“Detrás de los robos llega el crimen, porque se hace necesario ocultar el robo y por tanto hay que suprimir las libertades públicas, y para suprimir las libertades públicas es forzoso establecer el terror, y el terror se establece matando”
Juan Bosch y Gaviño. Crisis de la democracia de América en la República Dominicana
Estamos frente a un pánico moral, una desgarradora anomia social, expresión, ambos conceptos, del panorama de desviación como desconstrucción del cuerpo social. El epicentro descansa en un trípode, en un triángulo que se une para abatirnos. Violencia, delincuencia y corrupción conforman una triada que nos están destrozando como país, como nación, como sociedad.
En nuestra sociedad, la violencia, la delincuencia y la corrupción, no suceden como consecuencia de rápido cambio social y la ausencia de normas sociales. Es la pobre eficacia de su aplicación. De ahí que, en el tejido social nuestro, cohabitan como elemento potencializador del estado político, institucional y social en que nos encontramos: la anomia social y la institucional.
En la anomia, para Emilio Durkheim, se encontraban la sensación de falta de rumbo, de miedo y de desesperación que se generan cuando las personas ya no saben cómo seguir adelante; cuando no hay estándares claros que guíen el comportamiento en la vida social, en fin, cuando las personas, como diría Robert Merton, sufren una tensión social; dinámica de la disfunción entre los objetivos culturales de la sociedad y las capacidades del individuo para cumplirlos. La anomia institucional, al decir de Messner y Rosenfield, es una situación en la que existe un énfasis excesivo entre una ética del mercado que tiende a anular y debilitar las normas sociales que regulan el comportamiento.
Esa anomia social-social-institucional, se expresa en la sociedad dominicana con la famosa expresión de Emmanuel Mounier, para graficar el anillo de Giges “Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”. La conciencia y la reputación andan volando en la cuneta del lodazal y su “comprensión” del sentido del tiempo no se acuna en su memoria. La materialidad de la conciencia no encuentra eco en el espacio donde se hace historia verdadera. La vacuidad es el hoyo de su presente, porque no tenían pasado, pero tampoco futuro.
La violencia no es innata, es adquirida. Es una construcción social cultural que se bosqueja en el proceso de socialización. En nuestra sociedad, la violencia social y la violencia criminal se han incrementado en los últimos años. Es una violencia incubada en varios factores:
- La educación; tenemos una tasa de escolaridad de 44% mientras en la Región es de 73%.
- La cultura: el individualismo y el miedo a la incertidumbre y la distancia del poder;
- La democracia y sus valores. La democracia es en esencia, la dinámica del consenso y el disenso, a través de la cultura dialógica. La imposición no puede seguir siendo el dinero, la fuerza y el poder.
- La estructura de poder, sus relaciones y decantación. Una concepción del poder de avasallamiento, de exclusión y de ausencia de control y contrapoder. La violencia se exacerba por la jerarquía del poder.
- El síndrome de la desesperanza aprendida.
La delincuencia nos arropa, nos destroza, nos diluye como sociedad, nos hace perder ese sentido de alegría, de integración social, de posibilitar el puente de la cohesión social. La delincuencia y la criminalidad nos hieren y nos aniquilan la esperanza. El miedo nos paraliza y nos encierra en nuestra casa, en nuestro trabajo. 50.8% de la población tiene miedo a la delincuencia y 44.1% señalan en la Encuesta ENHOGAR de la Oficina Nacional de Estadística, que no salen por temor a la delincuencia.
El Estudio de la Vicepresidencia de la República alrededor de este fenómeno social, estableció que es el principal problema, con un 74%. La Encuesta Consultoría Interdisciplinaria en Desarrollo S. A. (CID), auscultó la percepción y la tendencia de la delincuencia en el país. En la página 12-A del martes 17, del Periódico Hoy, nos resaltó:
Enero del 2017: 76%
Mayo del 2017: 74%
Septiembre 2017: 81%
La Encuesta referida midió también la Tasa de Victimización desde el 2005 hasta septiembre del 2017. La Tasa de Victimización es el número de asaltos, atracos, robos, estafas, fraudes, de alguien que ha sido víctima de la delincuencia. Se puede medir en dos escalas o dimensiones: Directa e Indirecta. Directa es cuando es la persona entrevistada que ha sufrido la transgresión. Indirecta, es cuando un familiar o un vecino recibieron el delito. La CID penetró en el “Porcentaje de hogares donde alguien ha sido víctima de la delincuencia en los últimos años”:
2005: 21%,
2006: 23%
2007: 21%,
2008: 19%,
2009: 18%,
2010: 18%
2011: 23%,
2012: 22%,
2013: 23%,
2014: 20%,
2015: 22%,
2016: 24%,
2017: 29%,
Sept. 2017: 30%.
En la Encuesta Seguridad Ciudadana en la República Dominicana ENHOGAR 2015, la Tasa de Victimización arrojó 21% en el 2005 y 29.8% en el 2015.
La corrupción que antes cuasi no existía en los estudios que trataban de conocer la realidad política, social e institucional, en el 2015, representó un 26.5% en la Encuesta de la Oficina Nacional de Estadística, que se realizó con una muestra de 31,975 hogares. La delincuencia (74.6) y el desempleo (42.3%). La CID nos ayuda a entender y explicar el alcance de la descomposición social, cuando estudiamos el cuadro del origen de riqueza y la pregunta como obtuvieron el dinero. El 51% dijo que haciendo actos corruptos; 13% lo ganaron honestamente; 10% heredaron; 2% pegaron la lotería; y, 24%, corresponden a Otro/ No saben.
La corrupción nos tiene asidos en una pésima modorra que no nos permite vislumbrar los signos vitales de una sociedad con ingresos de renta media. Es lo que nos ata, nos crucifica en las paredes, pues aumenta el caudal de las desigualdades y nos impide obtener las oportunidades vitales. La corrupción es el enanismo espiritual que lacera la vida armoniosa de una sociedad, pues desangra y aniquila lo que en verdad vale, tiene valor. Nos discapacita en el vuelo ancho de las águilas para colocarnos en el pico más alto de la montaña y poder glorificar con la visión, el compromiso cierto con el futuro, augurando la esperanza de una vida más halagüeña, más humana, más solidaria.
La sociedad dominicana amerita de un contrato social, de un pacto político institucional social, que empuje a una nueva República. De no hacerlo, veremos incrementarse el crimen organizado en el sistema político, donde la violencia, la delincuencia y la corrupción, dejarn de ser amenazas para ser parte de la vida cotidiana. Tenemos que cerrar la brecha de la ausencia de la cultura de la legalidad, de la cultura de la legitimidad y disminuir el enorme déficit en la creencia y el cumplimiento.
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