“De no ser por las remesas que envían los dominicanos al país, la pobreza en la República Dominicana afectaría a 27.2 % de la población, en lugar de a 25 %, dice la CEPAL”. Así aparece en un reporte de prensa de la semana pasada.

¿Y cómo lo sabe?

En realidad, eso no es exactamente el texto de lo que dice el informe de la CEPAL Panorama Social de América Latina 2019, pero lo hace entender. Dice que, entre aquellos hogares que reciben remesas, la tasa de pobreza es de 25% y, si se excluyera de su ingreso las remesas, sería 27.2%, pero no analiza nada de lo que pasa con los otros hogares, los que no reciben remesas.

Y he ahí donde se encuentra un fallo en múltiples estudios sobre el impacto de las remesas en los países receptores. Microeconómicamente, las remesas constituyen una bendición para tantos hogares dominicanos que las reciben y pueden cubrir o ampliar su consumo, permitiéndoles acceso a un bienestar que no tendrían de otro modo; y macroeconómicamente ayudan al país a financiar su balanza de pagos.

Pero a su vez, cuando una economía tiene una fuente de divisas que no resultan de su propio aparato productivo, esas divisas se incorporan a la oferta en el mercado cambiario, compitiendo en forma muy desigual con las que provienen del esfuerzo productivo.

Las divisas provenientes de remesas no tienen costo de producción en el país (por mucho sudor que les haya costado a nuestros compatriotas en el exterior) y se pueden vender a cualquier precio sin quebrar. No ocurre así con las generadas por los sectores productivos, tales como el turismo, la agricultura y la industria.

Cuando esa fuente es tan grande como son aquí las remesas (25% de las entradas corrientes), se convierte en un ingrediente que enturbia el mercado cambiario, equilibrándolo a una tasa de cambio muy inferior al que resultaría del proceso productivo. 

A este mecanismo de distorsión del mercado cambiario por vías como esta, se le suele denominar enfermedad holandesa de la economía, y tiene un impacto terrible sobre la estructura productiva y, por tanto, sobre la pobreza.

La razón de ello estriba en que, para cada sector de la economía, el costo de producción se deriva de factores naturales, institucionales, recursos humanos, acumulación previa de capital, tecnología, funcionamiento del Estado, etc. Pero si como efecto de un factor ajeno a la producción, el tipo de cambio que se fija en el mercado resulta inferior al que resultaría de dichos costos para algunas ramas, estas salen de competencia, perdiendo el país producción, empleos e ingresos.

En virtud de que la tasa de cambio es un precio clave de la economía (como la tasa de interés, los salarios y la energía), de los que tienen relación con todos los sectores y con todos los aspectos del proceso económico, esto termina afectando la cantidad y la variedad de bienes que el país puede producir, pues la referida distorsión, con divisas que pueden venderse a cualquier costo, va sacando del mercado a las que se sustentaban en la producción local, que sí tienen costos.

Infinidad de bienes y servicios que bien podrían ser producidos aquí, termina siendo más barato traerlos de fuera, al tiempo de impedir penetrar en el mercado exterior otros que podrían estarse exportando. Como resultado, es posible que el efecto económico de las remesas sea muy diferente del que se piensa, pudiendo tener efectos sobre la estructura productiva, el nivel de empleos, el salario real y la pobreza que no se miden por estudios como el de la CEPAL. 

Algunos sectores soportan esta situación mejor que otros, como las zonas francas, pues la mayor parte de las divisas que generan ni siquiera entran al país; también puede aplicar a algunos segmentos del sector turismo. Pero es fatal para la industria nacional y la agricultura.

Por eso los países suelen preocuparse por evitar que sus monedas se aprecien mucho, llegando esto a constituirse a veces en fuentes de desavenencias y hasta de conflictos internacionales o internos.