La violencia es un fenómeno que está presente en la cotidianidad personal, institucional y social. Si somos realistas, reconozcamos que no existe en esta tierra un lugar, un espacio que, de un modo u otro, no esté afectado por la violencia y que al mismo tiempo no pueda dar cuenta de experiencias, de signos y de símbolos de paz, o por lo menos del deseo de paz. La violencia y la paz son dos fenómenos que no se producen por generación espontánea; son dos fenómenos complejos que ocurren como consecuencia de múltiples factores. Cuando estos factores son opuestos; cuando presentan aristas con pocas posibilidades de articulación y de comunicación, predomina la violencia.
Cuando se priorizan los intereses comunes, cuando la búsqueda del bien es más colectivo; y cuando la justicia y la condescendencia predominan sobre el yo, entonces se manifiesta el valor, el don de la paz. Asimismo, hay épocas en las que estos fenómenos adquieren una presencia fuerte en los pueblos, en las familias, en las instituciones y en las personas. Esto se produce cuando los factores que engendran violencia y paz encuentran un terreno más preparado para una u otra. En el período actual, parece que los hechos de violencia escolar se están incrementando en los centros educativos dominicanos.
Hay signos evidentes de que algo no anda bien en las relaciones, en la comunicación, en la metodología de trabajo, en el trato; en la gestión de los derechos de los estudiantes, de los profesores y de los equipos de gestión. La atmósfera escolar del sector público es la que aparece como escenario de hechos violentos; pero la violencia no es exclusiva de los centros del sector público.
Está presente en la vida de los centros privados, pero estos tienen más control de los medios; sus problemas se conocen y se publican menos. Importa reconocer, también, que la violencia ha estado presente en los centros educativos desde que se instituyeron en el mundo; y que, por lo tanto, no nos puede extrañar la presencia de este fenómeno. Lo que nos tiene que poner a pensar para cambiar la situación es que de hechos circunstanciales se esté arribando a la violencia institucionalizada, a la cultura de la violencia en la escuela pública.
La institucionalización de la violencia no ocurre por arte de magia. Ocurre porque los centros educativos son entidades que están afectadas por la violencia estructural que permea nuestra sociedad. Esta violencia estructural provoca crispación en todos los órdenes, porque incrementa la injusticia y la desigualdad. La violencia estructural penetra las aulas, penetra el modo de pensar y hacer en los centros educativos; y corroe la mentalidad de los adolescentes, de los jóvenes y de los adultos.
Solo los de conciencia ingenua pueden decir y creer que el nivel de corrupción existente en el país no es un factor que alimenta la violencia escolar; que el nivel de discriminación por el color, el estatus social en espacios sociales, en medios de comunicación, en compañías publicitarias, no alimenta la violencia escolar; que el irrespeto a la vida y a las personas no alimenta la violencia en las escuelas; que los supersalarios y las riquezas de varios funcionarios no exacerban los ánimos y los sentimientos en las escuelas; que la elevada mortalidad materna en el país no influye en la vida de la escuela; que el dinero que se paga para que la policía resuelva un caso y para que en la justicia se haga justicia no influyen en la escuela; que el silencio ante los ilustres corruptores y corruptos no influye en el clima escolar.
Sí, cada uno de estos casos influye más de lo que pensamos y creemos. Estoy convencida de que para alcanzar la paz en los centros educativos tenemos que disponernos a reconstruir la justicia y el estado de derecho en nuestro país. Esto es necesario y posible porque hay muchas personas y organizaciones comprometidas con el avance de la República Dominicana. Esto es posible, además, porque hay muchas instituciones que tienen como prioridad el fortalecimiento de la calidad de la educación de las personas y de los diferentes sectores sociales. Pero vamos a iniciar la reconstrucción de estos aspectos desde el mismo corazón de los centros educativos.
No tenemos que alejarnos de los espacios escolares; vamos a movilizar nuestras capacidades, nuestras iniciativas para apoyar las acciones, los procesos y los programas orientados a una mejor educación; y a una convivencia pacífica y fecunda en las escuelas. Colaboremos, además, para que los centros educativos tengan mayor capacidad de comprensión y de gestión de los problemas del contexto; para que no generen dispersión ni anarquía dentro de las escuelas.
Apoyemos las políticas educativas de cada centro educativo orientadas a fortalecer los derechos humanos y las responsabilidades de la comunidad educativa. De igual manera, apoyemos los programas escolares que promueven la educación inclusiva, para que la armonía interna alcance la primacía y tenga como base la capacidad de resolver los conflictos; y la capacidad de gestionar las diferencias con educación y sentido de justicia; para que los problemas de los centros educativos activen la capacidad investigativa de profesores, estudiantes y directivos.
En este sentido, apuntalemos las acciones tendentes a elevar la calidad humana de todos los que conviven en el espacio escolar. Impulsemos una práctica orientada a desterrar la indiferencia y la inestabilidad en las escuelas públicas. Estos espacios son útiles, son necesarios y no podemos dejar que ninguna fuerza interna o externa los deteriore o destruya. Los centros educativos importan.
Los centros educativos aportan. Los centros educativos públicos están siendo interpelados. Los centros educativos públicos nos interpelan. Los centros educativos cuestionan nuestra capacidad de alarma y la poca proactividad para lograr que estas instituciones desarrollen sus actividades con menos precariedades; y, sobre todo, para ponerle atención a la prevención y menos fuerza a los resultados. No podemos darles las espaldas, necesitan nuestra inteligencia, nuestra creatividad y nuestro sentido humano.