Sea cual fuera la cifra real del crecimiento económico registrado por el país en los últimos 21 años, tendremos que admitir que la República dominicana es un oasis en el contexto regional de este Caribe latino (y posiblemente también del no latino).

Nuestro país se encuentra rodeado de los mayores fracasos económicos que conoce América Latina, de casos paradigmáticos de reversión del progreso. Comencemos por el vecino más cercano, Haití, país que por una acumulación de factores, iniciándose por la expoliación a que fue sometido desde su independencia por su antigua metrópoli, razones ambientales y una larga gestión autodestructiva, lo convirtieron en uno de los países más pobres del mundo, comparable a sus pares más atrasados de África.

Continuamos con Venezuela, el país más rico en recursos naturales de la región, cuya expoliación provino de su propia clase dominante. En este caso, la llegada de Chavez y los militares al poder en 1999 no hizo más que agudizar los problemas de una sociedad que de antemano venía mal, pues a pesar de un intento legítimo de distribuir los beneficios de su riqueza petrolera a su propia población y a países vecinos, con lo que consiguieron cosas muy positivas, terminaron por aplicar políticas que castraron el crecimiento económico.

Y más al oeste Cuba, que tanto por el eterno embargo económico como por políticas internas que sirvieron para mejorar muchas cosas menos para promover la prosperidad económica, constituye un ejemplo de país que vio reducirse los niveles de ingreso y consumo de su población. Cuba es también un elocuente ejemplo de cómo la incapacidad de renovación del liderazgo político, la imposibilidad de aportar y discutir las ideas, puede terminar castrando la capacidad de inventiva, de innovación y cambios en una sociedad.

Venezuela y Cuba son, a la vez, dos casos extremos de enfermedad holandesa de la economía: el primero por el petróleo y el segundo por los subsidios recibidos, inicialmente de los rusos y después de la propia Venezuela, que les permitió operar con una divisa más barata que todo lo que sería imaginable en condiciones de mercado, impidiendo el desarrollo de cualquier actividad productiva expuesta a competencia internacional: no hay forma de afrontar eso que no sea un rígido racionamiento de las operaciones en divisas, y eso es enemigo de todo lo que se llame progreso.

En esos últimos dos países a la población no solo se le hace difícil conseguir el dinero, que ya eso no es nada extraño en América Latina, sino que cuando llega a conseguirlo entonces no consigue los bienes que está supuesto a aportar el dinero. En la República Dominicana al menos, si bien el dinero no es fácil conseguirlo, una vez tú lo consigues ya lo tienes todo, excepto seguridad ciudadana y buena educación.

Los otros vecinos del istmo centroamericano, no es tampoco que les haya ido mucho mejor, con la excepción de Costa Rica y Panamá. Aunque en ellos no se puede hablar de regresión histórica, debido a que nunca fueron ricos, mientras que Haití, Cuba y Venezuela sí lo fueron, cada uno en su momento, aunque con grandes injusticias sociales.

Hubo otro caso más antiguo y lejano, que fue Argentina, único ejemplo en el mundo de país desarrollado que se subdesarrrolló después, pero hace ya bastante tiempo volvió a mejorar, y desde los años ochenta mantuvo un ritmo de crecimiento igual o mejor que el promedio regional, hasta la crisis actual.

De modo que la República Dominicana se encuentra inserta en medio de la única subregión de América Latina que ha sufrido retrocesos de largo plazo. Fuera de este espacio, los demás países pueden estar en crisis o pueden haber experimentado episodios coyunturales de crisis, pero a largo plazo su tendencia ha sido a progresar. El problema son nuestros vecinos más cercanos. Y ahora se presenta una crisis en Puerto Rico.  “Nosotros que éramos muchos y ahora parió la abuela” dice un gracioso refrán español.

Las causas de lo que está pasando en Puerto Rico merecen ser estudiadas y supongo que algunos lo están haciendo minuciosamente. Para mí, es un buen ejemplo de lo que le puede pasar a un país cuando basa su competitividad en las exenciones de impuestos. Porque entonces el aparato estatal tiene que sustentarse en los subsidios que le llegan de fuera o en endeudamiento. Y si en algún momento las desgravaciones tributarias llegan a su fin, entonces las empresas se van a otra parte.

Y como el Estado está obligado a proveer servicios y seguridad a la ciudadanía, e infraestructura para que la economía funcione, entonces no le queda más remedio que seguirse endeudando. Y ello tiene su límite.