En la planificación de la muerte de las heroínas de Salcedo, Rafael L. Trujillo, Johnny Abbes García, Candito Torres y Víctor Alicinio Peña Rivera tomaron en cuenta múltiples detalles: quienes ejecutarían el asesinato; cortaron cuatro pedazos de madera para golpearlas; trasladaron a los tres esposos desde la cárcel de La Victoria, próximo a Santo Domingo, hasta la cárcel de Puerto Plata a cientos de kilómetros de distancia. Cuidaron de que al momento del asesinato no estuvieran acompañadas de niños ni ancianos, así como el lugar donde lanzarían sus cuerpos y el vehículo en que viajaban. También hicieron lo posible para borrar las huellas de los responsables de la eliminación física de las heroínas de Ojo de Agua, Salcedo, para que todo quedara como un accidente automovilístico. Pero al final, la verdad salió a flote y los responsables señalados por la historia.
El capitán Alicinio Peña Rivera, el eficiente jefe del Servicio de Inteligencia Militar en el Departamento Norte con sede en la ciudad de Santiago, discutió el plan en reunión sostenida en el “Café Antillas” con el “jefe formal” del SIM, el oficial Candito Torres, quien había recibido la orden directa de Johnny Abbes García y este a su vez de Rafael L. Trujillo. Ellos constituían la cadena de mando y así quedó confesado en sus memorias publicadas en 1977 con el título: Historia oculta de un dictador: Trujillo.
Posterior a la muerte de Trujillo y la salida al extranjero de esa familia, el capitán Peña Rivera fue apresado mientras se encontraba en la base aérea de Santiago. En su condición de preso que esperaba ser juzgado por los crímenes cuenta en sus memorias, que él se había “enterado que los que eran jefes en el SIM, y los que lo habían sido, estaban ahora provistos de pasaportes y eran sacados del país. Los miembros de las Fueras Armadas asignados al SIM estaban reintegrados a sus unidades, y a muchos se les había enviado a remotas guarniciones, o a tranquilos parajes del país, donde no se les conocía”.[1]
En enero de 1962, después de la salida de la presidencia del doctor Joaquín Balaguer, la justicia dominicana inicio el proceso judicial que concluyó el 24 de noviembre del mismo año con las condenas a los que participaron en las muertes de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, así como de su acompañe Rufino de la Cruz. Los agentes del SIM que participaron en el hecho recibieron condenas que iban desde los 30 hasta los 2 años años de cárcel. Ese día Víctor Alicino Peña Rivera fue identificado por todos los testigos civiles y militares y miembros del SIM, como el que el personaje que ataviado de sombrero ancho dirigió el asesinato; por ese hecho resultó condenado a 20 años de trabajos públicos.
Años después, en la guerra de abril de 1965, muchos de los implicados en los más horrendos crímenes cometidos durante la dictadura de Trujillo fueron liberados por militares amigos, entre ellos el capitán Alicinio Pena, quien viajo al extranjero y residió por décadas en la isla de Puerto Rico y en la ciudad de Boston, en los Estados Unidos.
En 1977, amparado en la complicidad del gobierno de Joaquín Balaguer, visitó el país y se le vio caminar en el palacio nacional moviéndose con absoluta libertad; además, en aquellos días utilizó los salones de la Biblioteca Nacional para poner en circulación su libro-memorias Historia oculta de un dictador, con el que pretendió convencer a los dominicanos de su inocencia en lo que él mismo llamó “la operación hermanas Mirabal”. En esa obra, el capitán jefe del SIM en el Cibao, confirmó de manera puntual que los responsables del asesinato los fueron Rafael L. Trujillo y Johnny Abbes García, Candido Torres y él mismo, aunque en el texto pretende confundir al decir que se encontraba muy distante del lugar en que se cometió el hecho; sin embargo, todos sus argumentos fueron desmontados por los testigos en el juicio que concluyó el 24 de noviembre de 1962.
Alicinio queriendo ocultar responsabilidad
En la narración de los hechos, después de confirmar que él estuvo directamente vinculado a la planificación del asesinato, termina diciendo que ese viajó desde Santiago hasta Salcedo y desde esa población hasta San Francisco de Macorís, para “poner la mayor distancia entre los hechos que podían desarrollarse, y mi persona”. Sin embargo, estando a más de 15 años del lamentable suceso y sintiéndose protegido en los Estados Unidos donde vivía a su ancha presumiendo de “empresario” y escritor, no se atrevió a señalar a otra persona como responsable directo del crimen, como lo hizo Abbes García en 1967, quien dijo que fue una persona de la familia Imbert la que había dirigido la operación. Si eso hubiera sido cierto, se puede estar seguro de que Peña Rivera habría utilizado a su favor esa declaración del jefe del SIM y anotado de manera destacada esa intriga. Pudo haber sido su mejor justificación de que él no tenía responsabilidad ni estuvo presente, pero no lo hizo. Lo que contó en sus memorias fue lo siguiente:
“Aquella tarde yo había salido para la finca que había comprado al Estado, y que yo mismo elegí de entre las que habían sido confiscadas, por sentencias de los tribunales, a elementos “que participaron en conspiraciones contra el gobierno”. La finca, situada en el lugar donde residían las Mirabal, había sido propiedad de Pedro González Cruz, esposo de Patria Mirabal. El entrar en posesión de la propiedad dio lugar a comentarios que pretendían vincularme con la comisión de los asesinatos. Yo podía presumir lo que ocurriría si las hermanas Mirabal visitaban a sus esposos, sin sus hijos. Mientras llevaran a sus hijos, no se actuaría contra ellas. Podía presumir lo que ocurriría, pero no podía impedirlo. Cerca de la finca estuve discutiendo la venta de parte de la cosecha de cacao, (…). Luego seguí hasta San Francisco de Macorís a visitar a mis padres, que allí residían. Mi intención era poner la mayor distancia entre los hechos que podían desarrollarse, y mi persona”.
La madre fue obligada a firmar una carta.
Como una información que ayuda a entender la perversidad con que actuaba la dictadura de Trujillo, el capitán Peña Rivera relató en su libro-memorias, la manera en que Mercedes Reyes Camilo, madre de las hermanas Mirabal, a tres días del fatal acontecimiento se vio obligada a firmar una carta para aceptar en contra de su voluntad, que aquel hecho era fruto de un accidente automovilístico y no un crimen que era conocido por muchos.
Sobre esta situación, narra Víctor A. Peña Rivera lo siguiente: “Días después fui llamado al despacho del Jefe del SIM, quien me entregó una carta en que se desmentían especulaciones de alguna prensa extranjera, estableciendo dudas sobre la veracidad de los informes del accidente en que murieron las hermanas Mirabal. En la carta se acepta que efectivamente había ocurrido el accidente, y que el mismo había causado la muerte de las hermanas. La carta debía firmarla ¡la madre de las asesinadas!
“De acuerdo con las instrucciones que recibí, el Gobernador de la Provincia debía ser la persona que cumpliera la encomienda, pero yo debía acompañarle.(…). Ya estaba entrando en años, y me recibió con mal disimulada sorpresa. Le comuniqué el motivo de mi visita y comprendí que aquel sería un trago amargo para él, como lo era para mí. Pero ambos estábamos obligados a cumplir la encomienda (…).
“Entramos por un gran portón a unos terrenos cubiertos por un bien cuidado jardín (….). Muy pocas personas se encontraban en la casa. (….). El gobernador entro y yo seguí sus pasos. Fuimos recibidos por un tío de las hermanas asesinadas, que vivía en un lugar lejano, pero que había llegado a ayudar a sus hermanos. La madre estaba en un aposento y hasta nosotros llegaban sus roncos gritos de angustia. Era una continuada expresión de dolor y desesperación. (…). Luego salió el Gobernador, en cuyas manos temblorosas traía aquel papel firmando con trazos inciertos. (…). Al día siguiente “El Caribe”, el periódico de mayor circulación en el país, publicaba en la primera página “aquel desmentido, que era una mentira”.
A continuación, insertamos la confesión del Capitán Peña Rivera, tomado de sus memorias “Historia oculta de un dictador: Trujillo”.
“El asesinato de las hermanas Mirabal”.
“El 18 de mayo de 1960, las hermanas Minerva y María Teresa Mirabal, respectivamente esposas del Licenciado Manuel Tavárez Justo y del Ingeniero Leandro Guzmán, ambos dirigentes del movimiento insurreccional “14 de Junio”, fueron juzgadas en un tribunal de la capital, por atentar contra la seguridad del Estado. Se les declaró culpables, y fueron condenadas a tres años de prisión. El 9 de agosto de ese mismo año fueron puestas en libertad “por disposición del Generalísimo Trujillo”. Sus esposos permanecían en prisión.
“Estas “disposiciones” del Generalísimo tenían un doble propósito. Por un lado pretendía demostrar “la generosidad de Trujillo”. Por el otro, quedan en libertad personas a quienes él quería continuar hostilizando. Tal fue “la disposición” en el caso de las hermanas Mirabal. Meses más tarde, el Ministro de las Fuerzas Armadas, el General José Rene Román Fernández, que más adelante participó en el complot que culminó en el asesinato del Generalísimo, ordenó que el Ingeniero Leandro Guzmán y el Licenciado Manuel Tavárez Justo, fueran trasladados de la prisión estatal en que cumplían condena, ubicada en el poblado llamado La Victoria, cerca de la capital, hasta la prisión de la ciudad de Salcedo, radicada en el recinto de la guarnición del Ejercito, destacada allí, y muy cerca del lugar donde Vivian las hermanas Mirabal con sus familiares.
“El traslado era el primer paso de un plan para matar a las hermanas Mirabal. Al Coronel Nivar Ledesma, del Ejercito Dominicano, Jefe dela Penitenciaria de La Victoria, correspondió llamar a su despacho al Licenciado Tavárez Justo y al Ingeniero Guzmán, para informarles que serían trasladados a la cárcel de Salcedo. Con aquel traslado de sus esposos a una prisión tan cercana al lugar de su residencia, el régimen quería aparentar benevolencia hacia las hermanas Mirabal. Para visitar a sus esposos encarcelados, no tendrían que realizar largos viajes. Ahora podrían visitarlos semanalmente.
La “trampa” no se veía.
“El Licenciado Tavárez Justo era alto y fornido, con una incipiente calvicie. El Ingeniero Guzmán era bajo y delgado. Ambos habían sufrido horribles torturas en la cárcel de “La Cuarenta” durante la fase investigativa, y sus carnes mostraban muchas cicatrices, dejadas por el látigo. Ellos representaban, en unión a sus esposas, la vanguardia de una juventud que comenzó a darse cuenta que el país era tan solo una inmensa finca, con millones de esclavos, propiedad de un solo amo: Rafael Leonidas Trujillo y Molina.
“Su movimiento no llegó a desarrollarse más allá de la fase de proselitismo. Los líderes eran unas personas educadas, de rango social, a quienes les agradaban las comodidades de la vida. Era difícil imaginarlos como líderes de una revolución como la que sonaban. Combatían una férrea dictadura, que disponía de una maquinaria represiva formidable. Ninguno de ellos pudo imaginarse que eran utilizados como cebos para atraer a sus esposas a un final trágico y definitivo.
Dos problemas:
“Transcurrieron las semanas todo parecía normal. Las hermanas Mirabal visitaban a sus esposos encarcelados, una vez por semana. Les era permitido llevar a sus pequeños hijos “para que sus padres lo vieran” y para aquellos desdichados ese era el único momento de alegría en los largos meses de dolor y angustia que vivieron.
“El 2 de noviembre del mismo año el generalísimo recorría la región del Cibao, y yo formaba parte del grupo de seguridad que debía protegerle por ciudades y campos. Esa mañana decidió visitar el poblado de Villa Tapia, cercana a S Salcedo. La gente del lugar se agolpaba para verle. Se desmontó de su automóvil frente a la residencia de José Rafael Quesada, la persona más representativa del lugar, donde las autoridades se habían reunido para darle la bienvenida y saludarlo. Allí, hablando a un grupo que le escuchaba, manifestó con energía que su régimen estaba más fuente que nunca, y que sus únicos dos problemas eran la Iglesia Católica y las hermanas Mirabal. Afirmó categóricamente que ambos problemas serian resueltos. Solo 23 días después fueron asesinadas las hermanas Mirabal.
Cándido Torres Tejada:
“El Capitán de Corbeta (equivalente del grado de Mayor) de la Marina de Guerra, Cándido Torres Tejada, había sustituido al Coronel Johnny Abbes García como titula del Servicio de Inteligencia Militar, pero la realidad era que Johnny continuaba en el comando, a través de Torres Tejada. Abbes García dedicaba la mayor parte de su tiempo a la emisora Radio Caribe, y a la campana contra la Iglesia Católica. (….).
Nuestra reunión:
“Llegó de improviso, y me sorprendió verlo entrar al recinto de mi cuartel. En su kepis lucia los ramos dorados de oficial superior. Era el Mayor Torres Tejada, Jefe del SIM. Nos saludamos con cordialidad y me invitó a tomar una cerveza en el Café Antillas, legendario establecimiento regenteado por unos nacionales chinos, situado frente a la plaza de recreo de la ciudad. Nos acomodamos en su automóvil, y partimos.
“En el trayecto no hablamos de nada trascendental, por lo que me dio la impresión de que como todo el país estaba pacificado, andaría haciendo un poco de turismo con el pretexto de venir a inspeccionarme. Ya habíamos consumido una ronda de cervezas cuando comprendí que mi oficial superior estaba tratando de decirme algo en especial. Mis sospechas se confirmaron cuando en un tono muy confidencial me dijo:
—Vengo de parte del Ministro delas Fuerzas Armadas, General Román par que dispongas el traslado a Puerto Plata de los esposos de las Mirabal, que están en la cárcel de Salcedo. Diles que estamos esperando una introducción de armas clandestinas, y como esperamos capturar a los contrabandistas necesitamos tenerlos en el área de los hechos para que ellos no ayuden a determinar si esas personas pertenecían al movimiento “14 de Junio”. Explícales que tan pronto termine la operación serán regresados a Salcedo, que contra ellos no hay nada, y que sus esposas pueden visitarles como de costumbres.
Torres Tejada hizo una pausa, y luego agregó:
—Una vez trasladado tu deberás prepararle una emboscada a las Mirabal en la carretera, matarlas y simular un accidente automovilístico, sin que nadie quede vivo. Ese es el deseo del Jefe.(…).
“Ahora me daba perfecta cuenta que mi fin estaba acercándose. Alguien quería ponerme en una situación tan peligrosa y comprometedora, que desde ese mismo momento, en cualquier forma que actuase, iba a quedar perjudicado. (….). Aquel punto culminante cambiaría radicalmente el curso de mi vida, en poco tiempo determinaría el fin de mi carrera militar, me llevaría a padecer la experiencia inolvidable de una cárcel en la República Dominicana, me acercaría al borde de la muerte varias veces y afectaría profundamente a mis seres más queridos.
“Yo tenía para escoger muy pocas alternativas en aquel momento. Podía negarme abiertamente, lo que significaba desobedecer una orden directa del Jefe. La sanción que se aplicaba regularmente en este caso sería la eliminación física o con la mejor de la suerte, una angustiosa y prolongada prisión en condiciones horripilantes.
“Podía también acceder a cumplir la orden, en cuyo caso podían suceder dos cosas: la primera, que se ejecutara sin contratiempos y a satisfacción del Jefe, lo que haría de mi un especialista para esa clase de operaciones criminales y tendría entonces que enfrentar en el futuro otros casos, quizás cada más absurdos, diabólicos y arriesgados, que me mantendrían al borde del peligro constantemente. La segunda será, que aun cumpliendo yo moriría, En esa situación podría sacrificárseme como a los que actuaron el caso del Coronel Castillo Armas, en el caso Galíndez y en el caso del líder obrero Raúl Cabrera. Igualmente ocurrido con Hugo Cabrera, Jefe del SIM en el Cibao y ejecutor del ex ministro y periodista Marrero Aristy. Saturno devora a sus hijos.
Mi tercera alternativa:
“Para mi aquello era una trampa mortal que debía sortear con mucho cuidado y astucia, para salvar mi vida. El destino de las Hermanas Mirabal se cruzaba con el mío. Contemplé al Mayor Torres, tratando de escrutar sus pensamientos y el significado del más leve gesto que hiciese. Yo trataba e tantear sus defensas en busca de un punto débil por donde escaparme.
–Por lo menos a Candito yo puedo torearlo con buenas posibilidades, es un simple peón asustado—pensé mientras acariciaba mi vaso de cerveza ya vacío.
–Si fuera Johnny Abbes, no habría que pensar en escapatoria, yo me hundiría irremediablemente en aquel horroroso crimen.
—Oye Candito—comencé a hablare al Mayor, —Esas mujeres son muy conocidas y todo el mundo sabe sus problemas con el gobierno, de morir violentamente, pensaran que la mano del SIM estar a en el asunto y como yo soy el Jefe en la región, pensaran en mi más que en ningún otro.
–Hice una pausa para continuar.—Para mi esta es una situación muy difícil, además acuérdate que yo compre la finca que le confiscó el gobierno a Pedro González, esposo de una de las hermanas Mirabal y el terreno está en el mismo vecindario donde ellas viven. Piensa cuál será mi posición teniendo que desenvolverme entre aquellas personas, que en ese lugar constituyen una sola familia. ¿No te das cuenta que pongo a mi familia en un gran riesgo?
“Candito comenzó a lucirme algo preocupado. Se llevó la mano derecha a la altura de la nariz y comenzó a olerse la punta de los dedos. Era una costumbre en él cuando estaba sometido a un esfuerzo mental. Entonces habló:
—Quizás tengas razón, me dijo.
—Bueno decídelo y recuerda que nosotros los oficiales tenemos que protegernos mutuamente.
“Al día siguiente, el Cabo de la Policía Nacional, Ciriaco de la Rosa, recibió sus instrucciones en la capital y apareció en mi oficina con órdenes de que se pusiera a su disposición un vehículo y cuatro agentes, para formar un comando de acción que él dirigiría para dar cumplimiento a la orden y voluntad del Generalísimo. Respire aliviado, había convencido al Mayor Torres.
“La entrevista con el Mayor Torres, había dejado en mi un gran pesar, nada podía hacer, para mi bastaría no participar en aquellos hechos que en ninguna forma podía impedir que sucedieran. Yo estaba caminando al borde de un abismo muy profundo. (….).
Cambio de dispositivo (…):
“El 18 de noviembre los agentes del SIM, Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora, bajo la dirección de Ciriaco de la Rosa, regresaron in haber consumado la orden, alegando que varios niños acompañaban a las hermanas Mirabal. El 22 de noviembre tampoco realizaron el hecho alegando las mismas razones.
“El Cabo Ciriaco de la Rosa me confesó que ellos no tenían el menor entusiasmo para cumplir las órdenes recibidas, y me rogó que fuera a la capital, donde el Jefe del Servicio de Inteligencia, a exponerle las dificultades que se les habían presentado, principalmente por la presencia de niños. Fue enfático, diciendo que no se les podía demandar que mataran aquellas criaturas”—Nota de A. Paulino R,: Esto demuestra que Peña Rivera era quien dirigía la operación criminal).
Sin testigos:
“El 25 de noviembre el grupo de agentes del SIM rondó cerca de la Fortaleza San Felipe de Puerto Plata, y comprobó que Minerva y María Teresa Mirabal habían ido a visitar a sus esposos. Esta vez solamente les acompañaba su hermana Patria, y utilizaban un “jeep Toyota”, conducido por un campesino llamado Rufino de la Cruz. Este no tenía cuentas pendientes con el régimen. El destino había dispuesto que condujera el vehículo en que viajaban las hermanas Mirabal. Moriría, porque en este tipo de acción no podían quedar testigos. Las hermanas Mirabal en esta ocasión no llevaron a sus hijos. Este era el momento propicio que se había estado esperando.
Principios del fin:
“Las hermanas Mirabal se despidieron de sus esposos al concluir el tiempo que se había fijado para la visita, ajenas a lo que les esperaba. Tampoco ellas sospechaban que en esa muy trágica tarde estaban viendo a sus esposos por última vez. Y mucho menos se imaginaban los esposos que al despedirse, era el adiós postrero.
“A pocos kilómetros de la salida de Puerto Plata la carretera corre solitaria por un largo trecho. “Allí esperaron los agentes del SIM hasta que vieron venir el “Jeep” en que viajaban las hermanas Mirabal. El alto les fue dado por los agentes, vestidos de civil, siendo apresados todos y conducidos a un sendero solitario, en un cañaveral.
“En el sendero las hermanas Mirabal fueron muertas a palos, al igual que el chofer Rufino de la Cruz, que nada tenía que ver con la ira y encono del generalísimo hacia aquella familia.
“Sus cadáveres fueron colocados en el “Jeep” y el vehículo fue despeñado por un precipicio cercano, en la accidentada carretera que cruza esa parte de la cordillera. Se simulaba un accidente automovilístico fatal, sin sobrevivientes.
“Las hermanas Mirabal fueron asesinadas, tal como lo dispuso Trujillo. (…)
El accidente:
“La información sobre “el accidente” fue ofrecida al puesto del Ejército, cercano, por un campesino. Los militares avisaron al Fiscal de Santiago, quien acompañado por el médico legista, examinaron el supuesto accidente, y ordenaron el levantamiento de los cadáveres, cerrando allí mismo el caso. Oficialmente el asesinato de las hermanas Mirabal era, pues, declarado “un accidente automovilístico”.
“En la noche del 28 de noviembre, por la orden del Generalísimo, fueron trasladados los prisioneros Manuel Tavárez Justo y Leandro Guzmán, de Puerto Plata a la fatídica prisión de “La 40”. Aun ellos ignoraban el despiadado final en la vida de sus esposas.
“La mañana siguiente seria inolvidable para los dos opositores de Trujillo. El Capitán del Villar, Jefe de la prisión, les entregó un ejemplar del periódico que informa ‘el accidente”.
(Testimonio-confesión del capitán Víctor Alicinio Peña Rivera, en su libro: Historia oculta de un dictador: Trujillo. New York, Plus Ultra Educational Puglisher, 1977, pp. 277 hasta 295).
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