“Nadie es inmune al virus. Ricos y pobres, tenemos que mostrar solidaridad entre nosotros, cuidarnos personalmente y cuidar a los demás, y asumir la responsabilidad colectiva. No hay puerto de salvación. O nos sentimos humanos, co-iguales, en la misma Casa Común, o nos hundiremos todos” (Leonardo Boff).

Dentro de las medidas tomadas en el marco del estado de excepción establecido para enfrentar la pandemia de Coronavirus, se nos está asignando el papel reductor de protegernos en nuestros hogares para proteger a los demás. El resto quedaría en manos del Gobierno y las acciones que éste pueda desplegar. Sin embargo esta situación inédita  no nos puede hacer olvidar que todos tenemos un lugar en el mundo y en la sociedad donde nos ha tocado vivir

Como se está demostrando en los países en que primero se ha extendido la pandemia, estos mandatos han tenido suertes diversas. Sin entrar en las razones culturales, filosóficas y políticas que los sustentan se podría decir, simplificando las cosas, que los resultados alcanzados hasta ahora han sido exitosos en una parte del continente asiático; lo han sido menos en los países latinos de Europa y amenazan llevar a Estados Unidos a una catástrofe sanitaria sin precedentes. 

En nuestro país estamos inmersos en un convulsionado proceso electoral, reina la desconfianza y el gobierno ha sido cuestionado por manifestaciones inéditas en días pasados. Vemos en estos primeros días de encierro que populismo y clientelismo no están ausentes de las medidas que se están tomando.

La idea que se nos está vendiendo es que los ciudadanos nos quedamos en casa mientras el gobierno trabaja y va a asegurar la seguridad alimentaria de nuestra población vulnerable a nivel nacional. Sin embargo, desconfiamos de nuestras instituciones y sabemos que no ha habido una sola emergencia donde la comida haya llegado de manera efectiva a todas las comunidades afectadas. Entonces, ¿Qué pensar de las medidas que se están tomando?

El enclaustramiento de la cuarentena no nos debe hacer olvidar la suerte de nuestros conciudadanos y conciudadanas y de nuestros niños, niñas y adolescentes. Los que no tienen acceso al teletrabrajo, que no entienden los mensajes de prevención transmitidos por Whatsapp, los marginados de la sociedad de consumo que viven en “casas de cartón” y que salen a diario a buscar el sostén de sus familias.

El chiripero, la trabajadora sexual, el motoconchista, el limpiabotas, el chinero, son estampas de la vida de nuestros barrios vulnerables. Cómo bien lo expresaron moradores de estos sectores a reporteros del periódico Hoy, “el hambre nos va a matar primero que el coronavirus”. Por eso son tantos los que se ven obligados a “buscársela”, a pesar de la cuarentena nacional y el toque de queda nocturno, y son bombas de tiempo para el resto de la población.

Son los que no tienen comida y menos aún jabones, Manitas Limpias, mascarillas, guantes y otros accesorios. Pero que, además, sencillamente no tienen acceso al agua en sus moradas ni en las plumas comunitarias, cuando la higiene es un elemento imprescindible de la prevención.

Si podemos sobrepasar el miedo que nos habita y las dificultades del nuevo día a día tenemos que ser creativos, unir buenas voluntades, ubicarnos y ver qué podemos hacer desde nuestra parcela para acompañar a nuestros niños, niñas, adolescentes y conciudadanos más vulnerables y desprotegidos siguiendo protocolos de seguridad y sin exponernos.

¿De dónde saldrá el peso para sustentar a estas familias en tiempos de coronavirus? ¿Cómo asegurar la protección de tantos niños, niñas y adolescentes que ven sus derechos vulnerados fuera de los tiempos de Coronavirus?

¿A quiénes me refiero? Ofrezco algunos ejemplos.

Daniel,  seis años, no ha sido declarado porque la madre no tiene documentos de identidad personal. Es débil y delicado, carece de cuidado físico y emocional. Vive en una sola habitación insalubre donde siete personas duermen en una sola cama. La madre pasa todo el día en la calle buscando el sustento, dejando la responsabilidad del menor en manos de la abuela materna. La abuela tampoco cuida a su nieto, que sufre abusos físicos y psicológicos de parte de los adultos que lo rodean. La madre lo golpea casi todos los días y se justifica diciendo que hay que ser fuerte con esos muchachos para que no salgan delincuentes.

Pablo,  siete años, es un niño de ascendencia haitiana, vive con su madre  y un hermanito, no va a la escuela, no tiene acta de nacimiento; limpia zapatos por las calles, lleva a casa lo que gana y hacen algo de comer a su regreso; cuando el niño no limpia zapatos no hay dinero para la comida.

Maria,  doce años, vive en condiciones de vulnerabilidad extrema con su madre y su padrastro, la madre padece de obesidad mórbida. Es una niña ansiosa, manifiesta con frecuencia que tiene hambre y está muy pendiente de la comida. Deambula por las calles, pidiendo a todos los transeúntes dinero que usa para comprar comida, helados y golosinas. Muestra dificultad de comportamiento en la comunidad, donde recibe agresiones físicas y burlas de parte de otros niños. Maria tiende a defenderse de manera inadecuada, con golpes, y suelen decirle “la loca”. La menor fue abusada sexualmente por un vecino y actualmente recibe abuso físico y psicológico de parte de la madre y del padrastro.

Blanca,   doce años, vive en condiciones de vulnerabilidad extrema, luego de toda una historia de abusos y descuido de parte de su madre biológica. Vive con la tía materna, que se ha hecho cargo de su tutoría. Tiene un techo donde dormir y cobijarse del sol y del agua. La tía tiene cinco hijas y dos ahijadas además de su sobrina. Conseguir comida es casi un acto de magia y todas en la casa deben salir a buscar lo que van a comer cada día. La adolescente pide productos en el mercado a los dueños de camiones y lugares de expendio, situación que la expone a cualquier tipo de abuso.

Nos guste o no, este es el telón de fondo de la sociedad dominicana.  ¿Qué hacer? Cada cual,  desde el lugar en que esta colocado en la sociedad, debe dar su propia respuesta.