Alguno de nosotros probablemente pasamos la mayoría del tiempo ahorrando para un mejor apartamento, o un coche de lujo. Queremos más seguridad, más niños. Es comprensible, así es como nos criaron. Se nos enseña a acumular posesiones a nuestro alrededor. Poseer objetos deseables. Para asegurarnos de que ningún día de lluvia vendrá a ahogarnos, amontonamos pilas de efectivo "en caso de problemas". Nos enriquecemos materialmente, aunque a veces nos empobrezcamos espiritualmente. Tenemos miedo a la angustia, miedo a carecer de algo, por qué si sólo tenemos una sola vida y tan corta?
Exactamente, sólo tenemos una vida. ¿Y qué tal si la multiplicamos? No con posesiones, sino con experiencias.
Hay personas en este mundo que nunca han salido de sus ciudades de origen. Nunca han visto nada más allá de sus pueblos. Y son felices. Y eso está bien, no todo el mundo tiene la oportunidad de salir y vivir un poco en el otro lado del globo. Pero el tema de hoy es que si alguna vez tienes la oportunidad, no lo dudes. ¡Tómala!
La forma más sencilla de tener más vida en esta vida es viajar. O, aún mejor, vivir en el extranjero. Al igual que leer libros o aprender una lengua extranjera, vivir en un país diferente nos abre otra puerta en nuestra mente. Nos da otra perspectiva.
Si uno se muda fuera de su patria, aunque vuelva, nunca más será igual. Será capaz de verse a sí mismo y a su vida con un par de anteojos diferentes. Aprenderá que ciertos tabúes podrían no ser tabúes en otro lugar. Será testigo de otras maneras de resolver problemas. Puede ser que también le enseñen a expresar sus opiniones de una manera más respetuosa. O a cambiarlas. Tal vez podrá apreciar algunas cosas que hay en su país. O tal vez se dará cuenta de lo que a su país le falta.
Nada se compara con esta sensación surrealista al entrar en una tierra extranjera. Los sentidos se agudizan, hueles un aire diferente, el viento se siente extrañamente nuevo contra la piel. La gente esta vestida diferente. Tal vez se te quedan mirando como si fueras un payaso de circo con tu atuendo exótico. Hoy en día con la globalización y el internet, la moda se unifica cada vez más, pero aún así en cada país se podrán degustar los sabores particulares. Igual con la comida. Tengo una colección de platos favoritos traídos de diferentes lugares en los que viví, que visité o que me mostraron otros viajeros-extranjeros que conocí a lo largo de los años.
Experimentar una realidad diferente siempre amplía los horizontes. Nos lleva fuera de la zona de confort, lo que siempre es un plus. Podemos aprender a alquilar un apartamento en Colombia, donde se suelen alquilar habitaciones en casas de familia y los dueños hacen que cumplamos con sus reglas de conducta conservadora. O podemos aprender a apreciar los pequeños espacios reducidos en un Japón superpoblado. Puede que aprendamos a dejar de beber tanto cuando nos movemos a Latinoamérica desde Europa del Este, o de juzgar a alguien sólo porque no es así de religioso cuando pasamos de América Latina a los países escandinavos. Tendremos que acostumbrarnos a los cambios de estaciones en la Europa continental, y siempre estar listo para la lluvia en Londres.
Nadie quiere llegar a ser amargo, testarudo, ágil y desconfiado en sus años dorados, supongo yo. Y los viajeros que he encontrado en mi vida han resultado ser de las personas más agradecidas, abordables, adaptables y amables que he conocido.
Así que cada vez que tenga la oportunidad, ve y siente como el sol brilla un poco diferente. Y si también eres igual de gracioso en Brasil. O Alaska. A apreciar los paisajes diferentes, aprender a conducir del otro lado de la carretera.
Porque viajar es como vivir un billón de veces. Y vivir un billón de veces claramente vale un billón de veces más que vivir una sola vez.