Los niveles de violencia en nuestra sociedad son alarmantes. Cada día se conocen nuevos hechos sangrientos que superan con creces el asombro de la noticia del día anterior. Feminicidios, asaltos, violaciones, el clamor de la gente que es víctima de robos a plena luz, motoristas que arrancan carteras y celulares, estafadores que salen dispuestos a todo y por supuesto, el desamparo de la ciudadanía que dados los hechos delictivos que envuelven a policías y militares, ya no saben a quien acudir.
Tanta violencia no puede traer consigo nada bueno. Es común ver personas en concurridas avenidas discutiendo de carro a carro por nimiedades o por un simple espacio en un carril. La negativa de los choferes a ceder el paso, sin importar la edad, la condición física ni el riesgo que corre el transeúnte cuando se juega la vida tratando de cruzar una calle. Los hechos cuentan de personas y hasta comunidades que en conjunto toman la justicia en sus manos y linchan a un presunto delincuente cuando es sorprendido en pleno acto deshonroso. Es el vivo reflejo de una sociedad cansada de ser la víctima del descaro y la impunidad y de tener que salir a las calles a la buena de Dios. Violencia trae violencia, y al ritmo que van las cosas, salir vivo de un asalto es un acto casi heroico.
Aunque no manejo datos estadísticos ni mucho menos pretendo echar un pulso con los especialistas y técnicos que sí pueden dar una explicación de este suceso social, lo cierto es que muchos actores de nuestra vida cotidiana, lejos de condenar estos hechos colaboran vilmente y le echan leña al fuego del malvivir. Mucho se ha hablado de cómo inciden las letras de las canciones en la conducta del ser humano y sobre todo en quienes de manera alegre y sin conciencia consumen alguna música de estos tiempos.
Canciones que no solo hablan de drogas sino que invitan y celebran con orgullo su consumo; letras que denigran a la mujer y que normalizan la violencia de género; muchas que exaltan y endiosan la figura del narco o el capo; temas que hablan de la infidelidad y de sexo como comerse un pan; y otras que mezclan todos estos factores con el alcohol.
Con esto no aspiro a encerrarnos en una impecable burbuja, estéril del mundo exterior, vivir ajenos a la realidad y menos que el consumo de música se limite a temas depurados, música clásica o cristiana. Tampoco es que sea una problemática exclusiva de los dominicanos, el mundo entero lo vive, México tiene los narcocorridos y Estados Unidos convive con el rap, que muchas veces se carga de violencia.
Lo que sí nos toca como sociedad, es discernir entre lo bueno y lo malo y aunque suene trillado, recurrir a los valores y hacer que los hijos y los que vienen subiendo se sientan comprometidos con la familia, que tengan "algo que perder" y que esas canciones sean solo canciones y no parte de un estilo de vida. Mientras tanto, no queda de otra que cuidarnos de todo, abrir bien los ojos, encomendarnos a lo bueno y que Dios nos agarre confesados!