Noviembre es un mes cargado de informaciones, de hechos e investigaciones en torno a la violencia de género en el mundo. El fenómeno de la violencia machista es un problema preocupante a nivel mundial y en los contextos locales. Parte de la violencia que vive la mujer en los diferentes continentes tiene raíces culturales, por ello plantearse un cambio de situación, cuando las culturas son las que marcan las reglas e imponen sus códigos, constituye un reto complejo y de alto alcance. Pero además, parte de la violencia machista se relaciona directamente con la carencia de educación o la presencia de una educación distorsionante de las actitudes y del comportamiento en general. Hablamos en este caso de un proceso des-educador de la persona y de las colectividades.

Los factores causales de la violencia machista no se agotan en las cuestiones culturales ni en el problema educativo. Hemos de reconocer que, el sistema de mercado en que nos movemos, también impone sus leyes y su propia filosofía en la que las mujeres continúan siendo consideradas como menos capaces, y por ende, tratadas como seres inferiores. Evidencias de este tratamiento nos las aportan: el desempleo de la mujer frente al del hombre; el tipo de salario del hombre con respecto al de la mujer, la discriminación y el orillamiento de la mujer en los partidos políticos; la invisibilización de las mujeres en el campo de las ciencias y las barreras que encuentran para acceder como sujetos de derechos a cargos directivos aun poseyendo una formación consistente y las competencias que demanda el cargo.

Esta caldera de violencia machista se ha degenerado y se ha desbordado en las últimas décadas en el mundo. La degeneración tiene el nombre de feminicidio permanente sin respuesta efectiva en la sociedad del conocimiento y de las tecnologías de la información y de la comunicación. Resulta absurdo, que en un mundo tan avanzado, científica y tecnológicamente, la violencia antes que disminuir, se incrementa, se diversifica y se institucionaliza por la carencia de sistemas de justicia justos a escala global cuando los casos afectan a la mujer. Las evidencias son múltiples: el fallo de los jueces ante la violación grupal realizado por La Manada en España; las mujeres cementadas en México, las niñas y mujeres secuestradas en Nigeria, las mujeres violadas en serie en países de afectados por guerras y guerrillas en África, Asia y Europa, las mujeres asesinadas y violadas de forma sistemática en República Dominicana; mujeres acosadas y discriminadas en Estados Unidos.

La realidad que hemos recordado en el párrafo anterior, nos indica que el contexto mundial requiere una recuperación urgente de la educación humanística. Una educación que opte por encima de todo, por la valoración y el respeto a la persona. Se han de asumir como prioritarios aquellos rasgos, valores y relaciones que constituyen la esencia del ser humano. Para avanzar en esta dirección, la educación actual tiene que liberarse del lenguaje, de los contenidos y de las políticas mercantilistas. Necesitamos una educación centrada realmente en la persona del estudiante, en la persona de los maestros y en la persona de madres y padres. Otorgarle centralidad a la persona es cuidar la sociedad; es potenciar el desarrollo de la sociedad a largo plazo. Poner la persona como centro del proceso educativo ha de tener como base, un proyecto histórico social en el que los sujetos tienen significados y son la razón de ser de este.

Es preciso que se retomen valores fundamentales si se opta por una educación transformadora de la persona y de su entorno. Para ello hemos de ponerle atención a la educación de los afectos, al desarrollo del pensamiento inclusivo, al desarrollo de la libertad y al fortalecimiento de la espiritualidad de la persona. Planteamos una educación signada por una ética esperanzada. Puede parecer idílico, en un contexto en el que la educación está más preocupada por resultados tangibles en minutos. La perspectiva procesual se considera algo impropio de estos tiempos; y este es otro aspecto que hemos de recuperar para que la educación afirme las dimensiones cualitativas sin descartar las dimensiones cuantitativas que contribuyan a la educación integral de la persona. Si queremos salvar a la mujer de la crítica situación que enfrenta a nivel global y local, pongámosle atención primordial al desafío de este siglo: una atención centrada en la persona como sujeto colectivo.