«Amor: Ay, el amor no es juego que arregle desazones. O. //… la endiablada punta con que carne mortal hieres y engañas. M. S. P. //… un día soñé un amor como jamás pudiera soñarlo nadie, algún amor que fuera la vida, toda la poesía. L. //…yo nací para el amor. O.»
A veces se hace irremediable amar; crear un inventario de palabras indispensable para dejar de estar en tensión con el mundo soñado. El amor –dicen- se respira, y se siente, y acaso se las arregla para mostrarse, a ratos, como un encuentro donde conjurar ligaduras entre la mirada y el cuerpo. A fin de cuentas, es lo que más se acerca a una flecha o a una cesta donde se encuentran los manjares del placer.
Las poetas líricas hispanoamericanas del siglo XX se sirvieron del amor para escribir, y ceder a la emoción, a la inconsciencia, a la absoluta “idiotez”, a un “descontrol” onírico. Sin embargo, ahora no sé si también entregarse (de manera incomprensible) a ese engaño que elegimos, sentido como intenso fuego y necesidad de aliento o aire para respirar, para jugar en la inmensidad de sus aguas.
Otras veces es desesperante el afán de amar o sentir el amor, y solo basta, entonces, suplicar a las antagónicas fuerzas (de los opuestos) abandonarse a ese deseo perseguido que continuamente se hace un abismo. Muchas mujeres lo disfrutamos desde el inmóvil silencio de los labios, o nos aventuramos a la falsa plenitud creyéndolo eterno. Otras han sido insensatas cuando se queman en solitario dando vueltas, queriendo que la persona amada sea un yo idéntico al suyo. Lánguidas, las demás, se subordinan al temblor de la pasión, y es como si la lluvia se hiciera la única vestidura para su desnudez. Entonces, el amor se hace odio, codicia, un encargo libre para ir detrás del viento, del fuerte viento. Es entonces cuando nos embriaga «la sed divina» de la cual escribió Alfonsina Storni (1892-1938) unos versos, al imaginar el mundo en el no-mundo, congregándose en el desafío del todo o el exceso de querer.
Ya lo escribió ella que: «La sed divina: … contenida entonces, me pulió el alma… // este cansancio amargo, este silencio de alma en que me escucho, este dolor mortal en que me abismo, esta inmovilidad del sentimiento ¡que sólo salta, bruscamente, cuando nada es posible! L. »
Ávida de amor estuvo Alfonsina, sobrecogida en la angustia de conocer su destino, de hacer de su alma una cárcel en la cual no pudo engañarse, puesto que la muerte es tan cierta como el amor cuando se pierde, siendo sus únicos auxiliadores los versos para invocar, para comprender la estocada del peligro inminente de perderlo todo.
Es ahora cuando comprendo que, el amor tiene sus códigos y sus maneras más aun cuando aflige, cuando despierta temores, y guarda secretos a las sombras de las dudas, y es ese el que más se cumple, el que arrebata las alegrías, al que la memoria no otorga el favor del olvido. Las cuestiones de amor se suceden día tras día, se recriminan, se arruinan, y se lamentan, y se cosifican en palabras.
El 17 de febrero de 1924, en la plenitud de la grandeza creativa de Alfonsina Storni, la revista dominicana La Cuna de América en su número 32 publicó un poema-símbolo de ella, que quizás causó revuelo, ya que nos transmite una conciencia sobreexcitada, una emoción inmediata, una belleza en disputa entre la palabra y la imagen, escrito a una persona amada, donde la poeta dejaba de lado la piel, los espejos, el disimulo de fragilidad, y sólo hacía de su voz un instrumento de delicadeza para hacer de su verdad un arte poética.
Era este poema «La Caricia perdida» en el que cantaba con osadía a la seducción femenil, al «derecho de importunar» de las mujeres, estando a disposición de la tentativa de un amor pasajero y fugaz, maravilloso, que demora en llegar o en anclarse entre las piernas, procurando un estado de goce perfecto, aun cuando ella especule en quién será.
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos… En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará… rodará…
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
En ocasión del centenario del poemario El dulce daño (1918) de Alfonsina Storni, y del 80º aniversario de su fallecimiento, presentamos a los lectores del medio periodístico digital Acento.com.do, la primera edición virtual del Diccionario Storni [1] para ser descargada de manera gratuita en formato PDF, recreado con imágenes correspondientes a impresiones de libros ilustrados en las tres primeras décadas del siglo XX por Fontanals, Marco, Enrique Ochoa, Juan Vila, André Margat, A. Liezen Mayer, R. Seitz y A. Schmitz, Gaspar Camps, Joseph Moja et Angelus Vivanco para las imprentas de José Poveda, Juan Pueyo, Helénica y Torrent de Madrid; la Tipografía Católica, Tipografía Yagües y la Editorial «Mundo Latino», de Madrid; la Casa Editorial Maucci y la Editorial Artística Española de Barcelona, y Editions de «La Caravelle».
NOTA
[1] Las obras originales de la escritora argentina Alfonsina Storni (1892-1938) son de dominio público, luego de transcurrir 70 años de su muerte.