Con lo que hemos aprendido sobre biología de las especies, conocemos sus formas de desarrollo, evolución y adaptación a los cambios, naturales y sociales, en todo sentido, que les permiten afrontar diversas y las más complejas situaciones para sobrevivir en el medio en que se desenvuelven. Este es un principio y proceso que incluye, claro que sí, a la especie animal que somos los seres humanos. Unas de las formas en que estos procesos se llevan a cabo son el mimetismo y el camuflaje. El mimetismo, como semejanzas que adoptan las diferentes especies entre sí, y el camuflaje el mecanismo en que se asemeja a algo inanimado, o a lo que no es, especialmente.
Mediante estos dos tipos de mecanismos, los animales se defienden de los depredadores, capturan a sus presas o pasan desapercibidos si el momento lo requiere para su supervivencia. De esta forma, los animales, o las plantas, pueden utilizar el color y la forma de su piel, o su exterior para llevar a cabo sus funciones vitales. Nosotros, los animales humanos, no podemos cambiar el color de la piel de acuerdo al tronco o el ambiente en que nos encontremos. Pero sí que hemos desarrollado los mismos mecanismos evolutivos que nos permiten sobrevivir a los embates de la competencia intraespecífica, mediante estos mencionados mecanismos del mimetismo y el camuflaje.
Como he dicho, no cambia de color nuestra piel, pero el cerebro ha desarrollado técnicas en que se maneja el lenguaje y el discurso, que es lo que muestra lo que somos o no somos, de manera que el efecto y los resultados son los mismos que en el camuflaje animal cuando nos encontramos en nuestro entorno social en competencia con algún depredador que desea aquel puesto por el que abogamos, o el objetivo que nos planteamos. Estos mecanismos no solamente funcionan para el nivel individual, puesto que en colectivo, como grupo social, ofrece una mayor eficiencia para los fines que se plantean.
De igual forma las instituciones sociales mediante la dinámica conjunta de sus miembros utilizan el lenguaje y el discurso, mientras más atractivo, para mantenerse engullendo el tejido social que les ofrece sostén.
Uno de estos discursos que permite a grupos humanos camuflarse para conseguir la subsistencia es el discurso, tan en boga, de la ecología y la protección ambiental. En un mundo, en una sociedad en crisis, que lucha por mantener el orden en que unos pocos lo dominen y lo tengan todo frente a la deshumanización de grandes poblaciones, el discurso de la protección de la ecología calza como anillo al dedo para aplacar las contradicciones entre los depredadores y gente que encuentra en ese discurso la tabla de salvación para insertarse y sobrevivir, sin que sea una preocupación real, sino más bien maquillada, camuflada, que permite disipar las energías de esta confrontación permanente.
Ocurre que cuando observas una problemática social o ambiental, que pretendes abordar con la seriedad que requiere y amerita, al profundizar en las acciones puedes avistar el oportunismo mimetizado en todo un engranaje que ha absorbido los procesos de contradicción social para ejercer los niveles de control necesarios que impidan una modificación importante de las dinámicas de poder y las jerarquías ya establecidas de antemano. Y es cuando es posible visualizar el discurso como una herramienta para solventar simplemente la posibilidad de subsistencia, sin que se lleve a cabo la función para la cual está dispuesto el engranaje social.
Esta dinámica es posible aplicarla a las más diversas problemáticas sociales, como el desarrollo comunitario, o campesino, por ejemplo. El uso del discurso para la subsistencia de los grupos dentro del sistema favorece el estancamiento social, al tiempo que mantiene a flote al grupo que lo utiliza. Y claro está, que la forma cumbre del uso del discurso como camuflaje de la supervivencia lo constituye el discurso político. Poco podemos comentarle al lector que no conozca o maneje sobre las formas de manipulación del discurso político.
Pero lo que me interesa no es el discurso político en sí mismo, sino poner atención en los mecanismos usados por estos grupos para que el discurso les sirva como herramienta de subsistencia social, frente a las falencias de democracia, libertad y participación que tienen las víctimas del discurso engañoso que no permiten llevar a cabo acciones de buena fe, de desarrollo social solidario, de buenas relaciones humanas que permitan una convivencia pacífica en respeto de los derechos de todos pero también de cada uno. Se impide así que los objetivos sociales planteados se lleven a cabo, para favorecer intereses de grupos, de los que utilizan el discurso, pero que no llevan a cabo las acciones sociales del grupo al que pretenden pertenecer. Así como en la práctica de la protección ambiental, que unos la defienden realmente y otras la pretenden, camuflándose en el discurso con ese contenido, pero sin realizar sus funciones, porque las fuerzas contradictorias que ganan terreno, son más poderosas, y lo único que importa es, realmente, la propia subsistencia.