El bullying no es un fenómeno nuevo. Desde hace tiempo se ha registrado violencia entre pares en las escuelas; el abuso del fuerte sobre el débil, del vago sobre el aplicado, del insolente sobre el que se porta bien, de los niños sobre las niñas. Sus expresiones han tenido un amplio espectro: burla, hostigamiento, insultos, amenazas, violencia física, acoso, robo.

Lo que ha evolucionado en el tiempo y en las sociedades es la percepción que se tiene de las diferentes formas de violencia, de lo que es aceptable o no. De una violencia que se consideraba “normal”, o incluso parte de “la construccion del niño”, el acoso entre compañeros y compañeras ha pasado a ser, hoy en día, una violencia contra la cual todos los estados que han firmado la convención de los derechos de la niñez deben luchar.

Antes de los años 2000, e incluso hasta 2010, pocas investigaciones hacían hincapié sobre las consecuencias reales del acoso escolar. Sin embargo, los trabajos publicados han revelado que el acoso conlleva consecuencias graves sobre el desarrollo de los niños, su rendimiento escolar y su modo de relacionarse socialmente, sean estos autores o víctimas.

Las escuelas no están ajenas a los problemas de los sectores donde están ubicadas y forman parte de una sociedad que es la gran maestra de la violencia.

En la era de la comunicación afrontamos simultáneamente, en tiempo real, la violencia global y la violencia local. La violencia es omnipresente en toda la geografía del barrio como lo es en el país: adentro de las casas, en la violencia de género, en la pobreza extrema, en los callejones, a través de la tenencia de armas y por el roce de la niñez -desde la más tierna edad- con las muertes violentas.

El bullying no es la única forma de violencia a la que se enfrentan los alumnos; hay también una violencia escolar entre alumnos y actores presentes en las escuelas como son directores, maestros o conserjes.

En nuestro país se habla cada vez más del bullying en las escuelas, un espacio que debería ser seguro para todos los niños, niñas y adolescentes. 

No se ha habla tanto de la discriminación, ostrascismo, indiferencia, intolerancia de los maestros hacia ciertos alumnos y alumnas, a las que están sometidos miles de estudiantes en sus centros escolares, donde es común oír este tipo de comentarios de parte de una “psicóloga escolar”: “No tengo tiempo que perder con este mariconcito”, descalificando un niño con una hoja de vida patética para sus 8 años.

Los últimos actos de violencia generados en las escuelas de los que se han hecho eco medios de comunicación, que son sólo la punta de un iceberg, han provocado una preocupación generalizada.

Frente a esta situación, el Ministerio de Educación acaba de lanzar la Campaña de Prevención contra el Acoso Escolar “Tratar bien es vivir”, que busca orientar y concientizar a las personas sobre el acoso escolar.

También ha anunciado “un plan nacional y bien estructurado entre el Minerd y la Dirección de Niños, Niñas y Adolescentes de la Procuraduría General de la República, con la implementación de talleres comunitarios a las familias, orientaciones permanentes en las escuelas, entrenamientos a los que tienen la responsabilidad de gestión en los planteles escolares, a los docentes y al resto del personal”.

Los niños y adolescentes agresores, en la mayoría de los casos han sido agredidos. A un niño no se le ocurre espontáneamente convertirse en un dañador solo por curiosidad o diversión. Su agresividad es una manera de dar salida a la violencia que vive en su casa, en su barrio y, a vez, en su escuela. No obstante, hay casos particulares en los que el niño violento proviene de una familia sana y su comportamiento violento puede explicarse por un trastorno de personalidad congénito.

Por esta razón, los centros educativos de los barrios marginados, tomando en cuenta las dificultades y las tristes realidades de su población infantil, deberían tener un umbral de tolerancia más amplio a las problemáticas de sus alumnos.

El aumento del presupuesto para la educación debe permitir ejercer una discriminación positiva con maestros capacitados en nivelación escolar y en derechos humanos, psicólogos con especialidad en los problemas de aprendizaje, violencia intrafamiliar y acoso escolar, así como con trabajadores sociales que apoyen a las familias. En estos sectores la tanda extendida debería ser un espacio de desarrollo de habilidades sociales, formación en derechos y cultura de paz.

Es tarea del gobierno como de la sociedad civil propiciar un ámbito educativo pleno y seguro, acabar con la violencia contra los niños en todos los ámbitos, conseguir la igualdad de géneros y eliminar la violencia contra mujeres y niñas para poder alcanzar, para 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). ¡Todo va de la mano!

La violencia del debate generado sobre la ordenanza 33-2019, que se propone garantizar la erradicación de las desigualdades y de la discriminación de género, nos deja entrever la fuerza de los prejuicios que la sociedad deberá vencer para lograr la equidad.

Hasta tanto la violencia escolar por razones de género no sea eliminada, dentro y alrededor de la escuela, muchos de los objetivos que se ha propuesto la comunidad internacional para el 2030 no se podrán alcanzar.

Para lograrlo se ha creado el indicador temático 4.a.2, que mide “entornos de aprendizaje eficaces que sean seguros, no violentos y accesibles para todos”, con la realización de una serie de encuestas (meta 4.a) que permitirán determinar la tasa de alumnos víctimas de acoso durante los últimos 12 meses, por sexo y país.

Así que, ¡manos a la obra! Emprendamos las tareas necesarias para contribuir, con nuestro granito de arena, al establecimiento de un ambiente libre de violencia en las escuelas y en el país.