El pasado lunes 23 de noviembre, a partir de las seis y treinta de la tarde, nos reunimos en el Hostal Nicolás de Ovando MGallery un grupo de personas a las que nos une una larga o reconocida amistad, convocado por la gestora cultural Verónica Sención en el “Café Literario”, un evento mensual que se celebra con el patrocinio corporativo Primium de ese emblemático palacio renacentista del siglo XVI, y el aval institucional de Meicy Díaz de Garrido, en representación del Sr. Denis Mata, Gerente General.

Antigua Casa de Caoba del tirano. San Cristóbal. Casa de sombras. Fotografía de Herminio Alberti.

El motivo era conocer más de cerca, de primera mano, y más aun, sin prisa alguna la labor que viene desarrollando el Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (PACAM), que preside Soraya Lara de Mármol, con el acompañamiento de su hermana Yanira Lara, y un notable equipo de profesionales.

La tertulia, además, en ocasión del Día Internacional de la No violencia contra la Mujer, nos permitiría aproximarnos a Casa de sombras, un libro en torno a una casa espectral, de antagonismo entre el espanto y la conciencia abrumada, las expiaciones, la cólera estruendosa, el agarrotar de las almas, las pupilas dilatadas, las emboscadas de la noche, lo siniestro, el vértigo infeliz, las sombrías inquietudes, la piedra implacable del tiempo, el terrible suplicio, en fin, sobre la parca arrebatadora en la tiranía.

Al ir adentrándome en la lectura de este poemario, reflexione que, es difícil encontrar a un poeta de prosa fértil que escriba sobre el dolor, y coloque a la tragedia en el ambiente en que se produjo; menos aun, que se dispusiera a través de la palabra a fundar una justicia terrenal para quitarle las máscaras a la opresión humana. Los poetas que lo han hecho han padecido desde la antigüedad el destierro, y han sido señalados para que tomen la barca en medio de las tempestades que trae el agua viva, para irse a lugares innombrados. Componer cantos poéticos sobre las noches lúgubres, sin descansar a la sombra de un olivo silvestre, es una osadía, al igual que describir los enigmas de la oscuridad cuando los espectros pueden continuar sus odios póstumos penetrando en las sombras.

José Mármol. Autor del largo poema de Casa de sombras. Fotografía de Herminio Alberti

JOSÉ MÁRMOL Y EL VERSO FÉRTIL DE DOLOR. José Mármol (Santo Domingo, 1960) ha escrito un largo canto; otros dirán que es un largo poema, donde se sienten las vestiduras de un silencio de soledades tristísimas. Su canto no es una sorda invocación al pasado, es un trueno, un yo-acuso, contra el instinto del sexo, donde no caben las flautas de delirio cuando la “faz enojada del cielo” levanta sus ojos con horror para mirar la furia trágica.

José Mármol y Herminio Alberti León han dado a la luz su libro Casa de sombras [1], y el mismo me ha hecho reflexionar en voz alta, que ahora es cada día más difícil encontrar creadores que sean capaces de alzar sus brazos para protestar, y menos aun para recorrer los lugares donde habitan las Erinias antiguas, ese mundo subterráneo que no es un mito, que es una fuerza contraria a todo, hostil, que se oculta en las deformaciones que traen las cosas, que penetra en la existencia avasallando la sensibilidad, y que está de espaldas a la compasión.

Nunca pensé que el poeta José Mármol tuviera la curiosidad, y la voluntad, de hacer un viaje metafórico por el azar pretérito; tampoco que siguiera la tradición de Horacio de aventurarse en desatar los nudos de los pies de las águilas y de las aves rapiñas, para develar los oráculos orgiásticos que quedaron desfallecidos en la letanía de las voces que durmieron bajo el espanto de la luna roja, puesto que su poesía, el poema en sí, y las formas en que va desarrollándose en su contenido, puede tanto abrir como cerrar el círculo de vidas truncadas, en lo terrenal, antes de tiempo.

El poeta Mármol, en Casa de sombras, pudo inducir con su voz el reposo de mutiladas conciencias, llenar las ánforas vacías del sacrificio, desnudar o custodiar, una vez más, la colina de “la casa” con el encargo de hacernos comprender las penas y los infortunios que engendró el tirano.

Herminio Alberti. Fotógrafo de Casa de sombras

Lo cierto es, que este largo poema contenido en este libro,  es un relato que se alimenta de la observación y de la experiencia porque cercena la órbita, el vértice del pasado, yendo por lo íntimo y lo no dicho de las que fueron vencidas. [Recordemos que todo poema largo es como una cabellera, donde se pescan indescifrables espejos, destinos que no se alcanzan, excesivo dolor, y  sentimientos que trascienden las leyes inmutables que quiebran al espíritu humano].

Caminando a través de la floresta, y de colgantes enredaderas, José Mármol pudo percibir ese hondo desvarío de antaño de la Casa de Caoba del sátrapa, llamada ahora por él, Casa de sombras.

El poeta nos hace entender que, la Casa de sombra era la flor virginal de la miseria y la flor marchita que pedía misericordia. No niego que leerlo me devastó, y advertí su ira llevada con desesperación palabra tras palabra y, palabra contra palabra, como pretendiendo castigar a los ejecutores de las mil y miles, viles injusticias del tirano. Las que durmieron sin Cupido en los lechos de esa casa, no sé dónde se encuentran ni cómo se llaman. Pero, el poeta Mármol ha traído ante nosotros sus dramas como un candil para despertarlas en el otoño, y para que acudamos a conocer “lo que fue”, y “lo que no debió ser”. Este libro de dolor se asemeja a un luto contenido, peregrino, de los huertos de la virginidad robada, desde los cuales brotaron las espigas discretas y ausentes de inocencia.

Interior de Casa de sombras. Fotografía Herminio Alberti.

De excursión en el colegio nos llevaron a Casa de Caoba del sátrapa, hoy Casa de sombras, luego de más de dos lustros de estar cerrada. La que conocí era una casa abatida, saqueada y ausente de su regio decorado. Pero sabíamos que allí estaba -entre sus paredes- la muerte, y heridas abiertas de donde brotaba la sangre de mártires.

La Casa de sombras fotografiada por Herminio Alberti León, y dada a conocer en imágenes a blanco y negro, es dura; no se revuelca en el polvo del viento, sino en un puñal de doble filo, se manifiesta como un pasado Agamenón, donde la contienda por sobrevivir de las que se fueron y habitaron en ella, junto al espanto de la muerte, no es un destierro, sino su existencia durmiendo en el limbo.

Alberti León retrata el alcázar del tirano, y cada imagen parece como si allí hubo rehenes que fueron ejecutados. La atmósfera que revela no es sólo de inmolación, del arrojo viril de la tempestad sexual, sino del combate entre la facultad de discernir o la necesidad de acatar. Son espacios vacíos, donde la afrenta a lo humano se hizo una jauría de placeres incontenidos. Las paredes saturadas por el abandono, por las marcas que dejan la erosión del tiempo, clarísimamente están saturadas de oscuras lágrimas de muerte. Estas fotografías me devuelven a los ojos de Pawel Sawichi, y a dos fotografías en específico de su autoría del interior del campo de concentración nazi de Auschwitz en Polonia, “Wnetzre komoyr gazowej” y “Krematorium obozowe”, en las cuales podemos ver paredes ensombrecidas por capadas de tonos negros, que se hicieron testigos de cómo se corrompe el alma humana, el extremo de los lamentos, la desgracia y la tribulación amarga, en dimensiones que no podemos imaginar, porque allí aun quedan amontonados secretos entre los ladrillos mudos, que se hicieron desde la carne arcilla inanimada.

¿Qué guarda esta Casa de sombras, me pregunto? Y, me contesto, si guarda, las pruebas de la mayor ruina de la dignidad, un episodio de la historia, o cómo la violencia y la violencia en el lecho se hace para la mujer un martirio, y cómo el sexo, la posesión del cuerpo, se convierte en tragedia, en equivalente a crimen, a tortura, a engendro de tinieblas.

José Mármol al escribir este largo poema sobre esta Casa de sombras, le dio voz a las furias que la acusan; le enroscó a la serpiente de cinco estrellas el “matricidio” que cotidianamente se cometía en esa casa, y de manera irrebatible al asesino-engendro de la casa le enrosca su ideología sexista: la misoginia.

Interior de la Casa de sombras. Fotografía de Herminio Alberti

Hacer de la mujer un objeto de placer, inducirla a doblegarse, lacerar su psiquis, castrar su libertad sexual y su opción sexual, convertirla en esclava sexual a través de las amenazas, condenarla, impedir que adquiera y ejerza su autonomía, reprimirla en sus capacidades intelectuales, someterla por la fuerza, suprimirle su dignidad, hacerla víctima del exceso de “libertad” sexual del varón, confinarla subliminalmente a la servidumbre sexual  creo, y quizás Soraya Lara puede corregirme, es la evidencia de esa ideología latente en la cultura que pretender “desechar” a la mujer como una cosa, y hacerla una cosa, una “actitud” conductual que constantemente se repite, que se copia como estereotipo, que no se ha agotado, que es la causa de crímenes horrendos contra la mujer, de homicidios o si se quiere de feminicidios, y de lo cual el Estado patriarcal se hace cómplice por omisión.

Trujillo fue un matricida. Mataba a su madre constantemente en cada mujer que violentaba. Nuestras heroínas nacionales (Patria, Minerva y María Teresa) no se salvaron de ese proceder oculto que se continua transmitiendo, generación tras generación, ciclo tras ciclo, que la cultura androcéntrica legitima a través de la opresión genérica.

Parece ser que el dios Apolo es el culpable en occidente de este vil destino de las mujeres, cuando exclama en “Las Euménides”, la tercera pieza de la trilogía de La Orestíada de Esquilo:

“No es la madre engendradora del que llaman su hijo, sino sólo nodriza del germen sembrado en sus entrañas. Quien con ella se junta es el que engendra. La mujer es como huéspeda [sic] que recibe en hospedaje el germen del otro y le guarda, si el cielo no dispone otra cosa”. A lo que la diosa Atenea desde su templo responde: “Yo no nací de madre, y, salvo el himeneo, en lo demás amo con toda el alma todo lo varonil. Estoy por entero con la causa de padre”. [2]

Deshacer esa ideología como privilegio de dominación, de cuya culpabilidad se “exonera” a los hombres a través de la horrible palabra machismo, entiendo, y espero no equivocarme, es la razón de ser de este libro, del largo poema de José Mármol y de las fotografías de Herminio Alberti León,  que surge de las sombras como un rayo sempiterno, porque ninguna mujer está obligada a vivir en un sistema donde la humanidad a su alrededor deja que los otros sean los artífices de su ser-en-el- mundo o su destino.

La luz en el interior de la Casa de sombras. Fotografía de Herminio Alberti.

Tal vez, estos versos de José Mármol puedan ser la contra respuesta a la diosa Atenea y al dios Apolo, para que termine el suplicio de la mujer, y se sepulte para siempre la larga parca arrebatadora de la Casa de sombras:

“Heme aquí, soy yo mismo, / el indignado enfermo de las crueles solitarias, / sobreviviente único de todo este holocausto. / Me salvé de calieses, esbirros y sicarios. / Me salvé del furor de las fiestas depravadas. / Me salvé de las botas bien lustradas del terror, / de su fusta de cuero y del chorrito apenas gastado de su voz. / Me salvé de la verga culebrera del sediento/ y del olor a himen alojado en su pulgar. / Soy testigo de un tiempo, una orgía, un estertor. / Fui víctima de horrores, una juerga, un desvarío, / un pasado muy presente en el sueño por venir.” [3].

NOTAS

[1] José Mármol y Herminio Alberti, Casa de sombra (Editora Amigo del Hogar, 2013).

[2] Esquilo y Sófocles. Obras Completas. Prólogo de P. Girard. Colección Clásicos Inolvidables. Esquilo traducción de Fernando F. Brieva Salvatierra. Sófocles traducción de José Alemany Bolufer. Supervisión del texto original por el profesor Carlos A. Disandro de la Universidad de La Plata (Buenos Aires: 3ra. Edición, Librería “El Ateneo” Editorial, 1957): 331 y 334.

[3] Casa de sombra, 2013: 40.