Fue con mi llegada a la República Dominicana hace cuarenta años que tuve mis primeros contactos personales con las armas y la violencia. Me encontré con personas con armas y orgullosas de exhibirlas como si esto fuera un atributo de hombría; supermercados y sitios de diversión donde se prohibía la entrada con armas de fuego. Viví el asesinato de Orlando Martínez y el crimen de Mamá Tingó. A lo largo de los años nunca he entendido cómo las ejecuciones extra judiciales pueden ser aplaudidas por muchos como modo de deshacerse de los malhechores.
No puedo olvidar una de mis primeras experiencias en el entonces cine Triple, cuando un hombre amenazó con un revólver a una mujer sentada en la misma fila que yo y cómo mi esposo me mandó a agacharme mientras, petrificada, trataba de entender lo que estaba sucediendo. La lista es sin fin, el primo de mi esposo asesinado fríamente por un parqueo; niños huérfanos de padre en Villas Agrícolas por arreglos de cuentas entre bandas; niños y niñas atravesados por balas y otros muertos por balas perdidas.
En este tenor el tiempo ha pasado, los gobiernos también y la violencia sigue en pie. Los últimos días de 2016 nos han dejado una acumulación de imágenes de violencia que se han desarrollado a toda velocidad como en una película mala, una detrás de la otra.
Sin embargo, el mensaje que se nos quiere hacer llegar es que, gracias a la diligencia de nuestras máximas autoridades, ya salimos de los malos de la película, a quienes podemos culpar ahora de todos los atracos pasados o por venir, y que entramos al año 2017 con la paz y el sosiego tan anhelados por la población.
Para esos fines, y para que no quepa duda alguna se realizó una suerte de “limpieza social”; se nos obligó a asistir en vivo a una película de horror y suspenso de mal gusto que, por su morbo, mantuvo gran parte de la ciudadanía conglomerada frente a los televisores. La demostración de “fuerza” fue poco común: 37 balas en un solo cuerpo, con el mensaje subliminal de que los malos siempre pierden.
En este preciso caso perdimos todos, ya que el despliegue de fuerza y el acribillamiento innecesario casi en directo imposibilitan por completo hacer luz sobre las posibles complicidades anunciadas en la prensa, no permite despejar dudas y, lo más importante, se negaron a John Percival todos los derechos que otorga la constitución a cada ciudadano.
Frente a esta y otras tantas violaciones a los derechos humanos que se producen en la Republica Dominicana, resulta un tanto incoherente promover un Estado de Derecho y, a la vez, hacer galas de la supresión instantánea de todos sus derechos a un malhechor. En vez de contribuir a solucionar el problema de la inseguridad ciudadana, esos métodos policiales solo intensifican la violencia y la comisión de delitos.
Esta forma de “hacer justicia”, recurrente de parte de nuestras autoridades, hace más arduo promover los derechos humanos, generar confianza en la Policía, impulsar las relaciones públicas de esta Institución y luchar contra todo tipo de violencia en los sectores urbanos marginados donde la muerte y la arbitrariedad se encuentran a menudo a la vuelta de la esquina o a la entrada de un callejón.