…Si nacer o morir es indiferente” (Joan Manuel Serrat).

“Creo que podría vivir con los animales, son tan secretos y tan plácidos.
Me detengo y me demoro mirándolos.
No se atormentan ni se quejan de su condición,
no se quedan despiertos toda la noche ni lamentan sus culpas,
no me abruman con discusiones de sus deberes para con Dios.
Ni uno solo está descontento, ni uno solo está dominado por la locura de tener cosas,
ni uno solo se arrodilla ante otro, así fuera de su especie que vivió hace miles de años.
Ni uno solo es decente o desdichado en toda la faz de la tierra” (Walt Whitman).

Walt Whitman
Walt Whitman

Vida y Muerte forman una dualidad irreconciliable, y, sin embargo, no puede existir la una sin implicar a la otra. La vida es el triunfo de todo lo que bulle y palpita sobre lo deshabitado y lo inerte, y la muerte es la derrota definitiva de aquella. Mientras vivimos, la muerte es como una sombra proyectada sobre nuestra existencia. Una espada de Damocles que aguarda el momento propicio para accionar fatalmente.

La literatura de todos los tiempos y de todas las geografías está impregnada de preocupaciones que atañen al término de la vida. Por todo lo que encierra de misterioso y oculto; por toda la carga especulativa que se ha ido tejiendo alrededor de esa breve grafía /sonido (muerte); por todo lo pavoroso y desgarrador que ella supone, siempre será un filón atractivo dentro del ámbito de las creaciones del espíritu humano. Ella está en las grandes epopeyas, en los cantos litúrgicos, en las sagas orientales y occidentales, en los mitos y leyendas de ese mundo fascinante que construyeron griegos y romanos, en la música sacra y en la popular… ¿Qué valor daríamos a la vida si no existiera un elemento de comparación? La muerte, sombra de la vida, su lado oscuro mientras vivimos, es ese punto de comparación.

Tópicos sobre la muerte

Un tópico literario está compuesto por una frase, un verso o un fragmento breve, generalmente en latín, el cual reproduce una idea que se repite en una gran diversidad de autores y de textos. Muchos se inspiran en la literatura clásica (grecorromana); otros en textos y autores medievales y del Renacimiento. Algunos de ellos tienen a la muerte como tema central. Aquí destacamos tres.

Omnia Mors Aequat (“Muerte igualadora”): se refiere a que la muerte no concede privilegios ni hace excepciones; igual golpea a grandes potentados como a humildes siervos. “Perdemos todas las puertas, / perdemos todas las llaves, / ya no valen las apuestas, / la muerte nos hace iguales”, expresa René del Risco Bermúdez en un poema-canción interpretado por Sonia Silvestre.

Ubi Sunt (“¿Dónde están?”, o “¿Qué fue de aquellos?”), que procede de la expresión latina “¿Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? (“¿Dónde están quienes vivieron antes que nosotros?”) busca responder a la cuestión del destino de aquellos que nos han precedido; quienes, al igual que nosotros actualmente, habitaron el mundo hasta que la muerte los arrastró a su oscuro e insondable abismo. El tópico procura hacer reflexionar a aquellos que por detentar grandes fortunas e ilimitados poderes actúan como si fuesen invulnerables, sin reparar en que toda gloria humana es pasajera, pues la muerte no reconoce rangos ni jerarquías. 

Memento Mori (“Recuerda que has de morir”): señala la inevitabilidad de la muerte, como advertencia de que no podemos envanecernos con los haberes de este mundo, pues la vida es breve, y su fin, inevitable. Como en el tópico precedente, la advertencia parece dirigida a los soberbios que, por poseer cuantiosos bienes materiales, o por manejar grandes cuotas de poder, olvidan su condición de mortales. 

En los párrafos que siguen, comentaremos varios poemas que tratan sobre la muerte, incluyendo algunos en versión cantada, los cuales, aunque no han sido patentados como poemas propiamente, tienen suficiente dignidad y estatura estética para ser integrados al corpus. 

Rubén Darío
Rubén Darío

La visión sombría de Rubén Darío

Lo fatal

Rubén Darío

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos,
¡ni de dónde venimos!…

[Rubén Darío, Antología poética, prólogo y selección por Guillermo de Torre, Buenos Aires, Losada, 1966, pp. 181-182.]

Este poema apunta su sentido hacia la idea de que tener una sensibilidad muy desarrollada y una amplia facultad racional –atributos en los que se sustenta la condición humana– sólo producen dolor y desasosiego. De ahí que el yo lírico encomie la limitación sensitiva del árbol e, inclusive, la insensibilidad de la piedra. Sensibilidad y raciocinio en bajo grado parecen ser la clave para una vida sin mayores complicaciones. Vivir bajo tal estado de inconsciencia, insensible a toda clase de estímulo y sumido en una absoluta ignorancia sería el estado deseable, ya que en pensar y experimentar sensaciones se cifra la angustia existencial. Quien no piensa se libra de las grandes interrogantes que discurren por nuestro espíritu, y si esto se complementa con la “virtud” de la insensibilidad ya nada podrá atormentarle ni conmoverle. Para un ser semejante no habría ningún padecimiento moral.

Siguiendo el punto de vista anterior, el del sujeto lírico, el ser humano es desdichado porque tiene una sensibilidad muy desarrollada y porque a través de largos procesos evolutivos ha logrado potenciar su capacidad razonadora, reflexiva. Es tal condición lo que le inclina a una constante introspección sobre sus circunstancias personales, especialmente sobre el sentido de su vida. Y he ahí la trampa.

¿De qué le sirve al ser humano la capacidad de pensar, si no puede desentrañar el sentido último de su existencia, despejar las grandes incógnitas que se originan en su ser? ¿Si sus razonamientos no alcanzan para encarar sus incertidumbres y temores? Sobre todo, el temor a la muerte, que es un hecho cierto, nebuloso e inexpugnable.

Dentro de esa visión negativa, las pasiones corporales, las tentaciones que durante la juventud estimulan y seducen, no alcanzan a compensar todo el mal que acarrea el vivir: angustias, desvelos, ansias insatisfechas, acechanzas… y, lo dicho: un absoluto desconocimiento frente a las grandes cuestiones relacionadas con nuestro origen y el fin último. La muerte es el puerto común donde arribamos todos, sin embargo, sobre el más allá de esta vida terrenal no hay seguridad plena; sólo especulaciones y promesas de una ilimitada bienaventuranza.

El poema aborda una pregunta central que tantos filósofos han estado planteando a lo largo de los siglos, pero que todos, incluyendo a los que pertenecemos al profuso conglomerado de simples mortales, nos hacemos durante el curso de nuestra vida. Lo admirable es que lo que a muchos pensadores les ha costado innumerables páginas reflexivas, el poeta lo ha condensado en unas brevísimas líneas.

Antonio Machado.

¿Y ha de morir contigo? – Antonio Machado

¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?

Frente a la visión desesperanzada de Rubén Darío, Antonio Machado plantea otras cuestiones relacionadas con la parca. Pero sus preocupaciones se presentan en un tono menos sombrío. El yo poético, una proyección del espíritu reflexivo machadiano, también se muestra interesado en lo que pueda pasar tras el postrer aliento. No obstante, su preocupación se centra en el destino final de las vivencias que a lo largo de la vida se van alojando en el ser. El destino final de las vivencias del alma, esas experiencias maravillosas que se van acumulando con los años, “las pequeñas cosas” de que nos habla Serrat y que Machado en su poema integra en “los hálitos más puros de la vida”. Vivencias que dejan hondas huellas en el ser, que en principio son respuestas de los sentidos, pero que tras un proceso de sublimación pasan a ser memoria viva del espíritu. ¿Habrán de perecer esas vivencias cuando la materia cumpla su ciclo vital y se desintegre, en ese destino común que a todos nos aguarda? ¿Qué pasará, por ejemplo, con “la blanca sombra del amor primero”? ¿Dónde quedará “la voz que fue a tu corazón, / la mano que tú querías retener en sueños, / y todos los amores / que llegaron al alma, al hondo cielo?”.

Algo interior se remueve cuando junto al poeta andaluz nos preguntamos si “los yunques y crisoles de tu alma / trabajan para el polvo y para el viento”. Es decir, si todo aquello que dio valor y sentido a nuestra vida sucumbirá en la aniquilación final del cuerpo.

El viaje definitivo – Juan Ramón Jiménez

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.

(Tomado de «Corazón en el viento», en Poemas agrestes, 1910-1911).

La atención del sujeto lírico en este poema se centra en la continuidad del mundo luego de su deceso. La muerte nunca será un hecho trivial para el ser humano, pues todo un mundo se cierra con el último cierre de sus ojos. Sin embargo, el mundo no se alterará en lo más mínimo tras el fatal acontecimiento. Todo seguirá inalterable, pues el mundo se rige por un sistema de perenne continuidad. En la carrera de relevo que es la vida todos seremos sustituidos, y el juego continuará in saecula saeculorum. De ahí que en el poema juanramoniano, más allá de la muerte del sujeto lírico, los pájaros sigan cantando, el huerto continúe produciendo flores, la sombra del árbol permanezca, el pozo blanco siga fluyendo inalterablemente. Y nada impedirá que cada día el cielo permanezca azul y sereno. Los que sobrevivan al yo lírico igualmente tendrán su último día: ellos también tendrán su viaje definitivo. Y nada alterará el orden sucesivo de los años y los siglos; porque eso es ley de vida.

Al final, el yo lírico asume que estará solo, nostálgico de todo aquello que amaba (el hogar y su huerto, su árbol y su pozo, el cielo imperturbablemente sereno, las aves, que indiferentes, “se quedarán cantando”. 

El planteamiento de Serrat

Joan Manuel Serrat aborda la cuestión en una canción cuyos acordes no alcanzan a superar la melancolía del tema. Las preguntas del yo lírico no nacen de la angustia vital que supone no saber lo que deparará la muerte en sentido metafísico. La preocupación es más ordinaria y cotidiana, sin que en nada afecte su médula poética.

Si la muerte pisa mi huerto (poema/canción de Joan Manuel Serrat)

Si la muerte pisa mi huerto
¿quién firmará que he muerto
de muerte natural?

¿Quién lo voceará en mi pueblo?
¿quién pondrá un lazo negro
al entreabierto portal?

¿Quién será ese buen amigo
que morirá conmigo,
aunque sea un tanto así?

¿Quién mentirá un padrenuestro
y a rey muerto, rey puesto…
pensará para sí?

¿Quién cuidará de mi perro?
¿quién pagará mi entierro
y una cruz de metal?

¿Cuál de todos mis amores
ha de comprar las flores
para mi funeral?

¿Quién vaciará mis bolsillos?
¿quién liquidará mis deudas?
A saber…

¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?

¿Quién me hablará ente sollozos?
¿quién besará mis ojos
para darles la luz?

¿Quién rezará a mi memoria,
Dios lo tenga en su Gloria,
y brindará a mi salud?

¿Y quién hará pan de mi trigo?
¿quién se pondrá mi abrigo
el próximo diciembre?

¿Y quién será el nuevo dueño
de mi casa y mis sueños
y mi sillón de mimbre?

¿Quién me abrirá los cajones?
¿quién leerá mis canciones
con morboso placer?

¿Quién se acostará en mi cama,
se pondrá mi pijama
y mantendrá a mi mujer,

y me traerá un crisantemo
el primero de noviembre?
A saber…

¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?

Como podemos ver, las preocupaciones serratianas se quedan en lo cotidiano. En los afectos y objetos del entorno, y en quiénes se ocuparían de ellos en su ausencia definitiva. No hay la angustia metafísica de Rubén Darío, sino curiosidad por saber lo que ocurrirá en su mundo doméstico a partir del momento en que la Dama de Negro cierre sus ojos para siempre. 

Cantautor cubano Silvio Rodríguez. Foto de Gabriel Guerra Bianchini

Degustación final

Mientras tanto, cerremos con Silvio estas reflexiones. Él también se pregunta por el destino final de aquellas experiencias (miradas, palabras, gestos…) maravillosas que colman nuestros días en nuestro discurrir por la vida.

¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan entre las rendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y adónde van…?
¿Adónde van?

Silvio Rodríguez (“¿A dónde van?”).