“Abrí el libro, y desperté los maravillosos sueños del poeta, y me sorprendió, en mis manos, una rama de mirto eterno…”. DELIA WEBER, 1923. [1]
“-¿Cuál es, Sire, hubo quién preguntó un día, la mujer de Francia más meritoria a vuestros ojos?…
-La que da más hijos a la Patria, replicó brutalmente el primer Cónsul.
Y yo pienso como el genio; y deduzcas sin reservas que la mujer nació exclusivamente para ser mujer del hombre, para cuidar de la casa y para tener y cuidar muchachos.
Crudo y todo cómo está eso ahí, resume toda la civilización y toda la vida de la humanidad.
El día en que la mujer adquiera el nobilísimo derecho de ser un marimacho, sonaría la última hora de las sociedades humanas.
Es que, como lo dijo el poeta, la mujer nació, como la paloma, para el nido, y el hombre, como el león, para el combate. […]
Si hubiera Dios querido que fuéramos nosotros los que concibiéramos y diéramos a luz, de muy diverso modo a como es hubieran sido las cosas; y si se le hubiera metido entre ceja y ceja al Hacedor, que hombre y mujer llenaran idéntica misión en el mundo, o todos fuéramos hombres o todos fuéramos mujeres, o mejor dicho, no fuéramos ni mujeres ni hombres, sino unos seres que brotaban de la tierra con órganos idénticos, haciéndonos a todos por igual, propios para machacar piedras, para horadar montañas y para decidir nuestras cuestiones, cuando mejor nos pareciera, a machetazos.”
EUGENIO DESCHAMPS, Mujeres Marimachos, 1898 [2]
… Y, al igual que ayer, viéndonos en el espejo de la Historia, de esa Historia canónica, pálida, dominante, de marionetas, que sus contertulios narran a partir de la causalidad de la manzana “siniestra” como un esparcimiento, desde la altivez de los que discuten cómo hacer al teatro del mundo creíble, hoy (lunes 25 de julio de 2016), los legisladores de la Cámara de Diputados de la República Dominicana, trenzas sus cabezas con vapores y humitos hipócritas de mea culpa, y continúan asumiendo ese parecer “ilustrado” de Deschamps, expresado hace más de un siglo.
Es ese mismo Eugenio Deschamps, el desterrado que retorna de Ponce, ante el cual el pueblo de Santiago se “volcaría” a esperarlo a su llegada a la Estación del Ferrocarril Central Dominicano, desde Puerto Plata, junto a Juan Isidro Jiménes, y otros “individuos de alta significación política” el 30 de abril de 1903, como representantes del gobierno Provisional de la República.
Es el mismo Eugenio Deschamps, el prolífico escritor de artículos “viriles” (como se decía en la época), que es incapaz de biografiarse, que llega al clímax de su parálisis cerebral, luego de vencer por envidia al Héroe del 26 de julio de 1899, al general Horacio Vásquez, en la guerra de la línea noroeste, que dejó al país, una vez más, arruinado, llenó de cadáveres y de sangre.
Deschamps, Jiménes, Zeno, Frías, Pérez y Pérez, Gil, y Vásquez, todos eran representantes de la más voraz lucha de poder de fines del 19 y principios del siglo 20, que en lugar de sembrar ideas, sembraron dolor, un estado anárquico con las armas en las manos, cuando se hizo más feroz el enfrentamiento entre el jimenismo y el horacismo. Pero es Deschamps el tribuno, el candidato a Diputado, y luego Gobernador de Puerto Plata, el que escribe este texto misógino, discriminatorio, lleno de estereotipos sobre la mujer. [3]
Es Eugenio Deschamps (1861-1919), el mismo que publicó en el “Boletín Nacionalista” de la Junta Provincial Nacionalista de Puerto Plata, el que dice, y denuncia bajo el seudónimo de Juan del Cibao, cómo los intelectuales convierten a un “improvisado caudillo” en un César, y “se someten a todas las bajezas, poniéndose al servicio de todos los verdugos”. Es Eugenio Deschamps, el mismo que procuraba el monopolio de la cultura por los jimenistas, el que insultaba frenéticamente a sus contrarios, calumniaba, traicionaba a su protectores, y es el mismo que huía cuando el estado de cosas se ponía “difícil”, al decir de sus contemporáneos, y el que “En la política nacional ha girado a merced de todos los vientos”, el Representante de la Junta de Intelectuales y de la Ciudad Primada de América, y del “civismo de unas conciencias honradas”, considerado por el periódico La Bandera Libre, entonces, en 1899 como “el más popular, hoy, de nuestros hombres públicos”, el que se expresa así de las mujeres, gravitando en torno a él las veladas literarias y siendo ovacionado por los incautos. [4]
Por el contrario, Delia Weber (hija de un inmigrante holandés de origen alemán que llegó a Santo Domingo desde Curazao a ejercer el oficio de joyero) no se dejaría subordinar a esa predominante narrativa de la Historia. Su padre Johann Stephan Weber (Curazao, 1878-Santo Domingo, 1940), la alfabetizó en el ámbito privado, entre las cuatro paredes de una casa colonial del siglo XVII, situada en la antigua Calle Plateros o de los Plateros, entonces calle Consistorial número 85, hoy Arzobispo Meriño, donde se estableció en 1904 la Casa Weber, una tienda de prendas hechas a mano con hilos de oro y plata.
Delia desarrolló la afición por la lectura desde muy temprana edad, haciendo del libro, de las posibilidades de su universo cotidiano y de los inconvenientes materiales limitativos que le rodeaban un personaje, a quien le escribe. No le atraía lo banal. Nació con los albores del siglo XX, en 1900, en medio de un escenario donde se entretejían anárquicas circunstancias sociales, y se hacía de los acontecimientos políticos imperantes un ánfora de chismes y enfrentamientos. Sin embargo, era el ambiente de la vieja ciudad, real y ficticio al mismo tiempo, el que marcaba el deterioro progresivo de los anhelos de un pueblo por tener otras posibilidades de convivencia.
Cuando Delia era pequeña, las revoluciones continuaban inundando de sangre al país, así como las conjuras políticas, las bajezas entre rivales partidistas, el despotismo, los torbellinos de codicias que se convertían en venganzas personales, los canallescos enfrentamientos, los tentáculos del Concho Primo pueblerino, las imposiciones de reformas a la Constitución que traían consigo la legalización del absolutismo, y castraban cualquier avance intelectual, renacer de ideas y de pensamiento. La ciudad de Santo Domingo donde nacería Delia, desde 1899 iba languideciendo. La “voz” pública continuaba siendo la voz de los hombres, y sólo se mantenía como recuerdo la voz “femenil” de las Maestras Normales formadas en las postrimerías del siglo XIX, y la enseñanza en pequeñas escuelas privadas para niñas.
Al llegar a la adultez, y al asumirse rebelde, Delia comprendió que era actuar en contraposición con la ideología patriarcal que encarnaba la representación colectiva del dominio del caudillo. Imposible impulsar una instrucción no sexista, que el Estado legislara sobre la “igualdad” entre los sexos, visibilizara la presencia femenina en los discursos oficiales, o que se transformara el tono superficial y conformista de las mujeres sometidas al control del marido, que no se reconocían aun como víctimas de la opresión genérica. No obstante, la alfabetización a nivel nacional de la mujer se iría abriendo sendero, pero cada creadora pensante, en las distintas regiones del país, aun continuaran atrapadas en la bastardía de la existencia patriarcal, iba desarrollando un monólogo interior con los textos que leía.
En este ambiente de convulsiones, donde las señoritas declamaban en las veladas el poema “Ausente” del venezolano Gutiérrez y Coll, y “Los estragos del tiempo” de Restrepo, y “Fe en el Porvenir” de Salomé Ureña de Henríquez y Carvajal, se fue desarrollando la personalidad enigmática de Delia Weber, esteta y musa de pintores, fotógrafos, escultores y poetas.
Delia escribía, y guardaba sus escritos. Meditaba en el silencio de su habitación ubicada en la planta alta de la casa, rodeada de un balcón balaustrado de caoba centenaria. Delia se dejaba frecuentar por las rosas. Confluían en ella, las tareas diarias de una adolescente, y las ilusiones. Desempeñaba la rutilante labor de experimentar el exilio interior, la sensación de un auto confinamiento, el amor de su madre Enriqueta Pérez Mieses (Santo Domingo, 1883-1950), y el apoyo de su padre, ido a destiempo como su tío el maestro Luis A. Weber, desaparecido en 1930 cuando el huracán San Zenón con sus torrenciales lluvias, y los vientos bravíos de latigazos del mar, alzaron los techos de zinc de todo el perímetro de la ciudad antigua, y se lo llevó.
Nació Delia, y vivió su adolescencia, en una sociedad patriarcal donde se observaban pocos signos de un cambio drástico para que, se crearan simpatías hacia el pensamiento de la mujer, que no fuera hacerlas musas “femeniles”. Las artistas y creadoras de las primeras tres décadas del siglo XX vivieron el trauma de no saber cómo cambiar de piel, cómo abandonar la imagen de estar encerradas en una especie de caracol, que las mantenía distantes de la participación política, intelectual o del comercio, porque estaban doblemente re-simbolizadas: como sujetos sexuados y como sujetos para el deleite, lo cual era una manera de castración y exclusión, de que sus páginas y sus lienzos continuaran, aparentemente, en blanco, para que el vacío silente se apropiara de su voz, y las autorrealizaciones no dejaran de ser un sueño.
Sin embargo, unos ojos como los de Delia, se mantenían abiertos, pendientes de lo que acontecía a su alrededor, conectaban su talento con el lenguaje, y con esa identidad que se construye huyendo de la sumisión.
Delia se enfrentaba al paradigma masculino/femenino (cultura/naturaleza). Su existencia era entre esos dos planos, entre esos dos mundos. Cuando empieza a escribir guiones para cine, pretendía erosionar a la ortodoxia, a los parámetros tradicionales de la ideologización patriarcal, en medio de todas las dislocaciones traumáticas que traía la política sexual.
Dibujaba, pintaba esas contradicciones entre las que se entretejen la mirada, el deseo, la marginalidad genérica y los prejuicios. Ser o no ser era el tono ambivalente en el cual se apoyaron las escritoras, pintoras, intelectuales y artistas de la ciudad formadas y forjadas en el Instituto de Señoritas “Salomé Ureña”, y algunas –como Celeste Woss y Gil, y Delia Weber- hicieron del arte una profesión remunerada.
Desde 1918 a 1923 Delia sale, atraviesa el umbral de los muros de la casa paterna. Empieza a estudiar pintura con el maestro Abelardo Rodríguez Urdaneta, en su atelier de calle Duarte número 14, esquina Arzobispo Nouel, en Santa Bárbara, y a intercambiar con los poetas románticos de moda, Apolinar Perdomo, Juan Bautista Lamarche, Colón Echevarría, Rafael Damirón, entre otros.
Este “close-up” en torno al mundo que rodeaba a Delia, ha sido para identificar el ambiente de época de nuestra protagonista, y para tratar de esculpir ese-yo lírico, poético, de libertad, de rebeldía que la indujo, además, posteriormente, a estar al frente del movimiento feminista en 1922 junto a Petronila Angélica Gómez en San Pedro de Macorís, y desde 1927 al lado de Abigaíl Mejía en el sufragismo de vanguardia.
Delia, de temperamento espiritual apacible, de carácter reservado, estudiosa de las religiones orientales, amiga de Tagore, se involucró intensamente por dos décadas a enfrentar a la cultura patriarcal. Sabía que no había matrimonio feliz, cuando la mujer se niega a ser sometida, y cuando su pensamiento molesta al hombre.
No se enojaba públicamente, pero sí lo hacía ante las injusticias. Era litigante y debatía a través de las páginas de la revista Fémina sus puntos de vista, de ahí la célebre polémica que sostuvo con Gabriela Mistral, refutándole a la Maestra chilena su artículo sobre la “Separación del Trabajo por Sexos” en 1927, donde Delia le salió al frente a la errada opinión de la futuro Premio Nobel de Literatura, sobre la segregación del trabajo según los sexos que proponía la Mistral desde la revista newyorquina “La Nueva Democracia” en un ensayo, en el cual expresó que: “La brutalidad de la fábrica se ha abierto para la mujer; la fealdad de algunos oficios, sencillamente viriles, ha incorporado a sus sindicatos a la mujer; profesiones sin entraña espiritual, de puro agio feo, han cogido en su viscosa tembladera a la mujer. (…) La mujer es el primer culpable: ella ha querido ser incorporada, no importa a qué, ser tomada en cuenta en toda oficina de trabajo donde el dueño era el hombre y que, por ser dominio inédito de ella, le parecía un palacio de cuento”. [5]
El trabajo de obrera en la fábrica, de chofer, de conductora de tranvía, entendía Delia, no suprimía la feminidad, pero tampoco era la virtud de la maternidad, obstáculo para que ella se desenvolviera en el ámbito público.
Delia consideraba que no existían excusas para que la mujer no fuera protagonista de su propia vida. De ahí, que cuando sintió o sospechaba los intentos de pretensión de sus maridos de sojuzgarla, infidelidades o adulterios, se liberaba del contrato matrimonial. Dos matrimonios hubo en su vida, y dos divorcios también. Y, fue capaz de criar y educar a sus cuatro hijos sola.
Del material inédito de Delia Weber, rescatado del derrumbe del lunes 18 de noviembre de 1991 en la tarde, en la casa de la calle Arzobispo Meriño, por su hijo el Dr. Rodolfo Coiscou Weber, presentamos dos guiones de cine, escritos siguiendo el canon de la época, estructurados en cinco, tres o dos actos, y un escenario de cámara oculta.
Delia Weber en La Dama del Guante (1923) y Amores de una Colegiala (1934) nos muestra una historia conflictiva, existencial, feminista, si se quiere, y otra que, como un escorzo, recrea lo que sucede en la sociedad, y que se pretende obviar: la situación de entrega al “amor” de señoritas ingenuas y sumisas, lo cual trae sus consecuencias: la maternidad precoz de las adolescentes.
En el primero afirma la identidad de una mujer que pretende ser independiente, que reconoce no ser un apéndice sumiso del hombre, y menos aún a los dictámenes del conglomerado social –es decir, el Estado patriarcal- sino un sujeto de búsquedas, que interactúa con los conflictos existenciales de los otros y de las otras, a quien le echan en cara su falta de comunicación, su deseo de no compartir, de no dejarse afectar por la marginalidad.
Estos dos guiones que presentamos, han permanecido inéditos; su rescate y conservación sólo fue posible por el amor de su hijo, el escritor Rodolfo Coiscou Weber, reconocido periodista.
Como observan dos eventos inesperados han causado terribles dramas en la vida de Delia: el huracán de septiembre de 1930 que se llevó a su tío y mentor, y parte de su obra; y el derrumbe en 1991 de las vigas de maderas y el techo de ladrillo de la casa de mampostería colonial. Son confluencias, destrozos de pasados, que nos impiden conocer todo el volumen de manuscritos inéditos de la autora que se perdieron.
Veamos ahora algunos fragmentos de los dos guiones, La Dama del Guante y Los Amores de una Colegiala.
LA DAMA DEL GUANTE [Comedia en tres actos, 1923]
PERSONAJES
ZENOBIA, La mujer de ideales
YOLANDA, Hermana. Tipo de coqueta vulgar
OLEIDA, Hermana. Tipo sin personalidad
HIEMOR, Esposo de Zenobia, cínico
AGRABANA, Mujer sumisa
EL PRÍNCIPE ARLES, El ideal
YOTEX, Hombre peligroso
MAX, El artista
LUCIANO, El Don Juan
ACTO I
Palacio de una corte antigua
ESCENA I [Fragmento]
Salón de intimidad. Agrabana cose las cintas a un traje de terciopelo rosa. Zenobia, echada sobre la alfombra, apoya su cabeza sobre un sillón cercano, descontenta; triste, con la mirada lejana.
AGRABANA.-… Eres rarísima, hija. ¿Por qué no has de considerarte igual a todas las mujeres? ¿Qué diferencias hay entre tú y ellas? Nunca sabes decir lo que significan tus palabras cuando una no te comprende. Te haces la vida oscura, hija mía.
ZENOBIA.- Quisiera ser como mis hermanas, porque las veo felices, pero no podré ser nunca como ellas… ¿Qué quieres que haga, mamá.
AGRABANA.- Ser feliz es ser sencillo.
ZENOBIA.- (Como consigo misma) Creo que no soy sencilla…
AGRABANA.- ¿Por qué no cantas y bailas como tus hermanas? Pasas la vida en un rincón, con los ojos grandes y la expresión vaga, como si no estuvieses dónde estás… Sabes que a Hiemor le gusta el canto y el baile. ¿Qué va a pensar y hacer de tus complicados atractivos? No, Zenobia, no confíes demasiado…
ZENOBIA.-Todo eso que dices, madre, no hace sino dejar un poco de tristeza en lo que veo. Yo no he nacido para esconderme; y es preciso que me esconda para ser feliz…
(Se levanta cansada. Su mirada triste vaga como en extravío)
AGRABANA.- (Suspendiendo su labor)… Pero, ¿qué llamas esconderte?
ZENOBIA.-Engañarme… Apagar mis propias luces…
LOS AMORES DE UNA COLEGIALA [Drama en dos actos, 1934].
PERSONAJES
SEÑORITA DARMINA
DOÑA CONCHITA
UNA PROFESORA
UN GALÁN (que no aparece en escena)
UNA AMIGA
UNA MODISTA
ACTO PRIMERO
ESCENA I [Fragmento]
“En una sala sencillamente amueblada, se verifica la representación. Al fondo, una puerta que conduce al interior. A un lado, una puerta que conduce a la calle y al opuesto una ventana. (Doña Conchita se halla entregada a labores costureras. Darmina finge que se halla estudiando).
DOÑA CONCHITA.- (Cariñosamente). Ven siéntate a mi lado, mi buena hijita. Abandona unos instantes tu lectura y da reposo a tu mente, que bastante has trabajado ya.
DARMINA.- ¡Qué buena eres abuelita! ¿De veras que quieres mucho a tu hijita? ¿Siempre me tendrás a tu lado?
DOÑA CONCHITA.- Sí, mi querida. Por eso cuando sufres, sufro más. En mis preces fervorosas siempre pido, que no te arranque de mi lado el destino.
[Se produce la visita de la profesora a la casa de Darmina, a llevar regaños sobre ésta, diciéndole que “Antes era aplicada y ahora se muestra indiferente. Cada vez se hace más meditabunda”].
PROFESORA.- (Sentándose).- No me diga nadita, que hace unas dos semanas que se está ocupando en ir con el rostro pintarrajeado como una ciruela.- Apenas se acuerda de llevar los libros al aula. […] En momentos se queda boquiabierta y pensativa. Muy a menudo la veo ocultar cartas, que sospecho son amorosas.
ACTO II
ESCENA IV [Fragmento]
AMIGA.- Yo, no he sido tampoco más feliz. Como fruto de mis locos amoríos, hoy me acompaña un recién nacido vástago, que será el recuerdo de mis alegrías, pero el motivo de mis penas.
DARMINA.- (Interrumpiendo con ansiedad) ¿Qué dices? ¿Dónde se encuentra? ¿Será muy bello?
Después que te ausentaste por tantos meses de este pueblucho, no había tenido noticias tuyas. ¿Te has casado?
AMIGA.- Sí, y he aquí mi desgracia. Tú sufres la pérdida del que te brindó su amor y yo la amarga decepción, del que solo para mí, tuvo un amor muy bien fingido.
Ahora comprendo el error de nuestra juventud.
DARMINA.- (Afligida).- Grande, muy grande fue nuestro error. Ahora veo cuan necesaria se nos hace una completa preparación.
AMIGA.- (Afligida). El modernismo fue mal interpretado por nosotras y debemos sufrir ahora nuestra gran equivocación.
No obstante, esas situaciones, la Señorita Darmina, insiste en su afán de alcanzar el amor, y expresa como anhelo y testimonio: “¡Cuán largas transcurren las horas en que espero al amado! ¿Será cierto que me ama? No hay duda de ello. Por él he despreciado el porvenir que me presentaba mi carrera de estudios y yo aspiraré por siempre, como justa recompensa, el místico perfume que me brinda la corola de su ferviente amor.” [Escena VI]
Luego de la lectura de los fragmentos de estos dos guiones, La Dama del Guante y Los Amores de una Colegiala, nos preguntamos ¿qué discursos de la “igualdad” o sobre las “desigualdades”, en la experiencia amatoria, nos muestran estos guiones de Delia Weber, colocando en conflicto los imaginarios afectivos del sujeto femenino? -Acaso, ¿el discurso de la dignidad aprisionada, lo difícil que se hacen los cambios de identidades, de mujer castrada, de mujer tatuada, de mujer sumisa, de mujer sin albedrío, a una mujer que difiere, que existe?
-Acaso, ¿el desmantelamiento del discurso “oculto” de la representación cultural de la mujer como un sujeto que no vale por sus ideas, sino por sus encantos o belleza, y su aprobación a los estereotipos impuestos, los mismos que les impiden desaprehender los tatuajes psicológicos e ideológicos del androcentrismo, y no hacerse preguntas en ese mundo simbólico-traumático en el que transcurre su historia oficial, avasallada, cautiva por unas relaciones de poder que organiza todo, porque el poseedor del falo determina el concepto de “amor romántico” como amor-posesión, desde el que construye su narcisismo primario, su ego erótico, que no puede estar en el más mínimo peligro, menos aún si ella decide distanciarse de esa amarga caverna donde ni siquiera puede escuchar su voz interior: el Estado patriarcal?
Dos identidades creadas por Delia: una en 1923, y otra, una década después, en 1934, cuando ya la dictadura de Trujillo, de “le tendre cannibale”, se había entronizado en el imaginario colectivo como un sado-masoquista que prometía paz, bienestar y progreso, luego de las revoluciones, de la presencia omnipotente del invasor extranjero, y de las difusas “presidencias” de dos de los Héroes del 29 julio de 1899, inhibiendo al jimenismo y al horacismo de toda posibilidad de retorno o de permanencia de sus estructuras partidistas.
Dos guiones, dos rostros, dos caras, el Yin y el Yan, la noche y el día, la luz y la sombra. Esa “imago” del Yo atada a la del “macho” persiste aun en el presente.
No ha sido posible derribar a la autoridad fálica del poder patriarcal-familiar, que representa el “macho”, y de la cual el Estado es el ogro, el verdugo, el que crea los agujeros para las tumbas de las mujeres, para las vertiginosas abatidas de ese cañón fálico que son las armas de fuego.
Entre ese abatimiento de la identidad, donde la “igualdad” genérica es solo una preposición o un enunciado nominal, estuvo nuestra Delia, siendo hermosa, atractivamente cautivante, seductora, y una pensante intelectual.
La “igualdad”, esa palabra creada por el hombre, no es más que un hueco logaritmo, y de manera feroz un padre pre-edíptico al que se le debe obediencia porque obliga por la ley, que permite sin horrorizarse por su falta de acción para “proteger”, “garantizar derechos, y en especial, una identidad, que sean vulnerados los cuerpos de sus “hijas”, las hijas irredentas del Estado patriarcal.
Diariamente, las mujeres continúan viviendo en duelo. De esclavas que fueron ayer, ahora su cuerpo es una cosa que se mutila. Esta neurosis obsesiva del Estado patriarcal, las mantiene como sus siervas, y, por supuesto, como dueño absoluto de su cuerpo.
Esa palabra “igualdad” tiene por sí misma una amalgama de narraciones; es un ladrillo inútil, aunque persista en aprisionar entre las paredes los estallidos de libertad. En nombre de la “igualdad” también se confeccionan rejas virtuales, y prisiones subliminales infrahumanas.
Cada mujer debe llevar siempre consigo una libreta donde anote sus racionamientos, y entre ellos, consignar que la “igualdad” es un fallo de la democracia representativa.
Delia Weber documentó en estos dos guiones que, al sujeto mujer los otros y las otras le han creado una vida cotidiana de distorsiones y omisiones. No exagero, porque también las falsas percepciones inducidas por el poder político crean distorsiones a la identidad, porque no nos hemos tomado el tiempo suficiente para crear nuestro propio caleidoscopio interpretativo y discursivo, para resquebrajar los velos de la Historia, y a pasar a la palabra “igualdad” por un filtro.
… Pasado el tiempo, aun estando en el umbral de 1900, cuando nace Delia Weber, la “igualdad” no dejaba de ser más que un paradigma filosófico que deriva de la razón, de un “deber-ser” que en apariencia se asume como un principio prioritario en todos los ámbitos de la interacción social, cultural y política de las personas y los Estados, que se pretende universalista, creado en Occidente y elaborado en el siglo XVIII por la Ilustración. La “igualdad” -según los juristas y tratadistas- deriva en un derecho positivo, para no contravenir a la naturaleza, y al postulado inalterable de que todos nacemos libres e iguales. No obstante, este axioma, instaurado desde el privilegio del poder sexual del hombre, no incluyó ni reconoció a la mujer en su ser-esencial como parte del género humano, y la catapultó al anonimato sin identidades.
Aun cuando la “igualdad” se contrapone a las “desigualdades”, las sufragistas comprendieron que era necesario ir forjando una conciencia crítica para que, a partir de mediados del siglo XIX, se extendiera ese principio al sujeto femenino, motivadas por sus luchas de emancipación, hasta alcanzar las conquistas logradas para la abolición de la dominación patriarcal, derivando su condición en una “igualdad” jurídica formal que, sin embargo, no es una “igualdad” sin filtros de exclusión, sino discriminatoria, aun cuando el reconocimiento de su ciudadanía política le añadiera derechos. Sobre esa “igualdad” irreal, legal, formal, hipotética, ficticia, es que el Estado dominicano es dueño del sujeto mujer, dueño de su cuerpo, dueño de su vida.
Pero, el movimiento de mujeres y las feministas locales de la segunda ola, no han aceptado que la “igualdad” es un término abstracto que constantemente se debe quebrar, puesto que, a fin de cuentas, es, un “querer-ser” que se acciona en el espacio público y privado, puesto que la libertad, ese vocablo “algo” utópico también creado por el hombre, es inherente a él, a ellos, y constituye de por sí, invisiblemente, el sustrato para que permanezca originalmente su esencia, su significado, sus heredades históricas.
No es una falsa percepción, como tampoco es incierto decir que, toda castración al pensar, al accionar con autonomía, trae la rebeldía, y esferas desconocidas del tiempo donde la humanidad hace florecer, generación tras generación, estallidos contra esa poderosa libidinización del Estado patriarcal.
Al final, solo me queda decir como Delia hizo en su poema Luz Nueva, en 1923: “Ayer murió el crepúsculo en mi seno. Parecía un niño soñoliento. / Los tintes rosas se apagaron en el gris. El aire suave reía en las altas florecillas. // Yo tenía en las manos el libro del poeta de la paz. Recordé los versos, embriagada, despierta, soñando… Y jugué en la placidez del que hace elección perfecta, como el vendimiador elige el racimo que dará mejor vivo el año nuevo.” [6]
NOTAS
[1] Delia Weber de Coiscou “Luz Nueva” (Revista Panfilia, 1924):6
[2] Eugenio Deschamps, “Mujeres Marimachos”, La Democracia (Ponce, Puerto Rico: 19 de febrero de 1898) s/p.
[3] “Información Política. En la Estación”. (El Diario: Santiago, 2 –V-1903):2.
[4] “Las elecciones en el país. De la Junta Nacionalista de Puerto Plata” (19 de diciembre, 1913). Artículo publicado en el [Listín Diario]; Hoja Suelta Boletín Nacionalista de la Junta Provincial Nacionalista de Puerto Plata (Puerto Plata: Tipografía Ecos del Norte, Año I, Septiembre 1º 1913, Número 1): 1; y Hoja Suelta “Amasijo de Infamias” [Firmado “El Corresponsal”, Santo Domingo, Febrero 25, 1904): 1.
[5] Fémina, (Año VI, Número 110, octubre 1927): 13, 14 y 15
[6] Delia Weber de Coiscou “Luz Nueva” (Revista Panfilia, 1924):6
Foto de Berta Singerman y Gabriela Mistral procede del libro de Berta Singerman Mis dos vidas (Ediciones Tres Tiempos. 2da. Ed. Buenos Aires, 1981).