“La escuela falla cuando no da respuestas adecuadas a las necesidades educativas de todos los alumnos y no compensa las limitaciones de origen familiar o social que afecta a alumnos procedentes de familias problemáticas y de medios desfavorecidos socioculturalmente”. (Juan de Dios  Uriarte)

Desde que de escolaridad se trata las familias de nuestro país se dividen en dos. Por un lado están los  padres que invierten en la educación de sus hijos, los que pueden pagar  con esfuerzo o sin esfuerzo económico un colegio privado exclusivo, si posible bilingüe.  Por el otro, los que mandan sus hijos a las escuelas públicas o pagan colegios privados a veces de mala muerte por falta de cupo en las escuelas públicas de su sector, por motivos religiosos o de cualquier otra índole.

En nuestra época una educación integral de calidad e inclusiva es la condición sine qua non de nuestro desarrollo como nación. Por esta razón las estadísticas  e informaciones que se publican día tras día sobre los problemas de la enseñanza pública estremecen la sociedad.

La semana pasada llamó la atención las situaciones acarreadas por el concurso de oposición docente, donde una gran mayoría de los aspirantes fracasó en la evaluación y en el cual no se quiso o no se pudo tomar en cuenta los nuevos egresados del Programa de Formación de Docentes de Excelencia, tan necesario frente las abismales carencias formativas de muchos maestros.        .

Estamos ahora mismo en una emergencia nacional, después de casi dos años sin docencia presencial, y no podemos mirar de brazos cruzados cómo la brecha educativa arrastra a gran parte de nuestra población hacia la mediocridad, incluyendo los candidatos a maestros.

Si vamos a la base de la enseñanza lo que vemos en la actualidad no solo es incomprensión lectora, como lo señalan varias de las últimas encuestas, sino también una total falta de rigor en la escritura y la caligrafía que son un baldón en muchas de nuestras escuelas públicas.

Los alumnos y alumnas confunden desde sus tiernos años y para toda su vida el lugar donde se ponen los palitos de la a, confundiéndola con la o, escribiendo una indescifrable ao en todas las palabras. Lo que es válido para estas vocales lo es también para las paticas de la m o la n y para cantidad de otras letras. Las letras se van en todos los sentidos… arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda. A esto no se le presta importancia. Ni hablar de la ortografía, de la confusión entre la b y la v, y de la acentuación, que desgraciadamente muchos maestros no dominan.

Para ser leído hay que escribir de manera nítida de la misma manera que hay que hablar de manera clara para ser oído. ¡Muchos niños, niñas y adolescentes están   llegando al mundo de la virtualidad quemando etapas y sin dominar la lectoescritura!

El fomento del desorden sigue con los cuadernos que son, en principio, un vínculo entre estudiante, profesor y familias, pues a través de ellos se puede evidenciar el progreso y la responsabilidad en la realización de tareas.

Un mes después del inicio de las clases una gran cantidad de cuadernos dan pena: están sucios de grasa o chocolate, rayados, tachados, tienen las páginas con las esquinas dobladas o arrancadas. La regla (que sirve para subrayar títulos, entre otros usos), parece ser un instrumento desconocido para la gran mayoría de los alumnos y alumnas de muchas escuelas públicas.

Entonces, ¿cómo lograr una cabeza organizada, si no se tiene rigor y exigencias desde los inicios? Los cuadernos son el reflejo de la desorganización mental y del desorden que impera en la vida de muchos de nuestros niños y niñas y de sus familias.

A pesar de que la pandemia nos ha envuelto aun más en la era digital, el uso del cuaderno sigue siendo una necesidad en el aula. En lo digital se escribe y se borra sin dejar trazas de los aprendizajes, mientras lo escrito  guarda evidencia. Reconozco haber salvado de la destrucción cuadernos impecables de mis hijos para la posteridad.

Los que señalo parecen detalles sin importancia frente a los problemas abismales de la educación dominicana pero para mí son esenciales. Forman parte de los pequeños “rituales” escolares. La escuela debe estar en capacidad de formar niños y niñas que hacen las cosas bien, a pesar de las circunstancias desfavorables, y sacarles provecho. Las escuelas deben ser resilientes y no autoritarias para poder forjar niños y niñas resilientes.

La vulnerabilidad expone nuestra niñez a factores de riesgos que comprometen su calidad de vida y funcionamiento psicológico. El ambiente en el cual esta se desenvuelve, la violencia  intrafamiliar, las carencias, la salud mental de los padres, unidos a la falta de estimulación sensorial y del lenguaje afectan su rendimiento escolar desde los inicios.

Sin embargo, el daño potencial ocasionado por todas las situaciones que se vinculan con la pobreza no es inevitable ni irreversible. Hay factores protectores que amortiguan el impacto de las diferentes clases de privación a las que están expuestos estos infantes. Se puede, en determinados ambientes, contrarrestar e incluso prevenir los efectos nocivos que acarrean las vivencias derivadas de la pobreza.

Por eso, siempre he insistido en el hecho que son los mejores directores, maestros y psicólogos del país los que deben ser nombrados en las escuelas públicas de los sectores más empobrecidos para saldar la deuda social que tenemos con la educación de los más desfavorecidos.

Es en estos planteles que deben ejercer los profesores con mejores habilidades pedagógicas, preparados para trabajar clases multigrados, versátiles, aptos para detectar los problemas de aprendizaje, para no dejar a nadie atrás y para evitar las deserciones y el trabajo infantil.

Estos docentes motivados y de excelencia deben ser hombres y mujeres sin prejuicios, capaces de trabajar en equipos multidisciplinarios, de fortalecer las conductas adecuadas antes de castigar las inapropiadas, de educar en valores y de forjar ciudadanos sin prejuicios.