16 mar (EFE/Eduardo Davis).- La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que durante su primer año en el poder no toleró ni una ligera sospecha de corrupción, puede haber guardado su "escoba" para barrer ese mal al nombrar hoy como ministro a su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.

El exmandatario será a partir de ahora titular del influyente Ministerio de Presidencia, cartera desde donde puede controlar todos los resortes del poder, pese a que en su contra pesan serias sospechas de enriquecimiento ilícito, blanqueo de dinero y falsificación de documentos.

Su nombramiento fue justificado con la necesidad del Gobierno de mejorar su articulación política con el Congreso en momentos en que Rousseff enfrenta la amenaza de un posible juicio político con miras a su destitución, que tramita en el Parlamento desde fines del año pasado.

Sin embargo, en el caso de Lula tendrá una consecuencia directa y será que el expresidente pasará a tener foro privilegiado, con lo que las causas en su contra pasarán a la órbita de la Corte Suprema, que no tiene la misma agilidad que los tribunales inferiores.

Muchos analistas recordaron hoy que en 2011, su primer año en el poder, Rousseff sorprendió al país al destituir en forma casi que sumaria a cada ministro salpicado por algo que oliera a corrupción.

Brasil se había acostumbrado a Lula, a quien siempre le había temblado el pulso a la hora de destituir a algún colaborador que fuera vinculado a esos asuntos y prefería sugerir una renuncia sólo cuando el agua les llegaba al cuello.

Rousseff, sin embargo, fue en ese sentido la cara opuesta de su carismático padrino y en sus primeros tiempos en la Presidencia ganó puntos ante la opinión pública gracias a su intolerancia con la corrupción.

Discreta, de carácter duro y poca facilidad para sonreír, reacia a los flashes de las cámaras que seducían a Lula y sin su carisma y "muñeca" política, poco a poco Rousseff impuso un estilo propio y diferente de gobernar que elevó su popularidad al 70 %.

Unas de las razones que todas las encuestas le atribuían a ese masivo apoyo era justamente su fama de implacable con los corruptos.

El primer escándalo le estalló con sólo cinco meses en el poder, por denuncias de enriquecimiento ilícito que afectaron al ministro de la Presidencia, Antonio Palocci, quien era entonces su "mano derecha" y aún así fue destituido en cuestión de días.

Uno a uno, ese mismo año expulsó sin pestañear del Gobierno a los titulares de Transportes, Alfredo Nascimento; Agricultura, Wagner Rossi; Turismo, Pedro Novais; Deporte, Orlando Silva, y Trabajo, Carlos Lupi, todos por supuestas irregularidades aún no comprobadas.

Los brasileños comenzaron a hablar entonces de la "escoba" contra la corrupción que Rousseff parecía haber llevado a la Presidencia, pero esa imagen comenzó a desdibujarse hace dos años, cuando estalló el escándalo en la estatal Petrobras.

En tiempos de Lula, Rousseff había sido ministra de Minas y Energía, un cargo que le valió ocupar un puesto en la dirección de Petrobras, justamente en las épocas en que, según desvelaron las investigaciones, las corruptelas arreciaban.

Aunque las sospechas se acercaron a la mandataria, todavía las encuestas dicen que la mayoría de los brasileños, en torno a un 60 %, la considera "honesta".

Sin embargo, hoy la mandataria fue acusada directamente por el exjefe del oficialismo en el Senado Delcidio Amaral de haber estado al tanto de las corruptelas en Petrobras y hasta de haber maniobrado para intentar liberar a algunos de los detenidos por ese asunto.

En los últimos días, cuando ya se habían filtrado, Rousseff negó de manera tajante esas acusaciones, se declaró indignada y recordó sus días en la prisión durante la dictadura, cuando fue torturada, al afirmar que "nunca" respetó "a los delatores". EFE