"La imagen se basa en percepciones y la reputación en comportamientos" (Justo Villafañe).
Hoy, las redes sociales son las nuevas pasarelas de la imagen. Aquí tiene lugar, una apuesta a capa y espada por la apariencia, y por la búsqueda de los likes. Creo que es la nueva manera de hacer culto y profesar fidelidad a los nuevos ídolos, que hemos creado a nuestra imagen y semejanza. Preferimos aparentar que ser. Porque lo que parecemos es más importante que los que somos en realidad. El nuevo Dios de la imagen como Moloc, aconsejan sus mediadores, necesita de victimas y sacrificios.
No es de sorprendernos, observar que en nuestro medio hay personas que tienen podridas la imagen y la reputación, en tanto hacen esfuerzos enormes por mejorar la imagen, apuestan a que la gente los vea diferente. No toman en cuenta, que su historia es la suma de sus actuaciones, sus hechos y comportamientos. La vocinglería, desde que éramos muchachos, nos había dicho en demasía que “la mujer del César no sólo tiene que parecer seria, sino demostrar que es seria”.
He pensado, repensado y requetepensado esa frase. Busqué y rebusqué en nuestra historia algunos referentes, siguiendo los caminos trazados por la memoria colectiva y el imaginario común. Y no logro superar el dilema, ese contraste permanente entre “Parecer” y “Ser”, entre “Reputación” e “Imagen”.
Encontré tantos ladrones de imágenes; aquellos que hacen hasta lo imposible para parecernos interesantes, aparentar tal y como intentan ser vistos por los demás, en una jugada permanente como si desempeñaran un personaje en una obra de teatro puesta en escena. Fabrican una imagen sacada del narcizismo barato, para transmitirla y venderla. Pero gracias a Dios sale el reclamo popular bien sabio: “te conozco bacalao aunque venga disfrazao”. Por demás, terminan enredados en sus propias redes, porque nadie vuela fuera de su sombra.
El maquillaje de la imagen, tal cual mito de la caverna de Platón, no sirve cuando la reputación se pudre, aunque nos inventemos festines, toda clase de escándalos que nos cubran, orgías, y contratemos recuas de lambones y celestinas, para que nos adoren, o paguemos a intelectuales que elaboren discursos para acallar un interior atormentado por ese matrimonio maldito del pasado y el presente, y de las expectativas que genera.
La reputación es una cuestión de acción nuestra y reacción de los otros. En nuestras actuaciones sale lo que somos por encima de lo que aparentamos. La reputación es una marcha lenta (W. Shakespeare); el resultado neto de la interacción de todas las experiencias, la ética y la conducta que profesa, la historia consolidada y demostrada, expresiones, creencias, sentimientos e informaciones que tiene la gente sobre una persona, la identificación del conjunto de señales creadas por dicha persona en su quehacer cotidiano.
Justo Villafañe, nos apunta con certeza que “un borrón en un expediente no denigra todo el expediente. La reputación crea una imagen, la construye. La imagen es voluble y no crea reputación, aunque lo intente por todos los medios, así lo anota W. Shakespeare: “la vida es como la hoja de un libro, donde los hombres van a leer las cosas extrañas.”