Es nacer tan doloroso como morir. Toma la actitud del silencio; intégrate o desintégrate, y toma la actitud de la palabra infinita del más allá! Con los dos dedos del sol sobre la frente, y un paso casi cansado por la gravedad. Proximidad agobiante de reposo. Niños inútiles y mujeres fecundas. Bosque de cruces. Par de bípedos. La luz que nos ensombrece más la frente. Una voz grave que quiere ser alegre. Más de tres mil en un corto recinto. Los hombres cuando mueren humildes se acercan cada vez más. El mármol se hizo aquí como la yerba blanca, y la tierra se perfiló en montaña interior.
DOMINGO MORENO JIMÉNES. “El alba”, fragmento del poema Burbujas en el vaso de una vida breve (1946).
En febrero de 1916 la Revista Renacimiento dio inicio al calendario literario del poeta que vendría a hurgar, líricamente, en las entrañas del pueblo su sentir íntimo. Era el año, por demás, en el cual respiraríamos la tragedia de una invasión militar extranjera, consecuencia “natural” del odio, la confrontación, las parasitarias conjuras, la insostenible situación económica y las pugnas entre los partidos políticos. Todo esto arrastró consigo la sepultura de nuestra soberanía.
El 1916, sin embargo, iba a traer la apertura hacia la inmortalidad en el tiempo, de un hombre que honraría su origen humilde, de voz con dolor sereno, de alma congojosa como un páramo, pero despierta, transparente y hermosa. No era extraño que una época como ésta, que marcó el desgarramiento de los cimientos institucionales de la nación, puesto que se había cruzado la línea de la cordura, y la envidia violenta que se erigía como enfermedad entre los caudillos políticos triunfaba, trajera consigo un ser humano errante, un transeúnte sencillo que iba por todos los caminos polvorientos de los pueblos de este suelo con versos libres entre sus manos, sin disfraz de clasicismo, y que inquietaba a las inteligencias ociosas que no conocían de la intensidad de la vida espiritual de los que menos tienen, o tienen poco, por no decir nada. [1]
Domingo Moreno Jiménes (1894-1986), el poeta que produjo la ruptura con todas las estéticas del pasado que cultivaban nuestros tradicionales bardos, y forjó la emancipación de la literatura dominicana de los decadentes prejuicios de clase, y de los istmos académicos europeos, conoció accidentalmente de la publicación de su primer poema “Ensueño”, en la Revista Renacimiento, en 1916. En Domingo latía un fuego incontenible por la palabra, una aspiración sostenida por decirlo todo, pero de manera diferente. Sin impaciencia, sin estridencias, sería el cantor del pueblo, el observador taciturno de los matices desnudos de la realidad circundante, que era el paisaje cotidiano de los anhelos de todos, de esa multitud “ordinaria” que es peregrina por las montañas, los llanos, las praderas y los ríos con sufrimientos y padeciendo de la iniquidad.
Luego de esa inédito debut, Moreno Jiménes edita Promesa (Imprenta y Librería J. R. Vda. García, 1916) que comprende colecciones de poemas escritos de 1911 a 1913, y de 1913 a 1914; y, Vuelos y duelos (Imprenta y Librería J. R. Vda. García, 1916) obra escrita en 1915, pero publicada en ese mismo año. Posteriormente, en la Cuna de América, revista de Ciencias, Artes y Letras, cuyo Editor Propietario y Administrador era José Rdo. Roques Román, y fungía como Director-Redactor Félix M. Pérez, se conocen en el mes de septiembre de 1919 sus poemas “Elogia su flor llena de júbilo”, “Dos novios” y “Un triste”. En la misma revista en los meses de enero, marzo, abril y junio de 1920, aparecen sus poemas “Justicia”, “Idilios”, “Sombra de un Vuelo” y “Ella”. [2].
Sin embargo, es en la edición de La Cuna de América, del segundo número del mes de marzo de 1921 (Año IX, Núm. 19) que se reproducen de Domingo las “Poesías con tendencia postumistas, publicadas por Moreno Jiménes en “Letras”, en diversas épocas”, que son: “Claror”, “Paisaje” y “Enlace”, y se lee el artículo de Rafael Augusta Zorrilla “Origen del Postumismo”, quien se sumó al credo de esta vanguardia nacionalista junto a Ricardo M. Lora, Esteban Polanco Billini, Francisco Ulises Domínguez, R. M. Mora, Ángel Rafael Lamarche, Andrés Avelino y Vigil Díaz, y en el cual consigna que: “Por el año 1918, la revista “Letras” nos mostró una labor poética completamente extraña a nuestra tradición literaria, esta labor, obra de un poeta que bien podemos llamar estética personal, produjo entonces entre los literatos de más fuste un ensordecedor escarceo; era natural que una lírica como ésta, desprovista de toda traba métrica y desnuda de todo retórico amaneramiento, no encontrara acogida favorable en el primer momento, dado a nuestro especial escepticismo por todo lo que trastorna el pausado discurrir de las cosas. […] Moreno Jiménes, quien es el escritor de que he venido haciendo referencia, está dotado de un carácter refractario a las necesidades de la moderna sociedad. Siempre ha vivido dentro de un reducido número de amigos. En aquellos días, para restarse molestias, vióse [sic] precisado a refugiarse en los más íntimos. En ese escaso número me encontraba yo. Nuestras ansias de libertad artística y nuestros ideales estéticos, llegaron a hacerse tan idénticos, que nuestra amistad llegó a los más dilatados dominios de la excelsitud”. [3]
Es en este año cuando el Postumismo, como primer movimiento literario nativo y autóctono, se fortifica, se expande con autonomía, por encima de las antipatías y de los ataques, y se obsequia a los lectores, a todos los núcleos sociales locales con la palpitación del alma nacional, como un quehacer estético que traerá al parnaso enseñanzas y vivificará la cultura de este pueblo aldeano que dormitaba en la sordidez del temor, en la ignorancia impuesta, en costumbres puras, colonizado, y vuelto a ser colonizado, vergonzosamente en 1916. Moreno Jiménes entregaba a la civilización de América, desde esta antigua villa de la ciudad de Santo Domingo, un despertar al mundo del espíritu libre-creador, que inquietaba a los serviles y a las cabezas de quienes no concebían la soberanía de las muchedumbres.
Moreno Jiménes era un poeta no articulado al poder ni a las intrigas políticas, por eso rechazó la protección de mecenas, las tintas de nombramientos y las torres de marfil. Su rebeldía era la rebeldía de la virtud, la rebeldía de la conciencia; por eso se confunde camino arriba, camino abajo, con las muchedumbres en las plazas públicas, rechazando los afeites que da la afectación de los círculos “ilustres”.
Domingo Moreno Jiménes creía, además, en la soberanía del alma; tenía una fibra cristiana, una idea cósmica de la vida y de la existencia, que revelaba su universo de espectador, su proceder y actitud de respeto a la naturaleza. Su paso por este plano, ha hecho que escritores privilegiados de la palabra, no solo escudriñen en su interior sino, además, que vayan detrás de los inauditos árboles bajo los cuales Moreno Jiménes escribió poemas de gran vitalidad y originalidad. Dio al mundo él, el movimiento Postumista, pero en verdad lo nuevo de su extraordinaria obra poética, que comprende más de cincuenta títulos, fue la reivindicación no sólo de lo nacional, sino también sus interrogantes sobre los hombres que se sofocan cuando confunden lo que es ser un ser creyente, con un ser practicante de la verdad.
Tuve la fortuna de conocer a Moreno Jiménes en 1985, cuando buscaba de fuertes arraigos literarios para saber cómo se penetra a la palabra de manera inquisitiva, o cómo podemos meditar sobre las cosas sencillas. Él era el modelo a seguir, el Maestro poeta sobre el cual, quizás, una se atreve a biografiar reminiscencias de antaño. Cuando llegué a su vida, el Maestro ya estaba lleno de achaques propios de su avanzada edad; escuchaba las voces de los visitantes, pero padecía del silencio creativo, y se asomaba a la despedida.
Ahora, treinta y un años después de aquel encuentro, he vuelto a leer su vigorosa obra poética. Lo releo detenida en las briznas de la tarde o en las sombras que trae la noche. Leo los poemas de su primera mocedad, y aquellos que llaman de la madurez, y descubro que Domingo anduvo detrás de preocupaciones que pertenecen al misterio, buscando íntimamente de las ideas preexistentes que luego se tornan “realidad” su esencia, relacionándose con el entendimiento divino, creando su propio Evangelio con palabras desde su alma acongojada.
Moreno Jiménes, desde el inicio de su obra, se escuchó a sí mismo, pero también escuchó de los otros, lo que eran sus tormentas espirituales, sus soñolientas pasiones, la cobardía sostenida de quienes huyen de los latidos del corazón.
Ahora, en este tiempo abismal en que las grandes mayorías tienen “fiebre política”, y que como dice Miguel de Unamuno: “Cuando cae sobre un pueblo la preocupación política parece como que todas las demás actividades espirituales, y sobre todo las más elevadas, sufren una especie de parada y estancamiento” [4], resulta de gran trascendencia volver la mirada hacia la fuerza de las reflexiones de Moreno Jiménes, a esa mentalidad distinta a la de su siglo, que conocía de los “favores particulares” que hay que hacerle a los compradores de conciencias, más cuando los pueblos duermen después de comer de la mano de los aliados de la tiranía.
Algunos “poetas”, a veces, se acostumbran a ser llamados a esa ciudad de pleitesía donde se entrapan con el poder político. Los que lo aceptan son incapaces de tener serenidad en sus almas. Industrializan su pluma, no se dejan agitar por las críticas, porque se apoyan en la soberbia de su esclavitud al silencio pagado. Se hacen infames mensajeros de la propaganda para la dominación, y su hostia instantánea es el simple esnobismo, alzarse en la adoración de las extravagancias de quien manda, y de éstos solo se dirá en la historia que, fueron “los que quedaron en diálogo perenne con la inexistencia de la existencia” (Domingo Moreno).
La inquietud eterna de los poetas es curarse de la barbarie, no languidecer en la inacción, vivificar la ritualidad que traen los espejos de la historia, ir detrás de su estado íntimo de conciencia, despreciar el materialismo disfrazado de progreso, descansar en paz cuando tengan que rendir cuentas ante la llegada de la muerte sin fatigas, respirar del aire la plenitud del deber cumplido, luchar porque la humanidad no perezca por falta de esperanzas, hacer nacer desde sus entrañas la triunfante libertad del espíritu, y no participar en la comedia de la vida, aun cuando sean testigos de ella. Es por esto que Moreno Jiménes dice que: “La vida es fea cuando el hombre quiere que lo sea. No hay vidas opacas posibles sin la voluntad del hombre”.
Quizás Domingo Moreno Jiménes, a través del movimiento Postumista, procuro aportar los cimientos para que la República de principios del siglo XX pudiera construir, a través de la palabra, “una soberanía de las muchedumbres”, que no dificultara al hombre común, al hombre sencillo, alcanzar la emancipación de su espíritu, y que se sirviera de sus versos para sembrar en las montañas y en los llanos, una vida sin ociosidad, sin hastíos y sin desengaños.
Su poema “Ecuanimidad” [1930] hace evidente su grandeza, su determinación absoluta de huir de lo material, de los cantos de cisnes, puesto que su vida de luz, siendo una vida de vía crucis, alcanza el noble rango de una inquebrantable vida ética. Él era un poeta sensorial, no de una vana estética intelectualista, puesto que el “deber-ser” lo asumía como un “es para nosotros”. Este poema constituye parte de su testamento, su rostro humano, la visible razón de su arte escritural, y hace que se erija –ante mis ojos- como un postumista que encuentra en el mundo su soledad y ostracismo negándolo todo, con un deseo auténtico de no tener máscaras nocivas ni instinto de esclavo hacia lo banal: “No me des la fortuna, / Dios, / no me des la fortuna. //¡Quiero vivir en paz con los hombres! // Si tuviera demasiados amigos/ y hasta quizás cuidados, / ¿qué sería de mi albergue solitario, / de mis cuitas, / y de mis resplandores árticos?// Deja en la paz tender mis días/ y en el nublado descifrarse mis últimas verdades. // Déjame concluir sin ahínco/ y sin lucha, como una luz crepuscular que entre las raudas sombras se apaga.” [5]
Sin embargo, el esfuerzo de Moreno Jiménes no evitó que este pueblo continuara por un sendero pedregoso, aun siendo el portador de nuevos valores y de nuevas ideas, o bien de “las virtudes anónimas”.
La situación de “vivir viendo” de Domingo Moreno Jiménes en esta media Isla, me retrotrae a los planteamientos de Alfred Stern, expresados en su libro Filosofía de los Valores, donde analiza en un capítulo la axiología y el pensamiento del filósofo de la escuela neokantiana de Marburgo (Alemania), Nicolai Hartmann (1882-1950). Stern señala: “El portador de ideas es, por consiguiente, el mayéutico de los valores. El tiempo no es siempre favorable a los proclamadores de nuevos valores y, a menudo, mueren incomprendidos en una sombría soledad. La razón de esto es que los valores no recogidos en las muchedumbres no pueden hallar resonancia en éstas”. [6]
Moreno Jiménes escribió en San Pedro de Macorís, el 11 de septiembre de 1935, que: “Nos quejamos frecuentemente de nuestros medios de expresión: no poder poner sonido a la luz; estar imposibilitados, para echar a rodar el ímpetu de los elementos con nuestras palabras. Queremos que Dios renazca de nuevo en nosotros, pero nos perdemos en un crepúsculo de divagaciones y no acertamos a echar dos pies adelante el acto creador. Es verdad que para iluminar es necesario estar iluminado y las pertinencias nos obligan a apagar en muchos actos de la vida la llama sacra de nuestro ser”. [7] Idea que refuerza en 1946 cuando escribe: “Dios nacerá en verdad cuando los hombres se comprendan!”.
En este sendero pedregoso en que vivimos actualmente, donde ningún discurso o proclama de los que se creen “iluminados” se hace fecundo en las muchedumbres, donde no hay remedio para curar las heridas abiertas a tres generaciones que temen ser dirigidas por una casta de desquiciados políticos que están tirando de la cuerda al lado de mercaderes de furiosa idolatría a sí mismos, para que se hunda toda posibilidad de un renacer de la conciencia del pueblo, creo que una manera que tenemos de salvarnos de los estragos de este tiempo, es volviendo a leer sin prejuicio alguno, las concepciones filosóficas-metafísicas de la obra de Moreno Jiménes.
La crítica contemporánea no se ha detenido a ver los valores estéticos, la naturaleza ontológica y los matices de drama existencial que encierra el largo poema en prosa de Domingo Moreno Jiménes, Burbujas en el vaso de una vida breve (1946), subdividido en “El alba”, “El día”, “El crepúsculo”, “La noche” y “El alba”.
Domingo Moreno Jiménes merecía ser nuestro Poeta Nacional. Tal vez, no fue una casualidad que escribiera su poema “Inquietud” [1932] donde con cierta premonición sentencia: “¡Pasé como un soplo!/ Estremecido, delirante, triste; / apresado en un zócalo, bajo los barrotes de la lluvia.// ¡Pasé como un soplo!/ Y la vida iba y venía a mi derredor/ sin que nadie se diera cuenta.// ¡Pasé como un soplo!/ ¿Y acaso el porvenir de la humanidad/ podrá estar pendiente de algún leve pedúnculo de tiempo? / La realidad podría ser en los otros, / pero el infinito no era ni siquiera en mí… / Y quedé pasmado en mi tremulación, / ¡no sé qué días! ¡qué horas! ¡qué años!/ Parecía una vértebra perdida en la supra-realidad desconocida. / Las agujas de mi reloj no medían números, / y yo era una miseria de afilados suspiros sobre el segmento!”. [8]
Moreno Jiménes supo “ser en sí” un sujeto para revelarnos cosas, nuevos valores y nuevas ideas. Quien tenga dudas al respecto, los invito a leer dentro de su corazón cuando “la oquedad de la noche/ es Dios mismo, sobrecogido de insólito cansancio” (Domingo Moreno), este autor que hace más de un siglo nació, que debió predominar en la memoria de este pueblo, y este pueblo confundirse con la sustancia perdurable de su pensamiento, y la esencia de su palabra. Lastima mucho cuán olvidado está Domingo, y que estos versos que copio, él lo escribiera como una profecía: “Hoy ya no tengo sueño: / me pierdo en una soledad más vasta que la vida.”
La historia, el presente y las muchedumbres tienen la necesidad urgente del advenimiento de un poeta como Domingo Moreno Jiménes, cuya religión como creador sea hacer al pueblo libre, y marchar con él, para que todos se puedan sobreponer a la angustia del aniquilamiento de la dignidad individual, y darles ánimo para no continuar acostumbrándose a tener los brazos cruzados. [9]
NOTAS
[1] José Rafael Lantigua. Domingo Moreno Jiménes. Apóstol de la Poesía. 3ra. Edición (Santo Domingo: Ediciones Taller, 1984):26.
[2] Cuna de América, Revista de Ciencias, Artes y Letras (Año VIII, Núm. 13, 1919: 185), (Año VIII, Núm. 18, 1919: 253), (Año VIII, Núm. 31-32, 1920: s/n), (Año VIII, Núm. 37-38, 1920: s/n), (Año VIII, Núm. 43-44, 1920: s/n) y (Año IX, Núm. 4, 1920: 55).
[3] Cuna de América, Revista de Ciencias, Artes y Letras (Segundo número del mes de marzo de 1921, Año IX, Núm. 19): 305.
[4] Miguel de Unamuno. Mi religión y otros ensayos (Espasa-Calpe Argentina, S. A., 1945): 66.
[5] Poesía y Teatro. Colección Pensamiento Dominicano, Volumen I (Santo Domingo: Banco de Reservas, 2008): 79. [Introducción Jeannette Miller, Epílogo de Jorge Tena Reyes].
[6] Alfred Stern. Filosofía de los Valores 2da. Ed. Revisada y ampliada (Compañía General Fabril Editora: Buenos Aires, 1960): 69. [Traducción del francés Humberto Piñera Llera].
[7] D. Moreno Jiménes. Acta No. 1 (Fragmentos). América-Mundo. 1er. Ciclo de la 2da. Época. (Ciudad Trujillo, República Dominicana, 1937): 33.
[8] Poesía y Teatro, Ibídem: 80.
[9] Conocimos a Moreno Jiménes anciano, al hombre que a través de la poesía le entregaba a su pueblo una identidad propia, en una visita que le realizamos el 14 de agosto de 1985, en el Centro Médico Nacional. Habíamos leído en una nota de la redacción del Listín Diario (13-VIII-85): 3B, que el poeta se encontraba ingresado “por orden expresa del rector y el fundador de la Universidad Central del Este”, porque el poeta estaba “aquejado de dolencias renales y pulmonares y su cuidado es de sumo cuidado”. Le comuniqué mi amigo tallerista del “César Vallejo”, José Ramón (Josemón) Tejada, la situación, y que deberíamos tener una expresión de gratitud con Moreno Jiménes, a lo cual él me contestó que sugería. Decidimos, la Directiva del “César Vallejo”, declararlo “Miembro Honorífico” del Taller, lo cual hicimos el 15 de mismo mes. Esperamos que el poeta se convaleciera, y fuimos a su casa en la antigua Avenida 2da., número 14, ya entonces designada con su nombre, en el Barrio de Mejoramiento Social a llevarle las nuevas buenas. Nos recibió brevemente, estaba en su habitación descansando, y su hija Lourdes, no condujo hacia a su padre, que ya no tenía tanta vitalidad, pero que guardaba en su semblante una luz, y atesoraba una mirada preexistente al suelo, pero que transmitía la hondura de un sentir.
El matutino Listín Diario, se hizo eco de este gesto, que al principio fue íntimo, entre nosotros (José Ramón, Lourdes y quien escribe) de la Generación del 80, reseñando “Distinguen a Moreno Jiménes”: “El poeta Domingo Moreno Jiménes fue designado Miembro Honorífico del Taller Literario “César Vallejo”, del departamento de Difusión Artística y Cultural de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Tras calificar de “alta y de gran valía” la creación artística del fundador del “movimiento postumista”, el organismo cultural de la UASD expresa que éste es el más justo reconocimiento que la presente generación de jóvenes escritores y poetas puede otorgar a Moreno Jiménes.” [Listín Diario (16-VIII-85):10B y Listín Diario (20-VIII-85): 4. Un años después, el periódico HOY (30-IX-86):4, en la sección del Editorial de “Cartas de los Lectores”, publicó una misiva en la época en que Virgilio Alcántara era su Director, del tallerista vallejiano, Marcos Jesús Colón Arache, titulada “Ante la muerte de Domingo Moreno Jiménes”.]
Desde entonces, luego de su restablecimiento, los visitamos esporádicamente, en su humilde vivienda pintada en su frente de color limoncillo, adornada en su interior con extrema austeridad, en compañía de José Ramón, Rubén Ventura Taylor, Marcos Jesús Colón Arache, y Nelson Morrison, que era el fotógrafo oficial del Taller Literario.