbo” y las políticas "redistributivas" que han permitido al Uruguay crecer sostenidamente, e invertir el 75% del gasto público en salud, educación, vivienda y otras áreas sensibles del desarrollo humano.

Pero sobre todo hablamos de “equidad”, palabra recurrente, transversal en sus planteamientos, que el exministro de Pepe Mujica mencionó dieciocho veces –contadas al vuelo–, en poco más de 29 minutos que duró la entrevista.

Uruguay luce muy bien posicionado en los indicadores de Desarrollo Humano ¿Cómo lo han hecho?

Bueno, nosotros tuvimos una profunda crisis que tuvo su origen en el sector financiero, pero que se trasladó rápidamente al sector productivo, al sector real de la economía, y sobre todo con impactos sociales devastadores en los años 2002, 2003. Obviamente, las crisis tienen efectos dolorosos, pero también abren oportunidades, abren una demanda social pro reformas, por cambios, que se plasmó además en el terreno político, porque por primera vez en 2004 gana la Presidencia la coalición de centroizquierda que ha gobernado desde 2005 a la fecha. Ha sido un proceso rápido, probablemente sea difícil encontrar otra experiencia con este ritmo, de cambios estructurales profundos en el terreno económico y social. Uruguay tiene una tradición que se ha ido consolidando, de estabilidad institucional en el sistema político, el sistema judicial, muy baja corrupción, transparencia y, bueno, había que recomponer las tres patas necesarias para el crecimiento. La estabilidad macroeconómica, que obviamente estaba complicada en el marco de la crisis; eso se hizo en base a políticas macroeconómicas consistentes, prudentes, desde la política fiscal, la política monetaria, la política financiera, la administración de deuda, y también un cambio sustancial en todo otro conjunto de sectores, sobretodo en reglas microeconómicas que generaron una nueva estructura de reglas de juego, de incentivos para la inversión, primordialmente. La inversión es la llave de todo este problema. La inversión pasó de 13, 14 puntos del Producto (Interno Bruto, PIB) a 24 puntos del PIB, y justamente es la clave para el crecimiento, es lo que permite producción, el empleo, el aumento de los ingresos, las exportaciones, el valor agregado, las tecnologías. Tanto la inversión domestica como la extranjera.

¿Cómo se tradujo en la economía ese cambio de estrategia?

Hubo un cambio sustancial de reglas en el sentido económico, y también todo un conjunto de reformas en el terreno social, que permitieron que el crecimiento económico también tuviera un impacto de mejora sustancial en los indicadores sociales. Hoy Uruguay en el terreno social tiene, en las cifras de CEPAL, 5.5% de la población bajo la línea de pobreza, que es una cifra que nos coloca en la mejor posición en América Latina; la indigencia está en el orden del medio por ciento (0.5%), y los indicadores de equidad son los mejores de América Latina. Eso es porque Uruguay creció, pero también porque hubo políticas redistributivas, tanto en el terreno fiscal, como en el de las relaciones laborales, las negociaciones salariales, como en las políticas focalizadas de transferencias hacia los sectores más desprotegidos de la población. O sea, que hay un cúmulo de políticas que han cambiado las reglas de juego en el terreno económico y social, y que han resultado exitosas. Uruguay creció en la última década un promedio del cinco y medio por ciento (5.5%) en términos reales, que es prácticamente el crecimiento per cápita en Uruguay, porque la población prácticamente no crece. El PIB per cápita pasó de unos 3 mil dólares a 17 mil dólares, estamos en el rango de la clasificación del Banco Mundial de países de ingresos altos; el desempleo, que había trepado casi al 20% en la crisis, está en los niveles mínimos históricos del 6%, el empleo también está en sus máximos históricos, en cantidad y en calidad, porque la formalización del empleo allá también es muy alta. En materia del ingreso, los ingresos de los hogares crecieron sustancialmente, el sistema financiero fue reformado totalmente con una mayor regulación y una limpieza, digamos, de todas las situaciones problemáticas que había.

¿Y en el ámbito de la política social?

En el terreno social hubo juna reforma profunda en el sector de salud, en el sector de vivienda; una reforma tributaria integral, que fue motivo de discusión durante un año y medio en la sociedad uruguaya, pero que probó ser adecuada, simplificando el sistema tributario, haciéndolo más equitativo, haciendo que la carga tributaria acompañara más los niveles de ingresos de los hogares, y que paguen más los que más ganan, y también en el sistema tributario y de promoción de inversiones consistente con la promoción, justamente, efectiva de este aumento de inversiones. Eso ha dado como resultado, reitero, aumentos del PIB importantes, aumentos en los ingresos de los hogares, en el consumo; las exportaciones han crecido sistemáticamente, somos exportadores de comodities, de nichos de calidad, con buenos precios, somos importadores de petróleo. No todos fueron rosas en ese sentido, ahora hay un beneficio por la rebaja del petróleo, pero todo se manejó de manera prudente y con visión estratégica, de largo plazo, y los resultados se ven en el terreno económico, como decía, y también en el terreno social la pobreza cayó a menos de la cuarta parte, la indigencia a menos del 10% de lo que había, y la equidad también mejoró. Uruguay es un país que tiene una preferencia cultural e ideológica fuerte a favor de la equidad, y es de las cosas que más nos enorgullece. O sea, que el proceso económico en Uruguay ha sido el resultado, reitero, de un cúmulo de reformas estructurales y de políticas y estrategias consistentes, y esto genera hoy nuevos desafíos.

¿Cuáles retos florecen ahora?

Los desafíos ahora son diferentes a los de la crisis, por suerte, y en buena medida también son fruto del crecimiento. El desafío del capital humano, el desafío del capital físico. O sea, en Uruguay estamos muy cerca de lo que los economistas llamamos el “pleno empleo de las capacidades productivas”, por lo tanto necesitamos más inversión, más despliegue de infraestructuras, para que la infraestructura no se transforme en un obstáculo, en un cuello de botella para el crecimiento; y sobre todo, un país pequeño se basa en su capital humano, tenemos que reforzar nuestras estrategias para que el capital humano en Uruguay esté acorde con los requerimientos actuales. Esos son los principales desafíos en el terreno económico que tiene el país hoy, para poder continuar de manera sostenida la senda de crecimiento con equidad que nos ha caracterizado en los últimos diez años.

¿Cómo invierte Uruguay el ahorro por la baja del petróleo? ¿Qué hacen con esa plata?

En realidad hay un buen componente que refiere al manejo de los ingresos fiscales, al gasto fiscal; por lo tanto, digamos, la eventualidad de tener que gastar menos en las importaciones de petróleo lo que permite es abrir espacios a fortalecer las otras políticas necesarias: infraestructura, educación, salud, gastos sociales. El 75% del gasto público en Uruguay es gasto social. O sea, también ahí hay un componente de estrategia política, y conjuntamente con lo que decía también sobre la reforma tributaria, creo que también hay un componente ideológico, porque los déficit tienen que ser moderados, reducidos, sustentables en el terreno fiscal, y eso no importa quién esté gobernando, pero la composición de ese déficit no es irrelevante. El Estado en Uruguay tiene un peso importante, un rol importante que cumplir en el terreno de las infraestructuras, en el terreno de obviamente de fijar reglas y hacerlas cumplir, pero también en el terreno de la compensación social. Y por lo tanto, el hecho de hacer una reforma tributaria con más equidad, es decir, en que haya más carga tributaria a aquellos sectores que más pueden contribuir, y que el gasto público se haya volcado en sus tres cuartas partes al gasto público social, marca una visión ideológica también de cómo se han manejado las cosas y que la sociedad uruguaya ha aceptado, ha apoyado. Hay una alta aprobación de la gestión de Gobierno, una aprobación de la política económica, al punto tal que el Frente Amplio acaba de ser reelecto, digamos, por tercera vez consecutiva y con mayoría parlamentaria a partir del próximo mes. En materia de recursos fiscales, obviamente uno está permanentemente balanceando objetivos, uno no puede focalizarse solo en uno, y por lo tanto a veces hay beneficios, por ejemplo, por la caída de los precios del petróleo, pero también a veces hay sobrecostos. Hace dos o tres años tuvimos una sequía importante que afectó el costo energético con el petróleo a 120 dólares; ahí el fisco, para evitar una suba desmedida de las tarifas de electricidad, corrió al auxilio de los usuarios financiando, digamos, ese sobrecosto para no transferirlo a tarifas. Ahora uno puede tener un alivio en ese terreno, y bueno, entonces ese ahorro se volcará también a las necesidades del gasto público, que es principalmente gasto público social.

¿Cómo se logra que lleguen a la gente estos beneficios, el crecimiento económico?

Bueno, no puede visualizarse en un punto en concreto. En general, el que los beneficios del crecimiento se traduzcan en bienestar social es el fruto de múltiples políticas, que son políticas de Estado, que tienen que tener una visión estratégica, y que el Estado tiene un rol compensatorio fundamental. Uruguay creció muy rápido en la última década. Normalmente cuando las economías crecen rápido, ese crecimiento es apropiado de manera concentrada, los indicadores de equidad empeoran, en vez de mejorar. El caso de Uruguay no fue así. Nosotros crecimos rápido, pero los indicadores de equidad mejoraron, y eso es porque hubo políticas que así lo permitieron. Primero, políticas asociadas al propio proceso de distribución primaria del ingreso. Por ejemplo, Uruguay tiene un esquema de seguridad social y de relaciones laborales que apunta a equiparar las relaciones de poder a la hora de negociar las condiciones de trabajo. En eso somos un país bastante atípico, digamos, en América Latina, y eso ya mejora, o permite un derrame más directo del crecimiento económico hacia los sectores populares. Y por otro lado, ha habido otras políticas generales que apuntan la equidad, además de la política tributaria. La reforma de la salud es sobre todo un proceso, un mecanismo de financiamiento que involucra un subsidio público mayor y que transfiere de alguna manera el financiamiento privado de la salud hacia un esquema de aporte y subsidio, con lo que hubo un incremento de la cobertura prácticamente al 100% de la población. O sea, también ahí hay un impacto favorable sobre la población, sobre la equidad. Lo mismo en la reformulación de las políticas de vivienda, y en las políticas de focalización de las transferencias de ayuda social a aquellos sectores que efectivamente lo necesitan, porque eso hace la política social más eficiente y también ha ayudado a mejorar los indicadores de equidad de la población. Eso, sumado a que institucionalmente hay transparencia, hay prácticamente inexistencia de corrupción; eso se legitima y da más garantías de que el esfuerzo que hace la sociedad con sus impuestos se traduce en el bienestar de aquellos que más lo necesitan. Justamente creemos que eso es una cuestión ética, en la medida en que para nosotros la ética de una sociedad se mide en la forma en que esa sociedad trata a los sectores más desprotegidos.

¿Cuánto invierte el Estado uruguayo en salud y educación?

En educación estamos en entornos del 5% del Producto (PIB) como presupuesto público en todas las áreas de la educación; adicionalmente hay también más financiamiento de carácter privado, que no sabría ahora exactamente cuantificar, pero seguramente supere el 1% del PIB. O sea, que hay una masa importante de recursos, de esfuerzo de la sociedad, que creció sustancialmente en los últimos años, como decía, volcándose más hacia el gasto social. Hace diez años el presupuesto público para la educación rondaba el 3%, y hoy ronda el 5% del Producto, en un Producto además que creció sustancialmente. En la salud, justamente ahora hay un vuelco mayor de recursos públicos, antes había más financiamiento privado; sumando el público y el privado, la sociedad uruguaya destina alrededor del 10% del PIB a los servicios de salud. Obviamente, el presupuesto público hacia la salud será el 70% de eso, o algo por el estilo, con un componente además que está creciendo, porque con el mecanismo del Fondo Nacional de Salud y la reforma de salud, cada vez más población se incorpora al FNS, y por lo tanto entra en el mecanismo de aporte y de financiamiento público, para tener los servicios de salud.

¿Qué pasa en una economía con un crecimiento de 7.1% del PIB, el más alto en la región, pero con niveles de pobreza sobre el 40% y un 20% de indigentes? ¿Cuál es su diagnóstico, como economista?

Bueno, obviamente no me corresponde hacer análisis finos y mucho menos juicios de valor en ese terreno. Obviamente, yo creo que las sociedades por diversos mecanismos, por el funcionamiento del sistema político, del sistema económico, condicionan sus preferencias, transmiten, revelan sus preferencias también en cuanto a los temas de equidad, de equidad social, y por tanto esos resultados, tanto esos como los que uno puede pensar en Uruguay, con crecimiento importante en estos años.

Esos indicadores contrastan a simple vista con los de Uruguay, por ejemplo…

No me gustaría poner las cosas en oposición, lo que sí puedo decir de Uruguay es que culturalmente, filosóficamente, históricamente hay una preferencia importante por la equidad social. Al uruguayo le rechina la pobreza y la inequidad, quizás más que en otros países de América Latina, porque seguramente los países de AL se parecen mucho más a lo que tú estabas describiendo, que lo que pasa en Uruguay o en Chile. Y eso es fruto de múltiples factores. Uno de solidez institucional. Creo que en todos los indicadores institucionales de funcionamiento del sistema político, del sistema judicial, del Estado, de las burocracia, de la transparencia y la baja corrupción, Chile y Uruguay son como los dos países que se despegan un poco del resto de los países de América Latina, lamentablemente. Y en los procesos económicos también: mayor solidez en el terreno macroeconómico, en la generación de reglas microeconómicas consistentes, políticas sociales que apuntan a la equidad. Es un tema de preferencias sociales, porque hay una decisión de la sociedad, por la vía política, por la vía económica, por la vía social, de cómo destina recursos a las políticas sociales, qué impuestos se pagan, quiénes los pagan, qué característica tiene el gasto público. O sea, hay un cúmulo de factores, pero que en última instancia, creo yo, tienen que ver con cómo la sociedad decide y reacciona ante las situaciones económicas y sociales. Yo abogo, por lo pronto, por el hecho de que la estabilidad social y la equidad social son parte incluso del clima de negocios. Los inversores también evalúan riesgos de distinta naturaleza, económicos financieros, de mercado, pero también riesgos políticos y sociales. Y por lo tanto, si uno quiere mucha inversión, la inversión que cumple con los objetivos de la política económica, de producción, de empleo, de valor agregado, de tecnología, de cuidado del medioambiente, tiene justamente que entender también que el entorno social, las capacidades productivas, tienen que ver con la educación, con la salud. El contexto social tiene que mitigar también riesgos en el terreno económico, y por lo tanto la menor pobreza, la mayor equidad, son ingredientes del clima de los negocios. O sea, creo que por todos lados que uno lo mire, deberíamos tener preferencias fuertes por políticas sociales que apunten a reducir las inequidades en la sociedad, a una mejor distribución del ingreso.