La mujer, como todo ser humano, según la Declaración de los Derechos Humanos, tiene derechos inviolables y, por lo tanto, respetables. En este Siglo XXI, se observa con frecuencia el trabajo que realizan organizaciones y personas con la finalidad de lograr respeto, cuidado y protección para los animales. En estos tiempos, se ha vuelto un comportamiento habitual el llamado persistente para que a los animales se les permita vivir y funcionar sin afectar su condición natural y sus necesidades básicas. Existen Estados, como el canadiense, en el que los ladridos de un perro más allá de lo normal, colocan a su dueño en situaciones difíciles, puesto que puede ser denunciado y penalizado por maltrato animal. Para algunos lectores puede resultar un elemento distractor dedicarle tiempo al buen trato que se defiende para los animales. Pero no hay ningún plan para distraernos; el ejemplo sirve para recordarnosque si esto ocurre con un animal, no puede ser menos cuando se trata de un ser humano, como es la mujer. El trato que recibe la mayoría de las mujeres en la esfera mundial y, especialmente, en la República Dominicana, carece del respeto y de las atenciones a que tiene derecho. No tenemos que ir muy lejos, basta con repasar hechos como los acuerdos judiciales que aceleran feminicidios, las discusiones vacías sobre la cuota de participación reservada a la mujer en los partidos políticos, así como la desigualdad institucionalizada en materia laboral, socioeconómica y eclesial.

En el contexto descrito, la importancia de la mujer se reduce a la mínima expresión; y por esto la violencia que se ejerce sobre ella ya no es algo velado o sutil; es una manifestación abierta que adquiere cada vez más legitimidad política y judicial. La magnitud de la violencia contra la mujer hoy nos permite confirmar la existencia de una práctica propia de los terroristas que requiere una postura más articulada y enérgica de todas las mujeres del mundo y, particularmente, de las que formamos parte de la sociedad dominicana. La situación se ha profundizado por la indefensión en que se encuentran muchas mujeres. Participamos de una violencia enervante que ya no resiste más indiferencia, ni más cuentos. El camino que hemos de recorrer para revertir la realidad violenta en la que nos desenvolvemos las mujeres requiere cambios estructurales en los tres poderes del Estado dominicano; y en la visión y práctica eclesiales. De la misma manera, demanda transformaciones profundas en la cultura de las familias y de la sociedad. Ambas instancias han de cambiar, también,  las concepciones sobre lo que significa ser mujer; y los derechos  y responsabilidades que les corresponden.

La mujer no está hecha para lamentarse y contemplar lo que ocurre con el lado de la insensibilidad. Por ello, en el mundo su voz y su acción se siente con fuerza transformadora. Voces plurales de diferentes puntos del universo se unen para requerir el cese de la violencia machista y la indolencia de los Estados ante la práctica del feminicidio. Su voz resuena, además, para protestar abiertamente por la violación permanente de sus derechos, lo que a su vez genera retroceso en el desarrollo social, político-económico y cultural de la sociedad. Aunque la violencia es enervante, no descansaremos de reivindicar el derecho a la igualdad, al reconocimiento como sujeto y actor de la historia que se construye día a día. Tampoco postergaremos el llamado a la sociedad en general para que fortalezca su  libertad y autonomía; y sea capaz de actuar con firmeza ante el atropello continuo que sufre la mujer. De igual modo, las  mujeres hemos de cualificar nuestra formación humana y científica, para continuar aportando con significado al cambio de sistema; a la inclusión educativa,  sociopolítica y económica. Cualquier rezago en estos ámbitos, acentúa la exclusión de las mujeres y desestabiliza la humanización de la sociedad.

Reconocemos que, junto a las mujeres, son  muchos los hombres que luchan y aportan para cambiar radicalmente el estado de violencia que las hostiga. No hay pausa, actuemos con energía y decisión en los distintos espacios de acción. Vamos, ¡que nadie se quede fuera de este movimiento de recuperación de la vida y de los derechos de la mujer! ¡Adelante! Que ninguna persona se deje vencer por el miedo al poder político, económico y eclesial. La violencia contra la mujer no tendrá la última palabra. La mujer es capaz de reimaginar su tenacidad y espíritu emprendedor, para contribuir con la instauración de una organización social que incluya a todos, sin distinción alguna. Apoyemos acciones y procesos que erradican la violencia que destruye la vida y el desarrollo de la mujer, que es al mismo tiempo, avance para las naciones.