(Dedicado al historiador y crítico literario Diógenes Céspedes. Motivador de ideas y generador de proyectos culturales).
El inicio de la dictadura de Rafael L. Trujillo en 1930, puso fin, casi de inmediato al proceso de apertura que comenzó a vivirse a partir de la desocupación militar de 1924 y de la instauración del gobierno del General Horacio Vásquez.
Una parte de la intelectualidad dominicana había entrado en el juego de la conspiración contra este gobierno, encabezada por Rafael Estrella Ureña, contando con que, de lograr sus objetivos de sustituir al viejo caudillo, ellos iban a ser los actores principales del proceso y no como realmente sucedió en que el jefe del Ejército, quien había urdido toda la trama sigilosamente, terminó poniendo a los intelectuales a su servicio. La trampa en la que entraron los intelectuales estaba relacionada con la concepción que estos tenían, de que la sociedad dominicana no podía reformarse y modernizarse al margen de un proceso que aniquilara el caudillismo partidarista. Para una parte de la intelectualidad ese proceso no podía implementarse sin la presencia de “un Hombre”, con fuerza, decisión y poder, que fuera capaz de dirigirlo y muy pronto ese “hombre necesario” se convirtió en Trujillo.
Los jóvenes intelectuales procedentes del sector liberal, del positivismo hostosiano y del nacionalismo anti norteamericano de los tiempos de la ocupación militar, se entramparon en los intereses de Trujillo y pronto terminaron integrándose a su proyecto, siendo testigos de su ascenso a la presidencia de la República en agosto de 1930. Tal como lo explica Diógenes Céspedes en su libro “Los orígenes de la ideología Trujillista” (2002), “la realidad y las necesidades de la vida cotidiana les harían pasar de nacionalistas idealistas a nacionalistas prácticos (…). El arielismo, el duartismo, el liberalismo positivista de la Restauración y el antiimperialismo se convirtieron entonces en la ideología y el instrumento practico al servicio de la sobrevivencia de esos intelectuales”.
La conversión de liberales en trujillistas
Tres palabras definían la concepción del Estado, la política y la sociedad en los debates de la intelectualidad dominicana: “Evolución”, “Regeneración” y “Renovación”, y aunque también se hablaba de “Revolución”, esta última no tenía al parecer, amplia simpatía en las elites pensante. En lo que todos los intelectuales coincidían era en el anti caudillismo.
La crítica de los jóvenes intelectuales al partidismo caudillista llevó a Manuel A. Peña Batlle, líder de la agrupación Plus-Ultra, en julio de 1922, a negar a los partidos de entonces la condición de tales, por no tener programas, ni ideología y estar sustentados principalmente en hombres. De lo que se trataba, planteaba Peña Batlle, era de construir partidos sustentados en principios e ideas y en “hombres que las impongan”:
“No es con fórmulas banales y más o menos atrayentes como se inocula en la masas el virus de su regeneración; no es con frases paradójicamente combinadas como ha de hacérsele ver al pueblo que se trabaja por su levantamiento moral; no son cabriolas más o menos audaces las que sustentan un ideal; no, es menester mucho amor y mucho desinterés, es preciso ofrecer con serenidad y sin miras ulteriores, el reposo de nuestro cuerpo y la tranquilidad de nuestro espíritu a la consagración de una causa noble y elevada, que llanamente expuesta al pueblo, le haga ver con claridad donde está el verdadero interés en regenerar, en levantar, en evolucionar…. Los llamados partidos políticos existentes actualmente en la República, no son tales partidos, científicamente considerados, no son sino una manada de hombres, que ciegamente, por la sola virtualidad de simpatías personales y casi privadas. (…). Partido político significa, agrupación consciente de hombres conscientes, que afiliados por deliberación a un programa de principios, tratan de realizar ese programa e imprimir al movimiento social y político de un pueblo el vigor de los principios sustentados y defendidos. Un partido político ha de sustentar principios, ideas, no hombres. (…). Subterfugios, maquinaciones fútiles, combinaciones urdidas al calor de imaginación alucinada, todo habrá de ceder al paso de la
idea, sencilla y fuerte, como que no necesita sino de su pureza para imponerse en un ambiente en donde solo faltan hombres que la impongan”. [1]
El 17 de agosto de 1922, el director del periódico santiagués El Diario tituló el editorial: “Regeneración”, planteando la necesidad de renovar y regenerar la sociedad a partir del momento, que ya se venía llegar, de la salida de las tropas americanas:
“Estamos en un período de renovación. Ahora o luego volveremos a gobernarnos, como quiera que sea, y hoy más que ayer se necesitan moldes nuevos. (…). Estamos en un período de renovación, decíamos; y esto obliga a meditar profundamente a nuestros directores sociales sobre la necesidad de enderezar muchos errores, de higienizar el concepto moral de la política, (…). Ya somos mayores de edad. Hemos aprendido a andar a fuerza de sangrar los pies. Y si aún quedan multitudes rezagadas en el movimiento progresivo de nuestra conciencia colectiva, cumple a nuestros políticos, a nuestros tribunos, a nuestros jóvenes reconstructores seguir llevando al Pueblo por la senda regeneradora de la conciencia”.[2]
Pero en el mismo periódico El Diario, de Santiago, aparece otro editorial cinco años después, titulado “El Hombre!…”, en el que se plantea que esa regeneración solo es posible si aparece “El Hombre” capaz de cristalizarlo. Se señalaba como ese posible “hombre” al comerciante Juan Bautista Vicini Burgos y se descartan varios de los más influyentes intelectuales y políticos; pero no descarta el editorialista que ese “hombre” sea uno que apareciera y “dirigiera al pueblo” en ese proceso de regeneración. La necesidad del hombre providencial y predestinado, que luego sería Trujillo, se iba forjando en los medios de comunicación desde hacía tiempo:
“El país necesita un hombre nuevo capaz de salvarlo a base de una recia moral administrativa. Los desaciertos que a diario registra la presente administración mantienen una inquietud en el ánimo público. (…). Ese justo anhelo de que asome un hombre (…), es lo que ha hecho abrigar esperanzas de salvación, al pueblo con la posible postulación del ciudadano Juan Bautista Vicini Burgos. (…). Nosotros no servimos ideas ni intereses de ningún político, y si al referirnos a Vicini Burgos le reconocimos algunas cualidades buenas que nadie puede escatimarle sin cometer injusticia, ni afirmaremos que él es EL HOMBRE, ni negamos que lo sea. Si este no es EL HOMBRE, que surja el que lo sea y diga al pueblo que lo es, y se lo pruebe, para que el pueblo lo aclame y lo siga. El pueblo está maduro para seguir a un hombre, o con más propiedad aún: al hombre, es decir, al que sea la verdadera encarnación de la conciencia pública”.[3]
Llama la atención que fuera un “arielista”, seguidor, como la mayoría de los intelectuales nacionalistas del período de José Enrique Rodó, pero posiblemente el de más influencia en la juventud de Santiago y líder del Partido Republicano, Rafael Estrella Ureña, quien encabezó el llamado “Movimiento Cívico” que puso fin, el 23 de febrero de 1930, al gobierno del General Horacio Vásquez y promoviera, acompañado de un nutrido grupo de intelectuales, la candidatura de Rafael L. Trujillo en las elecciones del 16 de mayo de 1930. Trujillo se había constituido definitivamente en el “hombre” que todos soñaban para poner fin al partidismo caudillista.
Reacción de intelectuales y jóvenes liberales
Muy pronto una parte de la juventud intelectual comprendió que su proyecto y el del nuevo presidente, que tomó posesión el 16 de agosto de 1930, no era el mismo. Se abrió casi de inmediato un espacio que va de 1931 hasta 1935, en el que los desengañados y los que percibían la instauración de la dictadura, intentaron resistirla: unos participaron en conspiraciones, otros en planes para ajusticiar al tirano, y un nutrido grupo salió del país y se propuso de inmediato la organización de una expedición armada, que vendría desde Cuba, pero que quedó en el olvidó en medio de la represión ejercida con saña contra los oposicionistas.
En el campo de los que se opusieron a Trujillo la persecución y el crimen fue implacable: Desiderio Arias murió en Gurabo junto a varios de sus seguidores, en noviembre de 1930; Cipriano Bencosme fue muerto en Moca en 1930, y Rafael Estrella Ureña abandonó la vicepresidencia y salió del país en agosto de 1931. Para 1933 tomó cuerpo una conspiración para eliminar a Trujillo entre oficiales del ejército de la Fortaleza Ozama, pero sus líderes, Leoncio Ramos y Aníbal Vallejo, entre otros militares, fueron asesinados.
En abril de 1934 un nutrido grupo de jóvenes estudiantes renovadores y revolucionarios de Santiago fue encarcelado y algunos murieron en la cárcel de Nigua, San Cristóbal, por intentar asesinar a Trujillo; Sergio Bencosme, que había salido del país fue asesinado en Nueva York en 1935, y en abril del mismo año fue detectado la planificación de otro atentado en la ciudad de Santo Domingo, muriendo en las cárceles la mayoría de los implicados.
La “pacificación” del país terminó en 1935 y es partir de ese año cuando la mayoría de los intelectuales que habían resistido para no colaborar, van a comenzar a ingresar al Partido Dominicano:
¿Cómo interpretaban en sus escritos la situación de la intelectualidad, los que no se habían pasado al régimen? En el caso de Juan Isidro Jimenes-Grullón, quien fue directivo de la Sociedad Amantes de la Luz, de Santiago, este publicó en la revista “Analectas” un ensayo en tres números consecutivos bajo el título de “Reflexiones sobre la desorientación intelectual”. En el segundo de esos artículos el médico-historiador planteó lo siguiente:
“Vivimos soñando. No tuvo la elite tampoco el sentimiento de lo social. O si lo tuvo lo desvió, pues pudiendo hacer algo por el pueblo, perdió el tiempo en sueños y teorías y lo dejó postrado en la semibarbarie. (…). El peligro está en que ese estado de cosa continué. La cuestión es de mucho más alcance de lo que a simple vista parece, pues las corrientes ideológicas predominantes en la elite dejan siempre una huella profunda en la vida de los pueblos. (…). O el intelectual se adapta y razona en relación al estado social y las necesidades del pueblo, o el pueblo degenera o perece. Adaptarse. No entregarse. Se adapta el que aprende y trata de encender la chispa del progreso. Se entrega el que cree todo perdido y se contagia o especula en la pobreza del medio. Bolívar se adaptó. Páez se entregó.[4]
Al momento en que estaban apareciendo estos artículos, Jimenes-Grullón se encontraba detenido en la Penitenciaría Nacional de Nigua, San Cristóbal, acusado de atentar contra la vida del presidente de la República. En cuanto a la aptitud de Julio A. Cuello, de quien no aparece, en la bibliografía trujillista de Rodríguez Demorizi, un solo artículo a favor del régimen, éste la deja percibir sutilmente en su escrito “El Carnaval”, aparecido también en “Analectas” en julio de 1934:
“La hora tienen para mí, sin embargo, una lentitud de silencio y soledad, dentro del vértigo enloquecido de tantos corazones abiertos al placer. Me agobia el turbulento corretear de la gente, convencida, bajo el antifaz, de la transitoria ligereza de esta vida, e inadvertida como si viviera en la amable inconsciencia de la infancia, sin la tormentosa visión de las preocupaciones futuras. (…). Bajo la frágil decoración de estas caras impasibles, la nota de inconfundible idiosincrasia es una afirmación fatal de la verdadera locura de la Sociedad, plegada de tanta cosa banal y despreocupada de todo lo trascendente y serio”.
Se dio el caso de intelectuales que se destacaron en la oposición a la dictadura, que escribieron en formas laudatorias sobre Trujillo, como fueron, por ejemplo, el Profesor Juan Bosch y Ramón Vila Piola, para sólo citar dos casos: Bosch escribió en abril de 1935 “Una responsabilidad que nadie resistiría” y en enero de 1937 el artículo “Jefe y Tirano”, haciendo un paralelo entre Trujillo y Somoza, y en el que aparece como jefe el primero y como tirano el segundo.[5] En La Opinión de octubre de 1937, Bosch escribió “El signo de Trujillo”, en el que dijo que “mientras sus amigos pueden disfrutar de los placeres que el mundo brinda a todo hombre, él (Trujillo), tiene que seguir aquí, con la República a cuesta, jineteando bajo el solazo de la Línea o sobre las crestas de la Cordillera Central”,[6] mientras que Vila Piola, líder del complot de Santiago para eliminar a Trujillo, escribió en abril de 1941 “El trujillismo, doctrina política dominicana” [7]. Pero se sabe que tanto Bosch como Vila Piola, como otros que escribieron sumisamente en aquellos días, no fueron trujillistas: para muchos, el problema era sobrevir.
Resistencia y Dictadura
Existe la opinión de que Rafael L. Trujillo fue apoyado por la totalidad de la intelectualidad desde el inicio de su primer gobierno y hasta desde un poco antes; pero esto es incorrecto. Una parte considerable de la elite pensante dominicana resistió por varios años las presiones que recibían para que se integraran a las estructuras político-administrativas del régimen.
Por ejemplo, varios de los intelectuales que acompañaron a Estrella Ureña en el “Movimiento Cívico” del 23 de febrero de 1930, incluyéndolo a él, rompieron con Trujillo en 1931, aunque también es cierto que fue a partir de ese año cuando otros que fueron contrarios a la situación, comenzaron a integrarse.
Podemos citar como ejemplo varios casos: El Dr. Ramón de Lara fue nombrado por el gobierno provisional de Estrella Ureña como rector de la Universidad de Santo Domingo, pero ya en septiembre del mismo año fue expulsado del país junto al Dr. Leovigildo Cuello y aunque esa expulsión fue levantada tiempo después, el Dr. Ramón de Lara se integró al plan que buscaba poner fin a la dictadura en abril de 1935, siendo detenido y torturado en la cárcel de Nigua.[8]
Otro caso es el del Dr. José Enrique Aybar, quien en abril de 1930 fue de los pocos que se opuso públicamente a la candidatura de Trujillo, pero su transformación a radical trujillista fue rápida. En 1934 dirigió una encuesta entre personas importantes sobre la reelección, en la que solo opinaron en contra el Dr. Ramón de Lara y el Dr. Eduardo Vicioso. Aybar terminó ingresando definitivamente al gobierno en 1940, pero ya desde 1935 estaba escribiendo a favor del régimen. En cuanto al doctor Vicioso, este había sido Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad y en la conspiración de abril de 1935 fue detenido y torturado en la cárcel de Nigua.[9]
Los desafectos del régimen eran obligados a escribir a favor del mismo y hasta contra sus propios familiares: Joaquín Balaguer narra en “Memorias de un Cortesano”, como Juan Tomás Mejía al ser llamado por Balaguer “para transmitirle instrucciones”, y al presentarse dijo: “Supongo que no me habrán llamado para pedirme que escriba contra mi hermano Luis”. (…). Había sido obligado a cubrir de improperios a su hermano Luis F. Mejia cuando este publicó en Venezuela el libro titulado “De Lilís a Trujillo”.[10]
El caso del director del Listín Diario es sintomático de cómo era que se estaba desarrollando el proceso de integración al trujillismo: el 1 de abril de 1934, su director Arturo Pellerano fue encarcelado por orden de Trujillo, pero el periódico aclaró que él no injurió al presidente. Al ser excarcelado ingresó, el 11 del mismo mes, al Partido Dominicano. El Listín se había destacado anteriormente como un medio de comunicación de tendencia horacista.
Entre las personas importantes implicadas en el atentado contra Trujillo en la ciudad de Santiago, fueron perseguidos o encarcelados y torturados, desde marzo de 1934: Juan Isidro Jimenes-Grullón, Ramón Vila Piola, Ángel Miolán, Fabio Bonnelly, y Fernando Bermúdez, así como decenas de jóvenes estudiantes normalistas.
Una nueva conspiración contra la vida de Trujillo se planificó en abril de 1935, en la ciudad de Santo Domingo; en esta estaban implicados varios intelectuales y profesionales de prestigios, entre ellos: el ingeniero Juan de la Cruz Alfonseca, el Dr. Ramón de Lara, el abogado Eduardo V. Vicioso, el industrial Oscar Michelena y Pou, el Dr. Buenaventura Báez Ledesma, y el optómetra Ulises Pichardo Pimentel; además del dentista José Selig Hernández, el abogado Abigail Del Monte, el farmacéutico Manuel Joaquín Santana, el farmacéutico Ramón María Lora Báez, el industrial Colchón Calvo y el comerciante Amadeo Barletta.[11]
Desde finales de 1931 “se completa la sumisión y a principios de 1933 comenzarán las conversiones”, dice Jesús de Galíndez [12]; pero es después de la agresiva represión contra los que integraron el movimiento conspirativo de Leoncio Blanco y Aníbal Vallejo, en el Ejército, y contra los que planificaron los atentados de Santiago y Santo Domingo, que la intelectualidad se va a postrar ante Trujillo. A partir de 1935 la vida intelectual ya no sería desarrollada en instituciones liberales alejadas de los planes de dominación de Trujillo y la “libre vida intelectual se desarrolla ahora en la intimidad del hogar, donde solo se habla francamente con el insospechable”; pero otros decidieron integrarse y formar parte del equipo de asesores y funcionarios del régimen. Tal y como lo explica Juan Isidro Jimenes Grullón, cuando dijo:
“Fue, (…), fenómeno corriente el que esa intelectualidad le tomara gusto a la vida burguesa, gusto que la empujó a buscar en actividades políticas o politiqueriles los medios que pudieran proporcionar tal vida, cuando la profesión se mostraba parca en ofrecerla. (…). Aquellos que conservaron ciertos escrúpulos, actuaron por lo general de modo discreto en la cooperación al mal”.[13]. La integración de los intelectuales a la dictadura de Trujillo fue la motivación obligada; pero con el tiempo estos se hicieron adeptos y adictos a sentirse parte del poder y disfrutar de sus mieles, aunque para esto tuvieran que abandonar para siempre todas las que fueron ideas y principios, haciéndose cómplices por participación, silencio u omisión a los más horrendos crímenes del régimen de oprobio.
(Notas Bibliográficas: [1] El texto del presente artículo pertenece al libro de Alejandro Paulino Ramos, “El Paladión”. Sto. Dgo, AGN, 2010. Véase además: Manuel A. Peña Batlle. “Evolución”. Revista Minerva, No.22, 30 julio 1922, pág. 5. San Pedro de Macorís; [2] Periódico El Diario, Santiago, 17 Agosto de 1922; [3] El Diario, Santiago, 10 Enero de 1927; [4] Véase a: Juan Isidro Jimenes-Grullón, “Reflexiones sobre la desorientación intelectual”. Revista Analectas, Vol.5, No.2, del 8 de julio de 1934; [5] Listín Diario, del 5 de abril de 1935; [6] Listín Diario, 6 enero de 1937; [7] La Opinión, 11 Octubre 1937; [8] En: Juventud, 6 de abril de 1941; [9] Véase: Jesús de Galíndez, La Era de Trujillo. Santo Domingo: Letras Gráficas, 1999, p.37, 45, y Manuel Ángel González Rodríguez, Dos Procesos de nuestros anales criminales. C.T: Montalvo, 1945. Pág.56 y ss; [10] Véase: Juan Isidro Jimenes-Grullón, Una Gestapo en América. Santo Domingo: Montalvo, 1962, pp. 49 y 194, y Manuel Ángel González Rodríguez, ob. cit., p. 81 y ss.; [11] Joaquín Balaguer, Memorias de un cortesano de la era de Trujillo. Santo Domingo: Corripio, 1997, pp.91-92; [12] Manuel Ángel González Rodríguez. ob. cit.; [13] Jesús de Galíndez, ob. cit., p. 4. También: Juan Isidro Jimenes-Grullón, La República Dominicana: análisis de su pasado y su presente. Santo Domingo: Editora Nacional, 1974, pp.168 y ss.)