En las últimas semanas se ido imponiendo una suerte de sentido común de que es en extremo difícil, sino imposible, que la oposición pueda detener el proyecto reeleccionista. Eso se escribe y se dice en diversos medios de comunicación. Esa peligrosa circunstancia obliga a la oposición a producir a breve plazo un golpe de efecto lo suficientemente impactante que le permita recuperar gran parte del entusiasmo que vivía antes de la última reforma constitucional y de las últimas encuestas.

Dos podrían ser las acciones que le permitiría recuperar ese entusiasmo y producir ese impacto. Primero, que los sectores opositores más representativos en el imaginario de la gente den inequívocas señales de que sí están dispuestos a construir un polo unitario y lo segundo, que igualmente manifiesten que son conscientes de que esa unión sería insuficiente si no logran incorporar a otros actores no organizados en partidos, que podrían integrarse a la acción política desde una perspectiva colectiva, no dispersa e inefectiva, como suelen hacerlo.

Diversos factores determinan la realidad y/o percepción de la fortaleza del candidato de la reelección. Pero, la debilidad que se percibe en la oposición podría ser el principal potenciador de esa fortaleza y eso es políticamente mortal en la brevedad de los tiempos de campaña electoral. Podría discutirse sobre la exactitud de los números con se mide la fuerza del candidato de la reelección, pero debe demostrarse que estos no se mantendrían lo suficientemente altos para superar la totalidad de los de la oposición en una primera vuelta.

Los números de los "chiquitos", que hasta ahora arrojan las encuestas, tenderían a disminuir en la medida en que transcurra el tiempo de campaña, debido a factores objetivos y subjetivos: los recursos económicos en manos del proyecto reeleccionista, y un eventual incremento en el imaginario colectivo de las posibilidades del candidato del referido proyecto. Por tanto, creer que se tendría tiempo para construir el polo unitario en una eventual segunda vuelta y no en la primera como demanda la gente, constituye una ingenuidad, una mal disimulada resignación.

La clave para revertir ese sentimiento, descansa en la capacidad de la oposición organizada en partidos de superar las limitaciones de sus fuerzas y de sus liderazgos, inventando, para decirlo de algún modo, nuevos liderazgos, nuevos rostros, algunos relativamente muy conocidos y otros con grandes potencialidades de convertirse en tales, por sus trayectorias en sus respectivos ámbitos: sociales, productivos, intelectuales y culturales.

Para que sea efectiva, más que en la sumatoria de siglas, la unidad de la oposición debe descansar en el impacto que causarían novedosas propuestas y figuras, una táctica que podría potenciarse si algunos de los principales líderes de la oposición presentasen sus candidaturas en los niveles congresuales y municipales, acrecentando con ellos sus liderazgos de cara al futuro, como se ha hecho en otros países. Lo dice y demanda la gente. Sería suicida presentar candidaturas sin carisma o gastadas en los grandes centros urbanos, que son los grandes reservorios de votos y de población no cautiva de las dádivas del clientelismo oficial.

Para ello, debe producirse una suerte de revolución en todas las componentes de la oposición políticamente organizada, sobre todo en el PRM, a través de la cual se haga conciencia de que si bien muchos de sus integrantes tienen todo el mérito de ser candidatos, en coyunturas como la actual, las posibilidades de batir el poder descansa en la capacidad de esa oposición potenciar sus fuerzas más allá de la que puede tener con sus propios efectivos.

Significa eso, que los principales líderes de esa oposición deben ser los principales impulsores de esa modalidad de representación y de no hacerlo, que no piensen en el 16 ni mucho menos en el 20 o más allá, como podrían estar pensando algunos. Los tiempos son más cortos en estos tiempos de cambios rápido, inusitados e impensables que tiempos atrás, sobre todo, el tiempo de la política y de los políticos. En la presente coyuntura, tanto el espacio como el tiempo de la oposición son en extremo limitados para maniobrar políticamente por lo cual, dilapidarlos constituye un suicidio colectivo.

Todo está claro, sólo falta el coraje de tomar las decisiones que esta sociedad demanda.