SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Más que riqueza, don Gianni Vicini Cabral deja absoluta lealtad, discreción, intuición y buen juicio a la hora de invertir, infatigable capacidad de trabajo, paciencia y serenidad, capacidad para no hacerse notar y una auténtica devoción en aras de la unión familiar.
Esas palabras la escribió el intelectual Fernando Ferrán, ex director del diario El Caribe, quien las remitió a Acento. Ferrán trabajó en Vicini durante varios años, y ahora es ejecutivo de la Cámara de Comercio y Producción de Santo Domingo.
A continuación la el texto de Fernando I. Ferrán sobre Juan Bautista Vicini Cabral:
No conocí a Juan Bautista Vicini Cabral, don Gianni, –o don Juan, como lo llamaban sus más íntimos amigos y familiares–más allá de la formalidad de esporádicos saludos y conversaciones casi protocolares. Pero siempre me impresionaron su afabilidad y su penetrante mirada, cualidades ambas que engalanan a un ser humilde y austero, colmado por virtudes tan humanas como la compasión, la solidaridad, el talento y el buen humor, la disciplina y la perseverancia.
Muchas líneas y más devoción merece quien, encarnando con gran discreción en la economía dominicana contemporánea la verdadera ¨mano invisible¨ de la que habló Adam Smith, colaboró durante más de 50 años para engendrar entre nosotros la riqueza y el bien común de unas empresas y de una patria que amó entrañablemente.
Alejado ya del polvoriento diario vivir, desafío su ausencia para recrear en aquella mirada aguda las edades por las cuales transcurrió su vida mortal. Mas lo advierto antes de comenzar: la admiración nubla mi percepción cuando descubro la biografía de un dominicano que bien merece servir de norte a las nuevas generaciones en y fuera del país.
Para ordenar tantos años, acontecimientos y anécdotas, me limito a descubrir en don Gianni cuatro de las edades de todo hombre, tal y como las describe Shakespeare en “Como gustéis”; a saber, infante y escolar, joven empresario, general y, por fin, estadista sabio.
Infante y escolar. Juan Bautista Vicini Cabral nació el 7 de abril de 1924 en Génova Italia, donde sus padres, doña Amelia Cabral Bermúdez de Vicini y don Felipe Vicini Perdomo, pasaron su luna de miel. Fue el mayor de cuatro hermanos: José (Giuseppe), Laura y Felipe, y llegó al país de meses en los brazos de su nodriza.
Dada la temprana muerte de su padre en 1936, doña Amelia fue su mentora. Lejos del infante que “lloriquea… en los brazos de la nodriza”, como escribiera Shakespeare, doña Amelia supo forjar su temple, enraizarle valores y orientar su inteligencia y desvelos hacia las mejores causas empresariales, ciudadanas y familiares.
El joven Vicini de seguro asumió una comprensión integral de las cosas mientras realizaba sus estudios de primaria en Italia y de secundaria en el Riverdale Country School de Nueva York. En 1946 se graduó con honores de Ingeniero Químico Industrial del Massachusetts Institute of Technology (MIT).
Como si fuera un presagio de ese mundo ancho y ajeno en el que le tocaría desenvolverse como jefe de familia y como empresario, su dedicación a los libros la compartió con la esgrima y con el baile. El dominio del movimiento elegante, parsimonioso pero rápido y certero de ese deporte pronto lo llevó a ser campeón de esgrima en MIT. Lamentablemente, debido a la II Guerra Mundial, no participó en representación del equipo dominicano en las Olimpíadas de 1944. Mientras tanto, sin embargo, su destreza como danzarín lo condujo a ser profesor de “ballroom dancing” en la Academia de Arthur Murray, en Estados Unidos.
Joven empresario. Como emprendedor se distinguió en tanto que amante del trabajo y de los negocios. De regreso al país en 1947, se colocó a la cabeza de los negocios de la familia y se puso al frente de la tercera generación Vicini en el país. A partir de ese momento, su legendaria discreción fue superada solamente por su espíritu empresarial certero y siempre visionario e innovador.
Realizó, digámoslo así, su pasantía en el Ingenio Angelina en el año 1948. Fue allí donde experimentó que estaba “suspirando como un horno”.
En 1949 asumió la Administración del Ingenio Angelina, preservó la presencia benéfica de su tío José María Cabral Bermúdez, al tiempo que se rodeó de fieles y eficientes colaboradores de la talla de Pedro Luis Santana Corominas, Juan Manuel Roso y de tantos otros que, pasados los años, recuerdan sus inagotables jornadas de trabajo, su prodigiosa memoria, su interés por los más mínimos detalles y, por sobre todas las cosas, la inefable calidad de su condición humana. De acuerdo a un compañero de labores de aquél entonces,
“Don Juan tenía ya la gran virtud de ser una persona modesta, no ostentosa, cualidad ésta poco común en un hombre joven y de muy buena posición económica. (…) Debo repetirlo, la gran virtud de Don Juan es su modestia.”
Otro de sus coetáneos durante aquella década juvenil, vislumbra diversos detalles personales del empresario en ciernes; a saber, su meticulosidad, su incondicional entrega al trabajo y la empatía que suscitaba gracias a la cuál más que admirado, llegó a ser querido por todos:
“Siempre que se sentaba cuidadosamente le sacaba el filo al pantalón, al lado de su cama tenía una silla donde colocaba el pantalón después de doblarlo, las medias las envolvía y las colocaba con el pantalón y los zapatos los ponía debajo de la silla. Se dio a querer de todo el mundo, pero era desorganizado en su vida de trabajo, me refiero a que se pasaba dentro de la factoría hasta la media noche.”
Aguerrido general. Desde su ascenso al poder del Estado dominicano en 1930, Trujillo quiso golpear, entre tantos otros, a la familia Vicini: primero, con la pieza legislativa conocida como Ley de Derechos Sucesorales, cuya finalidad última era castigar a los herederos del patrimonio familiar; y segundo, presionando política y económicamente para apropiarse de esas propiedades.
Pero no lo consiguió debido, tanto al temple de doña Amelia, como a la astucia de su hijo Juan Bautista. En una ocasión, según la tradición oral que transmite uno de sus allegados,
“El Jefe mandó a buscar al joven don Gianni y expresó su deseo de comprarle sus ingenios azucareros. Don Gianni respondió como siempre, de manera pausada y cortés, a ese deseo expresando su satisfacción y de inmediato solicitó al Jefe que le permitiera viajar a Italia donde consultaría con sus socios respecto a cuál debía ser el precio de esas propiedades. Desconociendo el engaño, Trujillo accedió complacido. ¿Dónde estaba el engaño? Pues nada más y nada menos en que la familia Vicini no tenía socios, cosa ésta que desconocía el Jefe pero de la cual se valió don Gianni para ganar tiempo y salir del país.”
Se sabe que desde el autoexilio de Nueva York operaba sus negocios, diversificaba las inversiones y velaba por el destino del país. “Mr. X”, nombre encubierto que se le dio en papeles hasta hace poco secretos, no regresó hasta la caída del régimen dictatorial que ayudó a derrocar a inicios de los 60. Lo que no se sabe en ese contexto, sin embargo, es si al regresar al país, don Gianni respetó su vieja costumbre:
“Hay una parte de su vida que es recordada por todos lo que trabajamos con él en la oficina principal de Casa Vicini, es que tenía dos escritorios y todos sus archivos colocados papelitos por papelitos, y cuando salía de viaje les colocaba un plástico encima y cuando retornaba quitaba su plástico y sabía el mínimo papelito que le habían movido”.
Queda pues en suspenso si se limitó o no a quitar el plástico cuando regresó del autoexilio. En cualquier hipótesis, a partir de ese momento su ingenio se puso al servicio del relanzamiento económico del país, de la consolidación y renovación de los negocios familiares, al igual que del fortalecimiento de la institucionalidad democrática del país.
Bajo su liderazgo y con el indiscutible apoyo y empuje de sus hermanos José y Felipe, se modernizó el ingenio Cristóbal Colón; se realizaron inversiones en Metaldom; se puso el capital semilla y, todavía más, mantuvo el apoyo al Banco Popular; colaboró con la Comisión de Comercio Exterior y con el Instituto Azucarero Dominicano, con el Banco Metropolitano y con Cementos Nacionales, entre otras tantas iniciativas relevantes.
De manera concomitante, aunque con el propósito de fortalecer la incipiente base institucional de la democracia dominicana, ofreció apoyo a la Fundación Dominicana de Desarrollo (FDD), a Acción Pro Desarrollo de Santiago, a la recién fundada Universidad Católica Madre y Maestra, a la Fundación Universitaria Católica, al Consejo Nacional de Hombres de Empresa, a la Junta Agroempresarial Dominicana, a la Asociación de Industrias de la República Dominicana, a la Asociación Dominicana de Hacendados y Agricultores, al Patronato del Teatro Nacional y a la Fundación Manuel del Cabral, entre otras muchas de las instituciones que hasta el día de hoy configuran ese fértil semillero de iniciativas y de quehaceres que es la nación dominicana.
Como rasgo distintivo de ese ser privilegiado, destaca la extraordinaria genialidad financiera de don Gianni Vicini. Ésta resulta ser proverbial. Quizás superada solamente por el sinnúmero de informaciones que maneja a toda hora, todos los días, y por ese aparentemente desorganizado suelo de su oficina particular repleto de periódicos arrojados por doquier y expuestos, en la página financiera, a su aguda visión y a sus posteriores y exitosas movidas de compras oportunas y de beneficiosas ventas en bolsas de valores internacionales. Así ha ganado “fortunas” y dizque hasta ha logrado restaurar el valor perdido a lejanas monedas africanas.
Pero no todo se reduce al interés económico. Ningún logro ha sido superior para él que las innombrables relaciones y amistades que cultivó.
Independientemente de las fábulas que puedan tejerse alrededor de su persona, ninguna podrá desdecir su infatigable capacidad de escuchar todo y a todos, al igual que su sentido de lealtad y de honestidad.
Su ego nunca fue tan frágil como para que no soportara críticas. “Digan lo que quieran pero (don Gianni) no padece de oídos cansados”, apuntala quien lo conociera de cerca en aquellos tiempos de dolorosa gestación empresarial y ciudadana que van desde principios de los años 60 hasta inicios de los 90, antes de cincelar en el mármol de los recuerdos:
“Pocas personas son más fieles que don Gianni. Es amigo de verdad. En las buenas y sobre todo en las malas. Y si no que le pregunten al doctor Balaguer, cuando recibió su visita personal escasas horas después de abandonar el poder el 16 agosto del 78; o bien, al doctor Peña Gómez en el transcurso de su agónica y larga enfermedad.”
Estadista sabio. Lejos de ser “el viejo enflaquecido en zapatillas” que describiera Shakespeare, don Gianni devino un ser de dimensiones mitológicas en tanto que hacedor de fortunas e ideal socio empresarial; y como si eso fuera poco, también como bailarín de merengue y de tango, como generoso bienhechor y como sensible y jovial conversador de los temas más diversos gracias a una mente brillante, curiosa y siempre atenta a todo.
Llegado a mediado de los 90 y a la primera década del nuevo siglo, pero curtido ya por el dolor agudo de la pérdida de su esposa, doña Alma Stella Lluberes, así como la de sus tres hermanos, sobresale desde entonces su renovada confianza en las virtudes de la iniciativa empresarial privada para generar riquezas y fuentes de trabajo, al igual que su compromiso con los mejores valores de la nación dominicana.
Y si al árbol se le conoce por los frutos, los de don Gianni son legión. Uno de los más recientes y responsable es el respaldo que con su patrimonio familiar dio al Banco del Progreso, gracias a lo cual superó los efectos de un ominoso fraude y, por ende, rescató la credibilidad y la seguridad de todo el sistema bancario nacional.
Pero tan significativo como lo anterior es la labor de Cicerón con la que promovió y enalteció a la cuarta generación Vicini que con renovados valores y principios añejos deja en pie.
Gianni Vicini lega, más que indudables riquezas, el ejemplo de su multifacética personalidad: absoluta lealtad y discreción en los negocios; intuición y buen juicio a la hora de invertir; infatigable capacidad de trabajo; férrea voluntad para acometer y conducir a buen término lo emprendido; paciencia y serenidad; insospechada capacidad para no hacerse notar y no hacer ruidos innecesarios, ni siquiera, en las plazas o en los negocios que él mismo fundó o secundó; capacidad de adaptación a todas las circunstancias, aunque sin abandonar sus principios empresariales y democráticos; y por supuesto, que no lo olviden quienes tengan oídos para oír, una auténtica devoción y consagración abnegada –a prueba de intrigas, de malquerencias, de disgustos y de desalientos– en aras de la unión familiar de los suyos.
De ahí que esa imagen frágil y de alegre caminar cada día, al llegar y al salir de Casa Vicini, detuviera sus pasos, inclinara su cabeza e invocara a la Virgen Inmaculada María Madre del Divino Amor. Mas he ahí por qué escribo hoy: quisiera que con los suyos a la cabeza, emulemos su ejemplar hoja de vida. Y que sea Ella entonces la que sirva de testigo a su legado y haga valer la bienaventuranza que ampara a quienes como don Gianni no temieron la libertad ni la verdad porque son mansos y pobres de espíritu –incluso—antes de regresar al pródigo seno de la tierra.
Y de ahí que me atreva a reconocer que, si bien la eternidad no es oscura, pues los destellos de su luz traslucen en el rostro de cada ser humano, hoy nos sigue iluminando por medio de la recia mansedumbre de ese hombre bueno que sigue siendo Juan Bautista Vicini Cabral.