Los estudios desde De vulgari eloquentia, de Dante, hasta Lo popular y lo culto, de Bruno Rosario Candelier, asumen que la evolución histórica de una lengua está en íntima relación con su “uso vivo”.

Los hablantes modifican la lengua y la enriquecen.  Pero, ese mismo uso genera, también, empobrecimiento de la herramienta comunicativa por excelencia. Los lingüistas afirman que la lengua evoluciona cuando el hablante la modifica y resuelve una necesidad, como ocurre con la aparición de neologismos para nombrar objetos o acontecimientos que irrumpen sin precedentes en nuestro entorno.  Cuando esos neologismos no  resuelven una necesidad lingüística, tienden a desaparecer o a empobrecer el habla de un grupo.

En ocasiones, y de un modo inconsciente, el sujeto propende a realizar acciones que lo perjudican, por una condición que el marxismo llamó alienación. En el caso de la aparición del habla cuasi dialectal, ésta podría hacer que sus usuarios se auto-marginen de otros sistemas de intercambio comunicativo (escuela, universidad, área laboral) lo que afectaría  su movilidad social. Además, el uso recurrente de ciertos vocablos entorpecería la habilidad cognitiva necesaria para la compresión de otros códigos.

Los prejuicios y discriminaciones, como recurso de los grupos dominantes, no solo estigmatizan a los que están afuera del circuito de poder, sino que justifican la exclusión y la manipulación

Traigo a la mesa estas consideraciones, por los pasados “debates” donde parecería que  los vocablos “popis” y “wawawa” sustituyen las categorías de clase que ya han pasado al habla popular y provienen de cierta sociología (clase media, alta, baja). Además de la carga peyorativa, la pobreza lingüística y la distorsión lexical, estas expresiones en uso se prestan para generar prejuicios, división, rechazo, exclusión, y ponen de manifiesto en ciertos sujetos su profundo estado psicológico de complejos y delirios evidentes cada vez que  hablan.

Se hizo viral unas declaraciones referidas a un recién electo diputado, donde un comunicadorle señalaba que no ganaría porque los wawawa no votan sino los popis,  “elevando” de este modo, a la categoría de debate político las palabrejas de vida efímera conque una franja de jóvenes se discriminan entre sí, fruto, como ya dije, de la condición de alienados, alejados de una consciencia de sí, lo que los hace receptores pasivos de pseudovalores.

Que se recurra a esos términos para el “análisis” de los procesos sociales como el electoral, no es casual, solo ponen en el circuito del lenguaje prejuicios de clase. Hay la clara tendencia al prejuicio de clase en boca de  sujetos que influyen socialmente por tener el poder de la comunicacióndonde, paradójicamente, afirman que hablan para un reducido por ciento de la población. Pero esto no tendría importancia si no fuera por el impacto en los receptores/destinatarios  y en la autodiscriminaciónque los alienados practican.

Aunque somos, como estructura social, quienes creamos los estereotipos, estos pueden funcionar como recurso perceptor que permitiría anteponernos a situaciones de adaptación social,  pero también pueden convertirse en una herramienta de manipulación por parte del poder para le exclusión y el estigma. Eso es lo que ocurre cuando un estereotipo conduce al prejuicio y la discriminación: puede cristalizar en la mente colectiva sentimientos de inferioridad, manipulación,auto-exclusión y  estigma.

En un experimento realizado por Lambert, et al. (1949) se demostró que los valores internalizados por los niños determinaban la manera en que éstos construían  percepciones de sí, condicionando sus miradas y sus procesamientos de datos.De la misma manera, los antivalores generan distorsiones perceptivas que a veces tienen efecto boomerang.   Por ello, en vez de perpetuar ciertos fárragos del habla de una subcultura, y de utilizarlos para el discrimen, sería más productivo ignorarlos y verlos pasar como otras tantas expresiones ya olvidadas.

No se puede soslayar  la discusión sobre los democratismos en América Latina, y en particular en nuestro país. La participación sin concierto en los procesos democráticos, el populismo a ultranza, la cualquierización de las funciones públicas, donde un legislador no tiene idea de cuáles son sus funciones, es tener que vivir el patético evento de un grupo de ventrudos dormidos bajo el dócil aire del Congreso de la República.  En fin, es una alarma necesaria ante la psicología del votante que marca un rostro conocido en vez de  un proyecto para su emancipación.

Los prejuicios y discriminaciones, como recurso de los grupos dominantes, no solo estigmatizan a los que están afuera del circuito de poder, sino que justifican la exclusión y la manipulación. En estos casos el estereotipo genera una imagen falsa, pero además nos aleja de los reales debates que una sociedad con democracia inacabada debería poner en carpeta:entender la importancia del poder legislativo, saber elegir a nuestros representantes; de otro modo, convertiremos las cámaras ya no solo en plaza de mercaderes, sino  en un show de cómicos y malandrines, y con el ingreso de los nuevos epítetos, también de caninos.