Corría el año de 1992. Ya era una «Women´s Time», si parto de la noción de Julia Kristeva sobre la temporalidad de la subjetividad femenina. Había publicado mi primer libro de poemas en prosa Contacto de una mirada (1989) con un extensísimo prólogo-ensayo crítico del intelectual, poeta, ensayista, político, alma noble, e imperecedero combatiente de la verdad Tony Raful, que dio inicio al debate generacional contemporáneo de la República Dominicana. Tenía  desde el 8 de abril de 1991 un modesto empleo en la Biblioteca Nacional como Auxiliar Bibliotecaria con un salario de RD$875.16 al mes; ya  — por lo menos—  al saludarme me decían «Poeta».

Era el año del V Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América [1], y en el mes de octubre (del 15 al 19) se celebró en Santo Domingo el Congreso Latinoamericano de Asociaciones de Escritores (FLASOES), que presidía en Caracas, el Dr. Ramón Urdaneta.

El Dr. Víctor Villegas, notable poeta de la Generación del 48,  era el Presidente de la entidad de contrapartida para la realización. Siendo Presidente de la Unión de Escritores Dominicano (UED), él convocó a reuniones de trabajo en su oficina de la calle Elvira de Mendoza para discutir propuestas para el montaje del congreso. Cuando termina una de esas sesiones sabatinas me dice:

—Ylonka, espera, no te vayas aún, que deseo plantearte algo.

— Sí, don Víctor. Le contesto.

— Quiero que seas tú quien asuma las responsabilidades de ser la Coordinadora General del Congreso de FLASOES.

— Pero don Víctor, ¿cómo usted va a darme esas responsabilidades? ¿Usted cree que pueda hacerlo?

— Sí, mi hija, eres tú, porque tú tienes lo que muchas personas no poseen: arrojo, talento, disciplina; eres muy perfeccionista y  muy laboriosa. Además, me he dado cuenta que donde Ylonka pone el ojo, pone la bala.

Me reí a carcajadas, y don Víctor conmigo. Asumí las funciones con lealtad a él. Hice todo siempre respetando su jerarquía, consultándole, y siendo excesivamente cuidadosa en el trato a tener con los escritores y las escritoras extranjeros que vinieron al país, entre ellos, Elena Vera, a quien había conocido en noviembre de 1989. La empatía flujo entre todos, y el congreso fue exitoso. Celebramos con un almuerzo en el Hostal Nicolás de Ovando arribar a su conclusión, y compartimos en franca camaradería las atenciones de su Gerente, nuestra amiga Verónica Sención. Al parecer don Víctor no se esquivó cuando delegó en mí  esas tareas.

Por la cual, en reconocimiento a mi labor, la Municipalidad de Santa Cruz, en Chile, me otorgó «Diploma de Honor», el cual  me entregó in situ la poeta Lucía Aguirre del Real (1922-2012),  y el Instituto Cultural «Rubén Darío», también de Chile,  la “Medalla al Mérito”. Todo eso, indudablemente, se lo debo a don Víctor Villegas, un padre maravilloso a quien he amado, y sigo amando por sus sabias enseñanzas.

Luego del Congreso de FLASOES vino la publicación de mi primer libro de ensayo Alfonsina Storni: a través de sus imágenes y metáforas (1992), puesto a circular ese mismo año en el Salón de Música de la Biblioteca Nacional, y en el acto estaban conmigo en la Mesa de Honor Tony Raful, don Lupo Hernández Rueda, por supuesto, don Víctor, y mi madre Altagracia Esthel.

Fue, realmente, ese libro —es posible—  el que me «catapultó» o me hizo dar los primeros pasos como ensayista, desde la «ficcionalidad creativa». No sabía que el mismo iba a tener repercusión alguna. Pero sucedió: me otorgaron  el Premio «Alfonsina” Storni» de la Embajada de Argentina y la Fundación de Mujeres Latinoamericanas, el cual recibí en compañía de mi madre, Altagracia Esthel, y una felicitación por escrito del Secretario de Cultura de Argentina, José María Castiñeira de Dios. Posteriormente, el libro fue recomendado por la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos como libro de lectura  para los cursos del 3ro. y 4to. de Bachillerato.

Desde entonces, no sé porqué, hubo ojos que se enfocaron en mí: unos para amarme, y darme apoyo afectivo, amistad y armaduras emocionales para continuar mi carrera literaria, y otros, para  tratar de ponerme cortapisas, obstáculos que tuve poco a poco que ir aprendiendo a sortear.

Uno de los ojos que se puso en mí, que supo —digo ahora— de esos pequeños logros a través de la Dra. Liselotte Marte de Barrios, que no procuré sino que llegaron por azar o aquiescencia, fueron los del Dr. Joaquín Balaguer y,  me distinguió con su amistad intelectual y, posterior lectura. En  una Carta de él, que conservo en mis archivos, me dijo en torno a  mi libro sobre Alfonsina: «Su lectura me ha producido delectación por la profundidad de sus juicios acerca de la obra de este ejemplo magnífico de la mejor poesía americana».

Hago todo este preámbulo para esta Carta que voy a compartir, que dirigí al Dr. Balaguer, que ejercía como presidente Constitucional de la República, porque desde el año 1992  comenzaron a movilizarse en torno a mí y mis pasos, unas huestes feudales ochentistas que consideraban  que el mundo sólo era de los hombres y para los hombres. Además percibía  cómo de distintas maneras otros y otras representaban la opresión masculina, y el símbolo de la esclavitud emocional que querían imponer a las mujeres, era restarle autoridad a su palabra.

El Dr. Balaguer  tuvo el interés, como estadista, desde la primera magistratura de la Nación, de distinguirme, y lo hizo — luego contaré cómo—  en el ámbito que era en el cual me desenvolvía: lo cultural.  No sé cuántas veces — ciertas huestes— ocultaron en la gaveta ««ocho» dos decretos de designaciones que él había realizado para mí. Nunca llegaron a mis manos ni mucho menos a tomar posesión de esos cargos. Lo supe por don Alfredo Mota Ruiz.  ¿Cuál era la meta?  — Digo ahora, ponerme obstáculos en mi desarrollo intelectual, y por supuesto en la administración pública.

Pasados unos meses después de octubre de 1992,  en el país — como era la lógica  de  la búsqueda por distintos partidos políticos de la alternabilidad democrática—   la política era la protagonista del día a día, y la cultura patriarcal estaba ahí presente, entre los que ansiaban el continuismo, y aquellos que ideológicamente se oponían al autoritarismo, pero que al final de cuentas ambos (conservadores, liberales, socialdemócratas, centristas o de izquierda) anhelaban el poder, no sé si el «poder por el poder», o para provocar cambios estructurales progresistas en el sistema.

Luis Abinader, presidente de la República en la actualidad

Como el Dr. Balaguer, a través de una llamada telefónica, me expresó, en un momento, su estado de ánimo  sobre la condición humana y la naturaleza de los egoísmos,  consideré que, quizás, debía reflexionar también sobre otras huestes de alta peligrosidad, que andan siempre detrás del «poder por el poder», y, que monseñor Arturo de Meriño llamó la «Polilla Palaciega», y que describe Darío A. Mañón, hijo, un personaje del cual me hablaba siempre mi amigo Ramón Alberto Font Bernard, que me recomendó leer cuando lo visité a su apartamento, en el año 2006, en compañía de un equipo de grabación junto a la cineasta Martha Checo cuando lo entrevistamos para el documental Las Sufragistas. Me dijo Font Bernard:

— Consíguete el libro de ese muchacho que se llama Aletazos dominicanos para que conozca, de primera mano, algunas cosas sobre la política vernácula, y sepas cómo es el temperamento de los hombres cuando están en el poder. Vuelve por aquí para enseñarte cómo Trujillo se mantuvo en el poder y cómo era su propaganda mediática.

Pues, con el tiempo ¡por fin!, di con el libro, justo en el 2017, y ahí está eso de la «Polilla Palaciega», que tanto rodeó al Presidente Balaguer, y de la cual hay que cuidarse, ya que en un clima tropical como este, esas alimañas son difíciles de eliminar y/o combatir. Se reproducen, aún se hagan intentos tras intento por eliminarlas. No sé si en el pasado siglo XX fue posible acabar con las «polillas palaciegas», pero por si caso, reproduzco lo que escribió Mañon, en torno a qué es esta polilla y cómo se comporta, los que hacen e hicieron del Poder, cito:

POLILLA PALACIEGA: «un hervidero de rapiña, un antro de latrocinio, una taberna de vicio y un centro de lenocinio, injuria y disolución,  donde se prostituyó la justicia, se perdió el honor y se obtemperó con el crimen, la indecencia  y la estulticia (sic), la ambición, que hace pasto a su voracia (sic) de las entrañas de la patria y de la truhanería y la avaricia la red en cuyas deleznables e inextricables urdimbres fueron cayendo, aprisionadas, befadas y escupidas, las virtudes cívicas, las instituciones nacionales y todo cuanto de noble y digno había y pugnó por conservarse  puro en medio del desenfrenado vórtice del vendaval de las pasiones, y del desbarajuste en que habían caído el crédito y la austeridad de la República. » [2]

Visto, esto de las polillas, ahora, les comparto, mi Carta al Dr. Balaguer, la que remití, entonces sin tener noción de qué es «l´écriture fémenine», ya que vivía en un entramado mundo societario donde aún la ideología patriarcal imponía —a sus anchas— todas  las reglas: las reglas de la política, las reglas del derecho,  las reglas de la movilidad,  las reglas de la existencia social,  las reglas de la llamada «doble moral»…y, otras más.

[A.]

Doctor

Joaquín Balaguer

Presidente Constitucional de la República Dominicana

Palacio Nacional.-

Excelentísimo señor Presidente:

La característica más notable por la cual durante cientos de miles de años el hombre, como animal político,  ha “trascendido”  en sociedad es, unos por la lealtad, y otros por la deslealtad, expresada esta última en la hostilidad y el interés cuasi natural de aguijonear la razón  y derrumbar el orden moral.

Ahora somos víctimas más que nunca de la carencia de esa virtud: la lealtad. Deliberadamente existen grupos subalternos, en contraposición con ella, inducidos por una imprudente adhesión, o, acaso inclinación por  deshonrar las obras de los otros. 

Estos individuos hombres y mujeres  sin  talento, con escasas capacidades creadoras, con una centralización de funciones para enfrentar a la competencia, envuelven  un temperamento delictual y planes concebidos de corrupción. 

Creemos, señor Presidente, que no debemos permanecer indiferentes a esta penosa realidad ni ante esas máscaras y disfraces que cubren la ferocidad, el vacío ético y el grado de inferioridad de los prevaricadores del Estado.

Salvador Jorge Blanco mientras pronunciaba su discurso en la toma de posesión, 1982

La democratización de los sistemas de administración y dirección, nos da y, nos permite tener constancia, de qué es el sentido de responsabilidad ante la nauseabunda degradación del ambiente necesario para conservar la dignidad y, de mostrar nuestro particular disgusto ante esos gladiadores repulsivos que gozan de privilegios inmerecidos. 

Si el  libre juego de  la iniciativa individual nos permite sugerir algo que nos desagrada, en interés del público en general o aún de determinado sector, subrayemos los  males relacionados con la burocracia, donde predomina el amor por el poder y la aversión  a la honestidad, situaciones que pueden provocar una desarmonía con los fines del gobierno. 

[B.]

La apariencia es tan ajena a la verdad cotidiana que, aun con un gran esfuerzo intelectual resulta difícil presentarla de manera convincente.

La excelencia de un funcionario está en una primera condición, de la cual puede sentirse orgulloso.  Esta primera condición es, la prudencia, la ponderación rigurosa de sus posibilidades y capacidades, que en términos generales en el campo de la acción compatible con el orden social y la iniciativa individual asegura un método de considerable autonomía ante la opinión pública o ante la simple réplica. 

Es lamentable, señor Presidente, que en el tren administrativo del Estado, personas con desatinos oscurantistas impongan  sus lamentables decisiones con la osadía de ridiculizar la competencia cultural e intelectual de otros. 

Un  examen de la ética individual de estos sujetos, frente a las instituciones sociales y políticas, nos revela su “código” de caníbales y  sus raras justificaciones ante la ley.

Consideramos que, delegar o elegir hombres o mujeres inescrupulosos sienta el precedente de la equivocación como pecado, y delito a la vez. 

El riesgo de la verdad o la veracidad debe administrarse como un principio fundamental, con  la profundad dualidad de advertir qué es el derecho y qué es a veces el deber.

Un principio adecuado allende a cualquier moral “oficial” es,  por consiguiente, una ética que atañe únicamente al deber hacia el prójimo, que en todo caso es el pueblo, y que, en el afán de servir a este ente social de manera encomiable, son pocos los hombres capaces de brindar justamente felicidad desde su soledad a los otros.

Independientemente de nuestra convicción teológica, creemos que, debemos demostrar nuestro sentimiento de obligación moral, que es  la base de los Evangelios. 

Si la sociedad también nos ofrece la libertad de expresar nuestro parecer y de nuestra conciencia o la visión esencialmente solidaria de sincerarnos ante lo bueno o lo malo, permítame, aunque resulte tedioso, valorar por sí misma la condición de utilidad que posee un hombre por medio de su conducta o por el objeto que, en virtud de un sacrificio subsiguiente, le representa una agradable renta para el futuro.

[C.]

La utilidad puede interpretarse tanto  como una actividad destructiva como constructiva, según las circunstancias que se hubiesen encontrado. En la utilidad constructiva se precisa de individuos sabios, experimentados sujetos, en esa abstracción (del conocimiento del deber ser) que filósofos y estadistas con suficiente lucidez exhiben.

A esta abstracción se llega a través del conocimiento de la condición humana, para distinguir aquello que tiene valor de lo que por sí solo no tiene ningún valor, que se aplica a los individuos en los cuales se delega una función.

El funcionario útil no fluctúa entre una excesiva rigidez o un pragmatismo exclusivamente de los medios, prefiere “reconciliar” las múltiples controversias, ajustar las diferentes concesiones, tener motivos racionales para acentuar su autoridad.

El funcionario útil no llega a sentirse desesperado u obsesionado por el “éxito” de su influencia dentro de grupos mayoritarios o pequeños. Un funcionario útil no es controversial ni insincero, no nos fatiga con los problemas de su temperamento, con el temor de ser “víctima” de credos políticos o dogmáticos.

El funcionario útil es, una especie servil de seguridad para el Estado; de manera rotunda son hombres que no van a engañarnos con un diagnóstico equivocado. 

Quizás el peligro de la democracia está en los funcionarios inútiles que realizan diariamente actividades destructivas, que colmados de las oportunidades que emanan de su autoridad se hacen dueños feroces de la administración delegada, exhibiendo con orgullo el placer, el placer que le da  la “felicidad” de ser prevaricadores del Estado. 

Es posible que nuestra política de acción sea menos inteligente que la de aquellos, o mejor dicho: menos sagaz, porque ellos han aprendido la destreza de  mentir, por ser esclavos de la perfidia, de la malignidad reprimida y del odio.

A través de todas las edades conocemos las ventajas de la supremacía, de los males que los hombres se infligen unos a otros; de los que son despiadados, habilidosos e incitan la insensatez.

Pero con énfasis deseamos repetir lo que adoptamos firmemente: a los hombres se le debe estimular «a ser atrevidos y aventureros y valientes, salvo en todo lo que perjudique al prójimo» (Bertrand Russell), y pensamos, señor Presidente, que esta carta enormemente es una muestra de atrevimiento y valentía a la vez, porque deseamos ser para el Estado y la Nación una funcionaria útil. 

Ylonka Nacidit-Perdomo, ante todo: poeta. 

Santo Domingo, República Dominicana

25 de febrero de 1993.

 

Lo que pasó después, que envié al Palacio esta Correspondencia, es materia de otro artículo. Le agradezco al escritor Diógenes Valdez, que fue quien me empujó a escribirla para que tuviera una vía, una válvula de escape o deshago, ante todas las “zancadillas”, maldades e intrigas que se tejían a mi alrededor, tan solo por tener un “carguito” de RD$875.16 pesos al mes, disfrutar de una agradable vista, bellísima de la naturaleza, del verdor, de la arboleda  —desde la oficina que ocupaba— hacia los jardines de la Plaza de la Cultura. En la Biblioteca Nacional estuve de servicio una década; allí aprendí mi amor al libro viejo entre anaqueles del Fondo Antiguo y la Colección Dominicana, cuando no comprendía aun cómo librar las batallas ante un mundo que de la noche a la mañana se puede hacer hostil. Entonces solo añoraba ser poeta.

Espero que estas reflexiones —que he transcrito tal cual están en la copia fotostática que conservo de mi Carta, que escribí en una IBM de antaño, correspondiendo la letra A, B y C encerradas en corchetes a los pliegos de las tres cuartillas de la misma— puedan ser leídas algún día en Palacio, por el actual Presidente Constitucional de la República, S. E. Luis Abinader, porque pueden dar un poquito de luz, no solo a que «el poder es pasajero», sino, además,  como dijo el Dr. Salvador Jorge Blanco (1926-2010) ex Presidente, jurista y tratadista de derecho, que «el poder es una sombra que pasa», con quien coincidí (pasado el tiempo)  en el 2005 en la Sede de la Nunciatura Apostólica, cuando estuvo abierto el Libro de Pésame por el fallecimiento del Papa Santo, Juan Pablo II, y recordamos, en una amena conversación  «lo que se ve» y «lo que no se ve» en el ejercicio del poder.

 

NOTAS

[1] «Programa de Eventos del 1992 en la República Dominicana con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América» (Editora Taller, C. por A.,  1992):  40.

[2]  Darío A. Mañón, hijo.  Aletazos dominicanos. Editorial  Darío A. Mañón, hijo,  (México, D. F. , s/f.): 105.