Continuación de la entrevista realizada por el periodista Juan Bolívar Díaz al guerrillero de Playa Caracoles Claudio Caamaño Grullón, publicada en el periódico Ultima Hora del 4 al 8 de junio de 1973, en la que el fenecido combatiente narra detalles de la guerrilla que comandó  el coronel Francisco Alberto Caamaño Deño, del 2 al 16 de febrero del mismo año.

En esta parte de la entrevista realizada por Juan Bolívar Díaz, el guerrillero Claudio Caamaño trata aspectos relacionados con la forma en que se extravió  Toribio Peña Jáquez, las dificultades en el yate Black Jak, los primeros encuentros de la guerrilla con el Ejercito, la actitud de los campesinos frente a los expedicionarios, las muertes de algunos de sus compañeros y los incidentes relacionados con su llegada a la capital y posterior asilamiento en la embajada de México:

“TUVIERON DESEMBARCO ERRATICO Y CON PROBLEMAS”

–Entonces Toribio Peña Jáquez no fue enviado a ninguna misio como dijo, fue porque se extravió, o simplemente desertó?

Claudio Caamaño Grullón

–Fíjate por qué nosotros no dudamos nunca de Toribio. Primero que nada por la firmeza que había manifestado siempre. En los años que estuvo con nosotros, Toribio fue el guerrillero que tuvo más dificultades, problemas con su peso, siempre tenía superpeso y hubo que rebajarlo de 243 a 170 libras y muchísimas cosas que nos confirman a nosotros que la firmeza de Toribio es, no vamos a decir excepcional, pero sí notoria en el aspecto de lo que es la guerra, lo que es la guerrilla, lo que son nuestras ideas. Además, no tenía por qué sentirse obligado con nosotros; Toribio tenía la plena libertad de abandonar el grupo, como la tenían todos de los nueve que discutíamos estos proyectos, que son hechos en base a discusiones en común.

Nosotros nunca creíamos que Toribio había desertado, ni los que murieron, ni los que hemos quedado vivos, y cuando supimos que estaba vivo tuvimos una gran alegría, nos alegramos muchísimos; aunque Toribio dijo cosas que no eran ciertas en su declaración, pero eso se conforma con la línea política nuestra. Toribio entendió a su manera de ver las cosas, que negar la muerte de Caamaño era lo correcto en ese momento y así lo hizo. Por qué, porque nuestra idea era, aunque hubiera muerto Caamaño, seguir el resto. Caamaño podía morir como podía morir cualquiera de nosotros en cualquier momento, y aunque eso iba a ser un golpe muy duro para nosotros, no iba a ser definitivo, como lo fue, la muerte de Caamaño no es lo que da al traste con nuestros planes, aunque ya, claro está, después de muerto Caamaño se hizo mucho más difícil.

Pero Toribio entendió que eso era lo correcto; pero él tenía que saber que ese muerto que salió en las fotografías era Caamaño, él quiso ayudarnos a nosotros porque sabía que iba a ser más difícil nuestra condición, si se mantenía la duda de que Caamaño estaba vivo, nos iba a permitir a nosotros sortear más los peligros porque ya éramos más débiles y él sabía, cuando vio los cadáveres, que estábamos pasando una hambre brava. Entonces crea eso, no por llevar al pueblo confusión, ni nada de eso; él se está comportando allí no como político, sino como militar. A eso nos lleva ese planteamiento y otros más que estuve viendo que hizo.

Pero claro, esto de acuerdo a su mentalidad no en definitiva, porque en definitiva es un error, pero en aquel momento algunas de esas declaraciones que él hace son falsas y él sabe que está hablando mentiras, pero él está respondiendo a una necesidad de nosotros, militar, no política.

Es notorio, fíjate, que cuando Toribio llega a la ciudad pudo inmediatamente ponerse en contacto con los Comandos de la Resistencia, como lo hizo, y con algunas otras personas que él conocía; pudo haber dicho inmediatamente que Caamaño estaba allá; así como lo hizo ese día (3 de marzo) pudo haberlo hecho antes; pudo haber ido el día que llegó a la capital o dos tres días después, pero Toribio no lo hace, porque eso no estaba en los planes. Además, hay muchísimas cosas que Toribio desconocía. Yo podía conocer esta parte, Toribio conocía esta otra y así, pero nosotros no conocíamos todo, y entonces es cierto que él no se lanza a decir que Caamaño está aquí, no es que nadie se lo impida, es que él sabe positivamente que ese no es el plan. Claro, ya después que él ve el cadáver de Caamaño se conforma una situación especial y él lo desmiente, dice que sí, que está allí en la montaña, pero desmiente que sea el muerto. Y yo, aunque no he hablado con Toribio, estoy seguro que cuando él vio a Caamaño sabía perfectamente que era él porque quién lo va a conocer mejor que él de los que estaban en la capital excepto nosotros que ese era Caamaño, que ese era Lalane, que ese era Pérez Vargas.

–Entonces qué ocurrió con los otros que quedaban en el yate?

–Después nosotros nos abrimos, porque esperábamos que llegara en un máximo de 15 minutos, pensamos que el motor se podía haber apagado, aunque era nuevo, muy bueno. Ellos no llegan y entonces nosotros comenzamos a buscarlos a lo largo de la costa. Pensamos que pudieron haberse desviado, la noche era muy oscura, ese día no había ninguna luna. Es que nosotros pensábamos desembarcar tres días antes, cuando había un poquito de luna. Recuerdo que Hamlet me dijo, cómo vamos a llegar sin luna? Y yo le dije: lo que es igual no es ventaja, ellos tampoco va a tener luz. No teníamos luz nosotros, pero tampoco las tropas del país; lo que yo no sabía era que las tropas no se movían de noche, de modo que los estábamos mal éramos nosotros.

Entonces se quedan Caamaño y Braulio en el punto de desembarco, yo me voy hacia el Este y Galán hacia el Oeste. Más o menos a las diez de la noche regresa y nos dice que encontró el bote de goma abandonado en la playa. De los demás compañeros no se sabe nada. No encontramos ningún indicio, de noche, oscuro, y no había huellas, porque eso es roca por ahí. Ya si es verdad que tenemos un problema evidente. Hace una hora que estamos enfrentando una situación verdaderamente grave. Grave era para nosotros quedarse parados. Grave podría ser también cualquier cosa que rompiera con el plan original, un detalle tan simple como el que el bote fuera más pequeño, revisamos el bote y comprobamos que el cable se había caído por la proa, paso por debajo del bote y se enredó en la hélice; hicimos conjeturas. Qué pudo haber pasado; en el momento que Toribio va solo dándole rápido hacia el yate, arrancó la hélice a mucha velocidad, el bote gira, se caería al agua; sí llevaba su equipo de guerra puesto, se ahogaría; no teníamos el salvavidas puesto para el desembarco, no se había previsto que nadie cayera al agua. Entonces Galán sale a buscar el yate, era un tipo muy ecuánime, muy sereno, con mucho sentido de orientación. Como había problemas, se le encargaba a un tipo como este que tenia habilidad especial. Sale a buscar a los demás compañeros que quedan en el yate, que son cuatro; allá quedan Lalane, Pérez Vargas, Hamlet y Ulloa.

De todas maneras, nosotros seguíamos buscando a ver si encontrábamos a Toribio. Entonces yo tengo por encargo dirigirme al lugar original donde hicimos el desembarco, porque ya entonces estábamos adonde apareció el bote, que era a 900 o mil metros de donde hicimos el desembarco. Entonces voy caminando allá y paso como hasta un kilómetro, cuando vengo de regreso noto dos cuerpos humanos que vienen saliendo del agua, era oscuro aquello, no veo con la arena clara y el color negro no veo más que el brillo de las ropas mojadas y digo: ah, aquí están los ranas (cuerpo de la Marina especializado). Yo no pensé que eran mis compañeros, porque los habían ido a buscar en el bote; yo creía que no iba a haber dificultad en encontrar el yate, ya q todo esto son como las 11 de la noche.

Entonces yo lo que hago al notar aquello es que me tiendo en la arena, le quito el seguro al fusil y pienso ametrallarlos, pero estoy esperando a que salgan más, a ver cuántos son, pero por suerte para mí y para ellos, Lalane me ha visto, me vio y se paró y me dijo: Sergio. Felizmente me reconoció, felizmente para los tres. Allí venían Lalane y Hamlet. Entonces llegaron los otros dos compañeros: llegaron a nado los cuatro; apareció otra parejita más que eran los restantes. Allí le expliqué lo que había pasado, nos fuimos junto al grupo, nos juntamos los ocho y nos dedicamos a buscar a Toribio; lo estuvimos esperando y buscando hasta la una de la noche.

Claudio Caamaño entrevistado por el periodista Juan Bolívar Díaz, en México

A la una de acuerdo con nuestros planes, se nos estaba pasando mucho la hora, habíamos pensado coger un carro a las diez de la noche. Caamaño entonces decidió que Toribio era una baja y nos fuimos. Caamaño quedó sin equipo, el equipo de él se había quedado en el yate, igual que el mío, y el equipo de Toribio, que estaba en tierra, él me dijo que lo tomara yo, que se iba a ir como pudiera y así fue hasta su muerte.  Le facilitamos alguna frazada, nos las repartimos; inicialmente, él adquirió sacos, sacos de yute, para abrigarse. Nosotros le facilitamos algunas cosas que eran necesarias para abrigarse. Todas las mochilas tenían dinero en cantidad del orden de 20,000 pesos para arriba, era mucho dinero por cabeza.

–Entonces, eso explica el hallazgo pro la Fuerzas Armadas de grandes sumas de dinero en el yate junto con el equipo?

–Sí. Y entonces ellos inventaron lo de los documentos.

–No dejaron ustedes ningún tipo de papel?

–Bueno, puede que hayan quedado. Siempre lleva uno en su equipo papel; yo no tenía pero puede que Caamaño tuviera en su equipo, que no pensaba dejarlo, pero documentos que comprometieran a gente, o a algún grupo de personas allá, no lo había.

–Entonces el extravío de Peña Jáquez es lo que provoca que el ejército descubriera antes la presencia de ustedes?

–Nosotros esperábamos que la tropa se diera cuenta al dia siguiente de la fecha del desembarco, y dejamos condiciones en el yate para que supieran que era Caamaño. Caamaño deja letreros cn su firma y todo, y un letrero avisando una supuesta carga de explosivos. El objetivo del letrero de los explosivos era que muchos militares supieran que era Caamaño, porque si no podía quedarse la noticia en cuatro o cinco, pero como tenía el peligro de explosivos, si no tienen ese letrero podían llevárselo y escóndelo y manejar la noticia un grupito chiquito, para que entre los mismos militares se fuera corriendo la voz y supieran a quien estaban persiguiendo, con quién estaban combatiendo. Hay militares que podríamos decir Caamañistas, y después iba a llegar al pueblo de una manera suave, no de la manera explosiva que llegó. Nosotros no podíamos comprometer a la nación a una acción a tan largo plazo y no le hicimos planteamientos al país, porque, qué tenemos que ofrecerle: ¿una guerra de 20 años? A mi entender teníamos que ir yendo por etapas.

–No llevaron radio ustedes para transmitir?

–Bueno, entonces tomamos un vehículo y empezamos a subir, íbamos pasando como militares regulares.

–Entonces es cierto que se encontraron ustedes con un tipo de militares regulares?

–Sí, una patrulla nos dio alcance. Porque no tenían aviso de que militares (nosotros) iban a estar por allí. Nosotros creemos que les avisó la gene por ahí. De San José de Ocoa mandaron una patrulla mixta de policías y guardias a ver quiénes éramos, no a combatir, sino a averiguar quienes éramos. Ellos hicieron contacto con nosotros, hablaron con nosotros y nosotros les dijimos que  andábamos en un trabajo topográfico en la cordillera. Ellos no nos lucieron muy convencidos, y lo único que los convenció fue la calidad de las armas nuestras, la presencia de nosotros muy bien armados. Nosotros íbamos por los poblados, nos veía la gente, pero inmediatamente después de ese contacto cambiamos de ruta. Nadie había identificado a Caamaño. No era tan fácil encontrar a un campesino que lo reconociera y, además, el Caamaño que la gente conocía por fotografía era un Caamaño de 200 libras y entonces nada más tenía 170, además de 7 u 8 años de diferencia. Era un Caamaño diferente.

Al día siguiente fue que tuvimos el primer choque en que murieron tres militares regulares y tuvieron cuatro heridos.

No es cierto lo que se decía que nosotros dábamos mucho dinero por cualquier cosa; yo era el intendente del grupo y andaba con una especie de caja chica encima. Los gastos era yo quien los autorizaba, yo mismo compraba, eso era cuando andábamos como militares. Cuando los guardias se juntan con nosotros ya estamos en el corazón de la sierra. Por ahí hay muchos caminos, ya estábamos en la cordillera encaramados; ellos estuvieron con nosotros como una hora. Los hicimos esperar más de una para pasarlos a ver al coronel. Entonces uno de los militares le dijo, cómo era posible que andaban sin carta de ruta.  Entonces Caamaño le replica, cómo usted va a darme consejos a mí, un coronel.

Después que ya nosotros somos guerrilleros, sí llegábamos a una casa, por necesidad de abastecimiento, sabíamos que después esa gente podía tener problema. Qué podíamos hacer por ella, averiguar sus condiciones, la forma en que vivía, sus deudas y sí necesitaban medicinas. Entonces nosotros les hacíamos que aceptaran el pago por lo que consumíamos y les dábamos dinero para que resolvieran cuando menos sus necesidades más perentorias.

–¿Cuántos kilómetros caminábamos más o menos por día?

–Nosotros caminábamos más o menos cuatro kilómetros lineales. Se podía caminar más, pero no llevábamos ninguna prisa. Todo estaba sometido a un plan, nosotros nunca pensamos si llegaba el enemigo salirse corriendo. Nosotros practicamos bien eso. Nuestro plan era que tan pronto como nos descubrieran seguirnos moviendo junto con la guardia en las condiciones de la montaña. Nosotros no teníamos personas que conocieran físicamente el terreno, pero habíamos estudiado los planos. Había personas que  conocían la cordillera, pero les faltaba firmeza.

–Entonces cómo fue ese primer choque?

–Fue de la siguiente manera: nosotros estábamos en la cordillera, era como la una de la tarde, andábamos con dos mulos, había parte de los equipos que los llevaban los mulos; estábamos esperando ya un choque. Estábamos esperando que nos iban a dar alcance. Nuestro planteamiento era entonces dar un buen golpe. Si uno los golpea bien duro al principio, entonces hay más respeto, más cuidado. Desde que la patrulla mixta se había marchado, nosotros comenzamos a tener cuidados extremos, nos metíamos ya por sitios donde no hubiera fácil acceso a movernos para alcanzar una buena zona para el choque. Y nos situamos. Ya en esa zona nos conviene en cualquier momento tener un choque. Nos hemos situado donde queríamos esperarlo, pero si no chocábamos con ellos, allí íbamos a seguir. Llegaron esas tropas, los detecta la retaguardia, que era Lalane, y allí Lalane comete un error, pequeño, que es que  nos deja que las tropas se acerquen suficientemente, producto quizá de su deseo de tener un combate. Lalane comenzó a disparar alrededor de 80 metros de la tropa; el planteamiento era que los dejara acercar lo más posible, podía haberlos dejado acercar más, de manera que el golpe fuera más contundente. Fueron tres muertos y cuatro heridos, pero pudo haber sido mayor el número. Yo, en ese combate, realmente tuve una participación muy mala, muy floja, incluso se me hizo una crítica después; me la hizo Caamaño. Después del choque, el resto de ellos no llega donde están los heridos, se retiran. No aparecieron nunca más allí. Revisamos nuestros equipos y nos pusimos a comer incluso allí. Estuvimos ahí como tres horas más. Fuimos donde los muertos.

–No tuvieron ustedes bajas, heridos?

–No. A Lalane, lo rozó una bala en el pie izquierdo. Lalane pudo seguirse moviendo por sus buenas condiciones. Claro, eso crea una pequeña dificultad porque después el pie se hincha, pero no nos limitó. Solamente tenía un poquito menos de movilidad. Pero si había que caminar rápido, caminaba, y sí había que correr, corría. Teníamos equipo para curar, pero el equipo fundamental lo traía yo, que era el médico, que había estudiado medicina, y se quedó en el barco, pero teníamos cosas fundamentales para cura. Más bien, lo que yo tenía allá era para el futuro, que era equipo de cirugía, para extraer balas, para ortopedia; estuve ocho meses estudiando medicina, un curso sanitario intensivo; incluso hice operaciones, auxiliado por un cirujano muy bueno, operaciones más bien de las piernas, pero delicadas, en la cabeza. Eso eran cosas más serias. Lalane se curó precariamente con lo que teníamos y cuando muere después está prácticamente curado de esa herida.

–Ante el desconcierto y la duda iniciales sobre la guerrilla, ustedes no decidieron alterar en algo los planes originales, para modificar la opinión pública?

–Eso no tenía importancia Lo que no estaba previsto era que se negara que Caamaño estuviese muerto en caso de que ocurriera. Hubiéramos dicho la verdad. Nosotros cometidos errores fundamentales.

–Cuáles fueron sus errores?

–El error fundamental fue el abastecimiento. Había una zona donde sabíamos que no había ningún tipo de comida, ni siquiera lagartos. El error determinante para nosotros fue la falta de comida. Si fallamos en los abastecimientos, eso iba a dificultar mucho los planes, como sucedió.  No solamente las dificultó, sino que dio al traste con esta acción guerrillera inicial. Nosotros nos movíamos conjuntamente con los guardias, podíamos caminar durante la noche y aparecer mucho más adelante, pero no era necesario.

Pensábamos que cualquier lugar hubiera sido para ellos mucho más fácil que para nosotros llegar, porque tenían mucho más recursos. Y cualquier lugar, era también un sitio bueno para chocar.

–Cómo fue en realidad la muerte de Braulio?

–El compañero Braulio, que en realidad era Ramón Euclides Holguín Marte. Según me acabo de enterar aquí, venía muy debilitado. Necesitábamos a toda costa ponerlo a descansar y buscarle alimentos. Lo llevábamos casi arrastrado, lo que hacía lento nuestro avance.  Cuando llegamos a un firme divisamos un pueblecito en la distancia, y decidimos buscar un lugar seguro para ponerlo a descansar.

Encontramos una cueva, le quitamos la ropa y las botas, que estaban mojadas, porque por mucho rato nos habíamos movido por los arroyuelos y badenes de la cordillera, para no dejar huellas. Entonces decidimos los otros cuatro ir al pueblecito—que ahora no recuerdo su nombre—a buscar comida para venir a traerle a Braulio.

Calculamos que no íbamos a poder regresar ese mismo día, pues ya era de tarde. Pero en vez de retornar al día siguiente nos tomamos dos días, ya que en el camino hacia el pueblecito encontramos guardias acampados. Tenían un campamento por ahí cerca.

Lo único que habíamos conseguido en los alrededores del pueblo fue una yautía muy mala, que se quedaba dura, y naranjas agrias. Habíamos comido allí mismo, la noche que llegamos. Pero ocurrió que al otro día de llegar al lugar y después de haber comido, Galán—que también venía debilitado–, pues amanece más delicado, casi sin sus facultades mentales normales. Tuvimos también que buscarle una posición segura y dejarlo ahí para nosotros tres ir entonces en busca de Braulio y volver donde habíamos dejado a Galán.

Pues donde Braulio vinimos a retornar dos días después, ya casi al medio día. Encontramos que Braulio se había deslizado de la cueva, tal vez para tomar el sol. Parece que se deslizó como desde un metro de altura y metió la cabeza entre dos rocas. Lo encontramos muerto. Lo examiné de acuerdo con mi experiencia antes Contra Homicidio de la Policía. Determiné que tenía pocas horas de muerto. Entonces creímos que habíamos hecho mal en dejarlo solo en el estado en que se encontraba.  Si se queda tranquilo no muere. Tenía hematomas en la cara y aún no estaba rigido. Lo vestimos, lo entramos de nuevo a la cueva, retiramos parte de su equipo. Tapiamos la cueva con piedras. Dejamos ahí su fusil.

Ya desde hacía dos días Braulio se consideraba una baja. “Déjenme  aquí, que yo soy una baja”, decía. Recuerdo que cuando lo dejamos para ir a buscar comida, dijo: “Lo único que quiero que me traigan es una lechita caliente, y una sopa de pollo”. Yo estaba que mataba a cualquiera por ese pollo para hacerle esa sopa.

Al otro día de la muerte de Braulio (que fue el 21), cuando nos íbamos, yo les dije a Hamlet y a Ulloa: “No se van ustedes a despedir de Braulio?” “No, ya tenemos 24 horas despidiéndonos, vámonos”, contestó Hamlet.

Yo me paré frente a él y me puse a pensar qué podía prometerle. Se me ocurrió decirle que  haría todo lo posible porque los 4 guerrilleros que quedábamos saliéramos vivos. Fue todo lo que pude prometerle, nada de que seguiríamos la lucha. En ese momento yo tenía una serie de confusiones, de dudas. Aunque cuando muere Caamaño habíamos prometido seguir la lucha, ahora ya estoy confuso. Frente a las nuevas condiciones reales me pegunté si nosotros, cuatro, con dos debilitados, podíamos seguir esa lucha. Por eso en ese momento supremo y sublime, no le prometí seguir. Este muerto nos afectó a todos más que ningún otro. Nos afectó a todos y nos hizo pensar desde aquel momento si debíamos de seguir la lucha en esas condiciones.

Bueno, nos fimos, y encontramos a Galán como lo habíamos dejado. No había mejorado mucho mental y físicamente. Ulloa estaba en mal estado también. Galán era el jefe militar y político. Decidimos entonces reajustar la línea política y militar a la luz de las nuevas condiciones del momento. Yo dije que estaba confuso, y que seguir la línea inicial era necio. Yo proponía que nos moviéramos caminando hacia la capital. Hamlet no está de acuerdo: él proponía sí que nos fuéramos a la ciudad pero para seguir allí la lucha, no para asilarse, Payero lo respaldaba, y Galán concuerda conmigo y expone detalles en su condición de jefe, sobre las posibilidades de lucha en la ciudad en esos momentos. Indicó que ni Caamaño había podido unificar a los sectores revolucionarios.

Yo volví hablar y dije que me negaba rotundamente a esa lucha. Ellos reconocieron mi punto de vista, y nos pusimos de acuerdo total. Ese día, 22 de febrero, nosotros decidimos marchar a la ciudad. No era que renegábamos de la guerrilla, sino que las condiciones habían cambiado. Pensamos que en aquel momento era mejor sobrevivir, que no fuera una derrota total y que después algunos pudieran aclarar las dudas del pueblo sobre el movimiento. Aún ignorábamos que Toribio estaba vivo. Comenzamos a movernos hacia Santo Domingo.

Fuimos entonces al mismo pueblecito, que creo se llama El Limoncillo. Veíamos los guardias, los oíamos hablar. Allí compramos comida y cocinamos en la noche. Después seguimos caminando.

Salimos como a las 4 de la madrugada del pueblecito, pues sabíamos que los campesinos iban a hablar al día siguiente. Tuvimos varios choques ligeros y escaramuzas. Matamos dos guardias y dejamos varios heridos. Pero siempre estábamos a la defensiva. Si nos atosigaban, le dábamos un golpe y seguíamos, sin irritarlos mucho. Por ahí nos ametralló un helicóptero, pero no hirió a nadie. Eran como las 5:30 y estábamos acampados. Fue un chivateo, porque estábamos en un bosque y el fuego fue sobre nosotros. Por primera vez las balas daban en medio de un campamento nuestro. Nos cayeron casquillos encima y para eludir el fuego, nos bajamos hacia un pueblecito.

Allí adquirimos un puerco asado y un chivo. La carne que no pudimos comer nos la llevamos para ir comiendo hasta que se pudriera. En la misma casa donde compramos el puerco habían dormido la noche anterior como 20 guardias. Como a media hora de allí había un campamento y los guardias iban allí a comer y dormir. La señora de la casa en principio creyó que éramos guardias, cuando le dijimos que éramos guerrilleros, se puso a llorar del miedo. Estaba sola, con cinco hijos. Yo la consolaba diciéndole lo que éramos, y que Hamlet y yo también teníamos hijos. Como una hora después dejó de llorar. Los chicos eran los menos aterrorizados y hasta cooperaban con nosotros. Nos fuimos antes de amanecer, después que el marido de la señora llegó. Al día siguiente venía la persecución detrás de nosotros. Habían hablado.

–¿Cuál fue en general la actitud de los campesinos frente a ustedes?

–Fíjate, en la primera etapa, aún en vida de Caamaño, hicimos múltiples contactos con los campesinos. En uno de esos pueblecitos, una mujer reconoció al coronel y le dijo: “Usted es Caamaño”. La vieja se volvió loca y comenzó a abrazarlo. Se reunió el pueblecito y creo que hasta el alcalde estuvo allí. Ahí tuvo Caamaño la mayor satisfacción. El comentó ese contacto con felicidad. Luego de la muerte de Caamaño sólo tuvimos como cuatro contactos con campesinos.

Nos íbamos moviendo entonces hacia Villa Altagracia, donde pensábamos tomar un vehículo y romper a tiros los registros en la carretera. Para esto, planeamos todos los detalles de esa operación. Todo se pensó y discutió. Establecimos que debíamos llegar a la carretera entre las 3 y las 4 de la tarde, cuando no hubiese colas en los registros. Yo no estaba de acuerdo con eso y más bien creía que lo mejor era llegar a pies. Era un plan de audacia y velocidad, además de sorpresa. Nos situamos en un punto desde donde podíamos observar la carretera y su movimiento. Veíamos también el campamento del Ejército que estaba en Los Mogotes.

Yo creía que lo mejor era llegar a pies pero se me dijo que no era posible que llegaran a pies a Santo Domingo, por el estado físico en que estábamos.

En la noche (era el 22 de marzo),  como a las 10:15, cuando nos dirigíamos a tomar el vehículo, caemos en una emboscada. La posición de la marcha era Galán, yo, Ulloa, y Hamlet el último. El primero resulta muerto casi instantáneamente, y el tercero recibe cuatro tiros, uno en la mano derecha y tres en las piernas, aunque siguió caminando…Cometimos un error grave, porque aquello era una evidente emboscada. Caímos en ella por estúpidos. Pagamos caro por seguir el plan aquel.

Recogí a Ulloa herido y sin fusil, le quité las municiones de encima y quise llevármelo, pero aunque aparentemente no eran graves las lesiones, se negó a caminar. Pensé que si encontrábamos a Hamlet podríamos arrástralo. Tuve con él hasta cerca de las 12. No se paró más. Nos pusimos de acuerdo en dejarlo. Quería que yo me llevara su cantimplora, pues ya no tenía yo, pero no quise. Me llevé en cambio sus cosas personales más 500 pesos que le quedaban. Ulloa se daba por muerto.

–No te fue muy doloroso abandonarlo así y allí?

–Claro. Eso fue la del diablo, pero estamos condicionados para ello. Pensé darle un balazo sin consultarlo. A ese extremo llegué. No hubo despedida, sólo recibí las cosas suyas, entre ellas este reloj Rolex platinado.

–No volviste a encontrar a Hamlet Herman?

–Más nunca. Un día supe que lo habían atrapado, y que estaba preso. Lo oi por la radio, pero me dio una gran indignación al saber que se dudaba de su condición revolucionaria. Fue tanta mi conmoción que no comí ni dormí aquel día. Traté de escuchar más informaciones. Ahora me sentía más obligado a sobrevivir. Pues aunque Hamlet está vivo, es un prisionero, y sólo iba a salir de su parte lo que el gobierno quisiera, estando preso. 

Bueno, cuando decido abandonar a Ulloa, mi decisión no es otra que llegar a la capital, caminando, como era mi opinión que debía hacerse. Antes de separarme del compañero, lo desinformé diciéndole que volvería a la montaña a buscar equipos que habíamos dejado abandonado. Le dije también que estaba herido. Tenía golpes en la pierna izquierda. Pero yo creía ciertamente que era una herida. Aún me duele la pierna por ese golpe.

A Ulloa lo agarraron vivo. Lo escuché en comentarios que hacían los guardias después. Decían qe lo torturaba, que le habían machacado los dedos. Ya para entonces escuchaba también que los guardias me buscaban por mi propio nombre.

Entonces estaba yo metido en un campo de caña, como a 100 metros de los soldados. Me buscaban en los montecitos vecinos, pero en la caña no, aunque a veces iban tumbando piezas de caña. Los helicópteros planeaban por encima de nosotros. Uno me pasó tan cerca que apunté al piloto para el caso de que me detectaran allí. Le vi hasta los ojos claros. Eran las 10 de la mañana. Me puse agresivo, la verdad es que nunca dejé de ser agresivo.

Yo tenía problemas para dormir, pues roncaba. Tenía que dormir boca abajo para que no se escucharan ronquidos peligrosos. Tenía que dormir para entonces boca abajo, pero entonces las hormigas me comían.

Desde el combate y la emboscada del día 22 andaba solitario, como habría de ser durante 25 días enteros. Me dediqué a romper esquemas sobre lo que sería un guerrillero solitario. Caminaba solo por la caña. Crucé la carretera y me quedé ahí como de 8 a 10 días, sin hacer nada. Por ahí los cañaverales estaban recién cortados y sonaban, además de que no protegían.

Además, yo no podía seguir moviéndome por la falta de luz lunar, y para que volviera a haber luna, yo tenía que esperar de doce a trece días.  Había una luna chiquita, una luna que desaparece. O sea, que sería un esfuerzo inútil caminar así, porque era muy poco el tiempo que podía caminar con esa luna. Dos horas de luna conlleva un esfuerzo muy serio y mi organismo no me permitía hacer un esfuerzo así con poco beneficio. Lo que hice fue fijarme esos días en un área que permitía relativamente comer, saciar la sed y suplir las calorías comiendo caña. Y más que nada, protegerme, porque sabía cómo me andaban buscando ellos, tirando cercos, peinando zonas… En realidad llegó un momento en que pasé inadvertido en esa zona tranquila y luego comencé a ir ampliando el área de búsqueda. Yo podía pasar por muerto si no aparecía, si no hacia contacto con nadie.

A veces, estuve cerca del corte de caña y avanzaban con el corte y yo me metía entre los braceros y ahí estaban los guardias también. Entonces seguía. Mi plan era esperar que llegara el día 10; yo calculaba de acuerdo a mi calendario mental, porque no tenía ningún calendario lunar en mis manos. Habíamos hecho algunos estudios de astronomía, aunque yo también concia de astronomía cuando fui estudiante universitario y después cuando fu estudiante de aviación. Eso me ayudaba mucho para ir planificando el futuro inmediato, de acuerdo a lo que aguanto comiendo caña solamente.

Me resultó impresionante el primer día que me quité la ropa por el calor. Me quedé sin camisa y me acosté a dormir, a coger un poco de fresco y me ví la piel por primera vez y mi cuerpo flaco, flaco, como nunca me había visto en mi vida. Eso me impresionó mucho. E incluso desde entonces comencé a sentir malestares que no había sentido nunca. Tuve que sugestionarme y comencé a decirme: “qué es lo que pasa, tú haces meses que estás así, eso es un disparate”. Era un problema síquico y me ví tan deteriorado. Entonces incluso me quite el pantalón y comprobé que estaba flaco, flaco.

Así que ya comencé a dejarme afectar por algún tipo de situación. Eso me duró como dos días hasta que me dominé otra vez. Me dije: “eso está malo” y tiré pa´lante.

Para dormir en aquellos días me acercaba a la carretera para disimular mi ronquido con el ruido de los vehículos que cruzaban por ahí en la noche, y además para divertirme viendo las luches de los carros. En mi soledad ese era uno de los factores que yo utilizaba para compensar, ¿Sabes? Me situaba en una lomita a unos 150 metros de la carretera, a veces a cincuenta. Incluso oía gente hablar. Y así mi soledad no era tan sola, porque es una carretera de mucha circulación nocturna.

Así estuve todos esos días en un área muy pequeña, un área que no pasaba de un kilometro cuadrado, hasta que bajaba la persecución y la luna se mejora, comienzo a avanzar como el día 9 ó 10 de abril. Y llego hasta la capital así, a pasos lentos hasta tomarla. En mi avance hacia Santo Domingo tuve tres escaramuzas con guardias. Entré por Haina, por los Bajos de Haina.

Ahí hice mis primeros contactos con gente que me ayudaran, todos sin conocerme, sin tener ninguna relación antes conmigo. En principio yo los obligaba, pero luego lo hacían voluntariamente.

–Civiles, ¿gente del pueblo?

–Civiles sí, incluso personas de clase media y clase alta me ayudaron.

–¿Cómo entraste finalmente a la capital?

–Entre cruzando el puente de Haina, pasé con mi fusil al hombro envuelto en una frazada. Iba sin camisa, con un sueter de lana color zapote.

En principio creía queseaba detrás de San Cristóbal. En realidad no conocía aquella zona nueva de la ciudad. Iba ahora sin camisa. Mira, la noche que llegué a la capital estuve paseando en un carro y fui hasta el hotel Embajador.

–Espérate, espérate… ¿el hotel Embajador? ¿En un carro?

–Sí, en el hotel Embajador, yo sentado en un carro. Claro, con una persona de rehén, pero la compañera iba al teléfono llamaba para…..

— ¿Pero el carro era alquilado?

–No, no, no. Son dos parejas de novios que yo sorprendo, sorprendo no, que están en su carro sentado frente a la casa de ella cerca de la medianoche. Entonces yo los detengo, me meto en el carro y le digo a ella que me busque comida a la casa de ella. Fue, me busca comida. Entonces…los llevo presos; iban muy asustados, muriéndose, que se yo qué…. Ellos sabían cuál era mi situación, sabían quién era yo.  Les dije que yo era un hombre que estaba defendiendo mi vida a cualquier precio y entonces me ayudaron voluntariamente, claro, con la presión que uno lleva apuntándote otro en la espalda con un fusil, ¿entiende?

–¿Con eso fue que llegaste hasta el hotel Embajador?

–Sí, con ellos.

–¿Y qué buscaban por ahí?

–Yo tratando de hacer unos contactos telefónicos. Pero ya era muy tarde, la 1:30 de la noche y no tuve ninguno.

–¿Y a qué hora fue que tú entraste a la capital?

–Con ellos sería como a la 1:00 de la mañana, por ahí.

–¿Tú los encontraste a ellos cerca de Haina?

–No, ahí en la capital ya, en la capital. Yo entré a la capital pero preciso la hora porque cuando yo hice contacto eran como las 12:30, doce y pico, es muy relativo.

–¿Pero tú entraste por Haina?

–No, no, yo entré por esa carreterita lateral de la capital.

–¿Cruzando por la finca Engombe?

–No, no.. No digo por dónde fue por razones éstas que pueden después detectar.

Entonces entré por ahí y estuve después paseando por la capital. Ellos son las primeras personas con quien yo realmente traté que fueran, no mostraban hostilidad hacia mí, que no tenían nada que ver conmigo. No eran revolucionarios ni nada de estas cosas. Gente rica, con varios buenos autos en la casa. Y no quise comprometerlos más. O sea, yo no le di solución a mis problemas como lo tenía planeado en la mente que con la primera gente que encontrara, en este caso con ellos, llevarlo al máximo, sacarle al máximo del problema.

–¿Por ejemplo que te llevaran a la misma Embajada?

–Sí, esas cosas. Porque es que precisamente ellos estaban muy nerviosos. Yo estaba más sereno. Luego fueron serenándose. Ellos estaban hablando con un tipo civilizado, no era ninguna fiera. Bueno, todas esas cosas a mí me ablandaron, por primera vez me ablandé. Me puse, bueno…. No que me ablandé en el sentido de que si tenía que arrancarle la cabeza no arrancársela. Si había que hacerlo yo lo hacía…. Pero, ellos me buscaron comida, me prometieron buscarme más cosas. Sabía que no era por miedo que lo estaban haciendo, sino con verdadero afán de ayudarme. Y después, sinceramente, no quise hacerles daño a esa parejita, tan bonita, tan amable. Eso no es ablandamiento. Y entonces les dije, bueno, llévenme fuera de la capital otra vez.

Ellos quedaron de ir a llevarme comida al día siguiente, a llevarme ropa.

–¿Ah, pero tu confiaste en que ellos iban a volver al día siguiente?

–Espérate, yo los comprometo para que me lleven a ese sitio, pero en ese momento yo no quería volver a verlos más.

–No esperar la comida que lleven?

–No verlos más. Yo en ese momento porque me apeo del carro… Eran las 2:00 de la mañana, no iba a estar con ellos ahí, ni iba a volver a ese sitio, ni tengo confianza en esa gente. Digo, en ese aspecto, no. Lo que yo pude hacer con ellos fue resolver mi problema esa misma noche.

Meterlos por la embajada, pasar por la embajada, ver lo que hay, etcétera, ese era mi plan.

Pero no lo hago así. Tuvimos por el Embajador y toda esa área paseando. Había que buscar soluciones. Ellos mismos me sugerían que podíamos hacer. Es decir, que estaban de muy buena fe, para mi… Y estas cosas, son las que me hacen ablandar, es decir que no resuelvo ahí, no saco el provecho máximo a esta situación, que conllevaba el que ya estas personas me habían visto. Entonces les digo, llévenme fuera de la capital otra vez. Por favor, les pido que me lleven a un sitio, entonces discutimos el sitio y acordamos que es bueno.

Ellos querían llevarme a una casa en construcción dentro de la ciudad, pero yo les dije, no, no, llévenme afuera otra vez. Una casa en construcción es muy vulnerable, les digo, y más porque pienso esperarlos mañana. Porque habían dicho que al día siguiente me iban a llevar comida y a ver qué solución encontrábamos en el día. Ahí yo los puedo esperar, hacemos una cita, ustedes me dejan la cosa, yo la paso a buscar, e hicimos una cita para las diez de la noche del día siguiente. Pero qué vá, yo no pensaba en ningún momento volver a ese lugar. Eso era para desinformarlos, y que en caso de una búsqueda que me buscaran por ahí, mientras yo andaba por otra vía.

Yo no tengo ninguna solución concreta aún para resolver mi problema, pero ya yo sé que no me voy a quedar con esos muchachos.

–Y los contactos telefónicos no dieron resultado?

–No, porque la gente no estaba en la casa. Era la muchacha la que tenía que llamar… No hubo contacto telefónico.

–Y tu andabas por la ciudad con un fusil al hombro?

–Con todos mis hierros, yo no dejé nada; andaba con mi equipo, mi maíz, el maíz que tenía de reserva, todo, yo andaba con todo ahí. Yo andaba armado con todo ahí. Yo andaba armado con todo mi equipo. Yo había visto ya, había estudiado la posibilidad de dejarlos a ellos. Pero tenía que darle solución a la situación ese día. No podía quedarme esperándolos a ellos.

Entonces cogí preso a un obrero, me metí en la casa, traté de hacer de nuevo contactos telefónicos, y no pude hacerlo. Con algunas gentes que hablé a esa hora, cuando se daban cuenta quién era yo, parecían que estaban hablando con el diablo;  bueno y me contestaban: “hey hey hey!!! Pla´f, y cerraban. Entonces digo, ¡!!bueno esto está mal!!!

Bueno, adquirí ropa de civil, por mediación del mismo obrero, que ya estaba cooperando abiertamente conmigo, y en esa situación me abrazó llorando, después que supo quién era yo. Me dijo que él era caamañista profundo y esas cosas… Ese fue el primer tipo que encuentro que corresponde a nosotros aunque sea emocionalmente. Recuerdo que era muy infeliz, que en su casa sólo tenía un arenque, y una latita de, de…. No tenía pan, ni nada. Como víveres tenía un arenque y dos latitas de salchicha. No había nada que comer a esa hora en la casa.

Entonces me llevó la latica de salchicha. Él vivía cerca de donde lo encontré. Le pregunté, ¿dónde tú vives?  Y él me dijo, “yo vivo aquí cerca, a unas dos esquinas”. Entonces yo le dije, “Está bien, ve a buscar la comida que yo te espero aquí”. Y él salió por el frente y yo por atrás, y lo seguí, me quedé al lado de la casa, y cuando él venía, me adelanté y lo esperé en el lugar.  Me trajo el arenque y las dos latitas de salchicha. Ya yo había comido cosas que me habían buscado los dos muchachos. Entonces le dije, no quédate con el arenque. Me comí las dos latas de salchicha, como pastillas ¡zas… se acabaron! Nada, con esa hambre metida en los huesos. Eso era la del caray… Me trajo ropa y me indicó dónde bañarme. Ya estoy dependiendo de él y le cogí confianza total a éste individuo, ahí si no tuve yo delicado…

Él primero creyó que yo era Matos Moquete. Entonces le pregunté: ven acá, si tú crees que soy Matos Moquete, ¿tú me ayudas? Pero yo llegué allá vestido de guardia, como quien quiere hablar por teléfono. Entonces me dijo, sí yo ayudaría a Matos Moquete. Entonces yo le pregunté ¿qué tú estás haciendo? Me dice: “Yo lo que no quiero es que ningún dominicano muera”… Entonces le digo, pero ven acá, viejo, por mí es que están dando 20 mil pesos… que ofrece la Policía por informes para mi captura o mi muerte. ¿Tú me vas a ayudar, siendo un infeliz en la vida? Un trabajito viejo es lo que tienes….

A eso de las cinco de la mañana salí vestido de civil. Me despedí del obrero, a quien le dejé el arma y los equipos, prometiéndole que en menos de dos días lo iban a ir a buscar.  Pensaba pedirle a alguien que los buscara y se los entregara a Matos Moquete, que aunque no lo conocía era un combatiente como yo. Luego supe que él había estado buscándonos por la loma.

Salí y empecé a buscar las embajadas. Andaba a pies y en carro y con unos tenis viejos que me dieron. A eso de las seis llegué a la dirección, que según la guía telefónica, tiene la embajada de Panamá. Pero allí no veo escudo ni nada, pero sí policías.

Me pongo a calcular que si salto esa verja y no es la embajada, estoy listo, porque ya no llevo el arma. La verdad es que no me iba a dejar agarrar así sino que había que matarlos. Hubiera simulado que traía granadas para obligar a los policías a retirarse. Llevaba en ese momento tres relojes, un radio y $837.00 (dólares).

Recuerdo que en el primer negocito que encontré abierto me comí dos pesos de guineo, pan de maíz, batatas asadas y eso para matar el hambre. Abandoné la idea de entrar a la embajada de Panamá por no estar seguro y decidí tomar un carro y salí a buscar la de Perú, en la avenida Tirandentes. Le dije al chofer que iba a buscar trabajo por allí, que fuera al paso, porque sabía cómo era el edificio; por allí llegamos hasta Obras Públicas y la embajada no aparecía, nos volvimos otra vez lentamente buscándola. Me bajé del carro por donde está el nuevo hotel Naco. Después que había vuelto a bajar y a subir, pero no había embajada peruana por allí.

Después de abajarme del carro pregunto a unos jardineros dónde está la embajada de Perú, explicándoles que iba a buscar trabajo allí. Estaba por el área cercana al puesto policial del Ensanche Naco y les pedí que sí tenían un teléfono que me prestaran y uno de los tipos dijo: “Vamos allí al cuartel, que ellos te lo prestan”. No, mejor déjalo, le dije, voy a seguirlo buscando por aquí.

Entonces me fui a pie a deambular por la parte Norte de la ciudad. Ya había amanecido, compré una navajita y me fui afeitando mientras caminaba, paso la avenida de San Martí. Pregunté por dónde había un bar y me señalaron uno. Me metí en la barra y allí estuve como 3 horas. Comí como era lógico dada mi hambre. El bar creo que se llama “Las Tres Avenidas”.

Desde allí seguí llamando por teléfono, tratando de hacer un buen contacto pero nadie respondía. Estando sentado allí, llegó un capitán que había sido subalterno mío en la policía. No sé si me conoció, pero incluso me miró. No tenía yo espejuelos ni sombrero, lo reconocí de inmediato. Después en una bomba de gasolina que hay allí cerca entra un camión con tropas del Ejército, brincan dos guardias y salen para la acera de enfrente. Son las diez y media de la mañana. No hago ni un movimiento, pensé que tomaban posiciones y que la cosa se iba a joder allí. Cuando se fueron, me relajé y a volar. Salí sin esperar nada. Salí con rumbo al cementerio nacional y en el camino me metía a negocitos a llamar; tomaba cervezas y comía algo. Por fin logré un contacto seguro y me fue a una casa en un auto. Ellos hicieron contacto y pocos minutos después un personaje de la vida pública me llevó a la embajada de México, a las 10:17 de la mañana, en mi reloj de guerrillero.

–En aquellos días de soledad, en las noches oscuras, adolorido por la muerte de tus compañeros, nunca pensaste en el suicidio, o en entregarte como se pensaría?

–Yo nunca pensé en suicidio ni nada. Tenía la firmeza de que conseguiría llegar. Nunca dudé que llegaría. La dificultad más seria fue el hambre, ya de noche me ponía a programar lo que voy a hacer en los próximos años. Todo lo pensé allí; tenía mucho tiempo para pensar. Tal vez vaya a haber algunas cosas que variarán por las circunstancias, pero yo pensé allí qué voy a hacer durante los próximos diez años.

–Entonces no vas a desertar de la vida del guerrillerismo?

–Si deserto me muero. En ningún momento pensé ya para atrás. Se me salen las lágrimas,  pero aún no tiemblo ni tengo debilidades. Lo que más siento son las condiciones en que murió Braulio, de hambre y por descuido.

–¿Y la muerte de Caamaño, no la sentiste más, no fue golpe más fuerte?

–Caamaño, pensamos siempre que podía morir como cualquiera de nosotros en el combate. Morir combatiendo es lo más normal para un guerrillero. Pero las condiciones de Braulio fueron otras. También me duele que a Caamaño y a Ulloa los tomaran y los torturaran. Es un trabajo indignante, hecho por los jefes, pero el morir ya estamos acondicionados para eso.

–¿No se sintió Caamaño desmoralizado alguna vez?

–Caamaño ni nadie se sintió desmoralizado ni decepcionado. No muere defraudado de nadie, sino de nosotros mismos que no encontramos comida suficiente. No estaba decepcionado porque en esa etapa él no esperaba nada. Caamaño murió con optimismo, sólo que con hambre. Su muerte desde luego fue un palo para la guerrilla.

–¿Y cómo te han tratado después en la embajada y en México?

–En la embajada me trataron bien, dentro de las obligaciones, dentro de los acuerdos existentes. Aquí me recibió cuando llegué el jefe de inspectores del departamento de Gobernación con otros seis hombres. Me sacaron muy rápido del aeropuerto; me han dado un tratamiento excepcional, con cuidados extremos. Todo me lo resuelven de inmediato, todo el papeleo me lo hacen. Me llevaron a un hotel y asumieron todos los gastos; allí me buscaban con inspector y me regresaban cuando había que hacer algunas diligencias. Tan pronto llegué aquí, además de la protección del gobierno mexicano, los cubanos me informaron que estaban en disposición de correr con todo lo que necesitara. Me pusieron a escoger entre quedarme o irme a Cuba.

–¿Y cuáles son tus planes inmediatos?

–Marcharme a Cuba y tratar de mejorar mi condición de revolucionario. Superarme.

El fracaso porque fuimos derrotados, se debió a errores nuestros, nadie, absolutamente nadie más que nosotros fue responsable de eso.

*Continúa………..

(Nota: Los textos fueron tomados de las siguientes fuentes: “Claudio quiso dejar su fusil a Plinio”, Ultima Hora, 4 de junio 1973; Juan Bolívar Díaz, “Tuvieron desembarco errático y con problemas”, Ultima Hora, 7 de junio 1973, pp. 1,4,5,6,7  ;     Juan Bolívar Díaz,  “Muerte de Braulio traumatizó grupo”, (continuación),  Ultima Hora, 8 de junio 1973. Pp. 1, 2, 3, 4,5).