SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El jurista Juan Manuel Pellerano Gómez al analizar los acontecimientos históricos del país dijo que en la actualidad la encrucijada es “el fantasma de la dictadura por la implantación de un partido único”.
Cáustico y breve, y no dio más explicaciones. Fueron sus últimas palabras al agradecer un homenaje que le hicieron abogados amigos y admiradores, encabezados por Eduardo Jorge Prats, que le dedicaron un libro escritos por abogados abordando temas jurídicos.
El acto se organizó en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, en presencia de su rector, Monseñor Agripino Núñez Collado. También estuvo Milton Ray Guevara, presidente del Tribunal Constitucional.
A continuación les dejamos con las palabras de agradecimiento del doctor Juan Manuel Pellerano Gómez, en agradecimiento al homenaje.
A mis queridos amigos y colegas, damas y caballeros.
A los nacidos en Baní, Provincia Peravia, le llaman banilejos, es un pueblo hacendoso que distingue a sus hijos con tres rasgos inmejorables, primero el recuerdo a la memoria del galante buen humor de Llillo Gómez, mi abuelo, segundo el espíritu zahorí de Don Rafael Herrera Cabral, banilejo de nacimiento y origen, Director del Listín Diario en su renacer post tiranía y, tercero el insuperable sabor del mango banilejo.
En esta tarde de sorpresas me permito solicitar la venia de todos ustedes para celebrar la memoria de Dr. Luis Rafael del Castillo Morales, abogado patriota, hijo del magnífico orador de grandes multitudes Luis Conrado del Castillo y también a la memoria de Don Rafael Herrera Cabral, quien por muchos años se irrogó la defensa de muchos casos de la conciencia de los dominicanos, ambos idos a mejores tierras.
El espíritu de caudillo de nuestro común amigo el Licenciado en Derecho de los fecundos predios del Cibao Eduardo Jorge Prats ha tenido la audacia de convocarnos a celebrar la puesta en circulación de un grueso volumen en que mis amigos hacen gracias jurídicas en un libro que parece que aparece en lengua extraña Liber Amicorum, esto es, en el más clásico latín.
1.- A los dos amigos ausentes:
El 19 de Marzo de 1966 don Rafael Herrera publicó en su periódico un pequeño editorial ante la ocurrencia de un hecho que calificó de esfuerzo laudable, esto es, la noticia de la aparición de una empresa editorial que se especializará en publicaciones de libros de derecho, algo que él identificó como hecho “verdaderamente extraordinario”.
En ese entonces mi compañero de bufete y amigo Luis Rafael del Castillo Morales y yo, nos habíamos unimos en la creación de Capel Dominicana que era el apócope del nombre de la empresa:
“Editorial Castillo Pellerano Dominicana, S. A.”, la cual se lanzó al ruedo con un primer best seller: la Guía del Abogado.
He querido traer el recuerdo de esos aconteceres porque creo que si no hubiera sido por la co-participación moral de mi amigo Luis Rafael del Castillo Morales, hoy no estaríamos reunidos tratando de poner en circulación el Liber Amicorum que nuestro querido Eduardo Jorge y sus secuaces dedican a mi esfuerzo sobre un derecho constitucional dominicano realmente difuso.
Cuando a mediados de 1845 el entonces gobierno dominicano decretó la recepción y asimilación voluntaria de los Códigos franceses de la Restauración produjo un hecho inédito en la historia del mundo, algo extraordinario.
Lo cierto es que la adopción voluntaria de los Códigos y consecuentemente la adopción de la doctrina y la jurisprudencia francesas no se produjo voluntariamente, vino implícitamente con ellos, fue la compañera inseparables de los textos. Lo cierto es que los dominicanos pudimos contar, desde el inicio, con la labor creativa de la jurisprudencia francesa que a la sazón ya se había producido en torno a sus leyes y, comentarios de sus autorizados juristas en relación con las soluciones dadas a los casos particulares. No relato la labor de Ediciones Capeldom para no hacer más largas estas palabras, todos los abogados la han estudiado o las conocen.
2.- En cuanto al objeto de este acto:
Rafael Herrera agregó que le edición de libros de derecho en esta República es algo “verdaderamente extraordinario”. Podemos decir que en un principio la doctrina y la jurisprudencia sobre los asuntos regidos por el derecho constitucional francés no tuvo el desarrollo de hoy día, aun cuando existieron doctrinarios del primer orden. Todo en razón de que el derecho francés siempre profesó la soberanía de la ley sobre toda otra norma jurídica y la prohibición de que juez alguno pudiera invalidar la ley creada por los órganos legislativos de la Constitución.
Hacia 1945 se produjo la primera incursión del constituyente francés sobre la letra de su carta magna, los derechos del hombre reconocidos por los revolucionarios franceses de 1789 pasaron a categoría constitucional.
Ser el destinatario y beneficiario del Liber Amicorum que hoy se pone en circulación me complace grandemente porque es obra de mis amigos, y al sentirme en la recta final de mi vida, me provoca adicionalmente una profunda satisfacción. Debo confesarles que estoy convencido de que el resultado del entretenimiento intelectual que comencé hace ya muchos años, burla, burlando, como Quevedo con su soneto, no justifica la distinción que se me hace. No obstante mi duda, la acepto con placer. Gracias a todos, muchas gracias.
La evolución de la historia de Santo Domingo, “Cuna de América” es al decir de Pedro Henríquez Ureña, el “único país del Nuevo Mundo habitado por españoles durante los quince años inmediatos al Descubrimiento, es el primero en la implantación de la cultura europea. Fue el primero que tuvo conventos y escuelas; el primero que tuvo sedes epistolares, el primero que tuvo Real Audiencia; el primero a que se concedió derecho a erigir universidades”, todo esto al inicio de la edad moderna. El tiempo que le fue anterior quedó en el vacío y en la oscuridad de una historia no acontecida.
La nación dominicana que se formó desde aquel entonces da testimonio de una historia aciaga que ha dejado un saldo amargo con el paso del tiempo. Fue escenario de las disputas políticas y territoriales mantenidas en Europa entre España, el patriarca colonizador con sus vecinos rivales, igualmente fue víctima de los exterminios de blancos colonizadores, agravados con la presencia agresiva en estas tierras de América del pro hijo francés: el Estado haitiano.
Moya Pons relata que hacia la segunda mitad del Siglo XVII, el Santo Domingo español se encontraba en un “intenso proceso” de transformación humana, mediante su “mulatización”, esto es, el aumento progresivo de su población mulata, proceso que se ha mantenido constante a través de los siglos y que hoy es uno de los rasgos característicos del pueblo dominicano.
Luis Heriberto Valdez Pimentel, en su Conferencia Cibao y Sur, dictada en 1932[1] expresa que: “El mulato no es inferior al blanco ni superior al negro, el mulato es una entidad racial diferente, como factor de civilización y de historia; hoy comienza con la misma sugestión de fuerza que el blanco de otros siglos; maravillosamente dotado para las luchas dobles de la ciudad y la manigua en este nuevo mapa del Universo, encuentra de paso hasta la ventaja de que las futuras historias derivan más hacia la biología que hacia la moral”.
En Santo Domingo, en el año 1821, un grupo de personas identificado localmente por su importancia social, que lideró José Núñez de Cáceres decidieron convertirlo en nación libre y soberana, con un movimiento político dirigido contra España, llamado por su escaza duración: Independencia Efímera. A la sazón, en 1795 Santo Domingo ya había sido cedido por España a Francia por el Tratado de Basilea, o sea, el territorio ya antes determinado por el Tratado de Aranjuez de 1777. A la declaración de la independencia por Nuñez de Cáceres, Santo Domingo fue puesto bajo la protección de la Gran Colombia. Dicho movimiento político tuvo escaso apoyo local y fue una situación que desapareció al ocupar el gobierno haitiano lo que fue la colonia española en 1822, la cual permaneció bajo su dominio hasta el 27 de Febrero de 1844, en que los dominicanos proclamaron su separación de Haití.
El 6 de noviembre de 1844 la comunidad mulata de los dominicanos ratificó su separación de Haití en un documento al estilo de los redactados por los demás Estados-repúblicas que a la sazón nacieron en América al romper los vínculos con su colonizador español. Esa Constitución ha vivido al borde de la anarquía que ha dominado en casi toda la historia política de los dominicanos, quienes se han mantenido en ella, perpetuamente, en la búsqueda de una Constitución que consagre esencialmente sus dos objetivos principales: de autoridad y de libertad.
Ahora no es mi propósito penetrar en la urdimbre de la historia de los dominicanos, mi afición por el derecho constitucional me impide alejarme de él, y mucho menos sondear en los laberintos de las acciones de sus caudillos. Tan solo pretendo invitar la atención a algunos aspectos del constitucionalismo dominicano que su nueva lectura puede, conjuntamente con las lecturas de otras ciencias sociales, llevarnos a criterios o conclusiones que de momento nos son inéditas.
Me parece de provecho que se discurra sobre la historia del constitucionalismo dominicano y sobre todo las consecuencias que ella impone. Constitucionalismo que nace en 1821 a la proclamación de la independencia de España por José Núñez de Cáceres, o de acuerdo a la opinión más socorrida, la separación del Estado haitiano, el 27 de Febrero de 1844. Los acontecimientos desde entonces se han repetido reiteradamente: instauración de un caudillo, sustitución repetida del mando por hechos de fuerza, la guerra de la Restauración, la vuelta de los caudillos, nueva transmisión del mando por hechos de fuerza, la tiranía de Ulises Hereaux, la vuelta de los caudillos, anarquía política, primera ocupación norteamericana, ocupación y gobierno por extranjeros, la vuelta de los caudillos, la sustitución del mando por la fuerza, la larga tiranía de Rafael L. Trujillo, la vuelta a la sustitución del mando por la fuerza, la segunda ocupación norteamericana, la vuelta de los caudillos, y como si fuera poco, el fantasma de la dictadura por la implantación de un partido único.
Si logro con mis palabras llevarlos a la reflexión necesaria sobre estos eventos de nuestro pasado como instrumento útil para definir el curso futuro de nuestra institucionalidad, habré llenado mi cometido.
Aquí los libero, gracias, muchas gracias por escucharme!
Dr. Juan Ml. Pellerano Gómez.
[1] Valdez Pimentel, Luis Heriberto, escritos Reunidos, Fundación Pellerano & Herrera Inc., Editora Amigo del Hogar, Santo Domingo, 2013, pág. 39”.