Una semana después de la catástrofe ocurrida en Villas Agrícolas el barrio no se ha normalizado a pesar de los esfuerzos desplegados por las autoridades, que se han concentrado en tratar de devolver una aparente normalidad al sector.
Además de las labores de rescate bajo el mando del COE, ampliamente reseñadas por la prensa, brigadas de toda índole, de todas denominaciones, con siglas y uniformes variopintos, algunos nunca vistos hasta ahora por estos lares, se dieron cita durante algunos días para vacunar, fumigar, sanar, dar “abrazos solidarios”, pasar listas y más listas de los damnificados, de los daños, de las necesidades.
Representantes y tasadores de compañías aseguradoras anduvieron por aquí y por acá, pasando otras listas, al igual que los comunitarios y las iglesias.
Todo este activismo no ha podido impedir que el miedo se haya apoderado de la vida de la laboriosa comunidad de Villas Agrícolas.
Es cierto que siempre se vive con miedo en esta parte de la ciudad. La violencia y la inseguridad son compañeras permanentes de la gente de este sector, pero junto a este miedo “estructural”, con el cual se convivía tanto bien que mal, se está incrustando otro miedo más escurridizo e insidioso.
El lugar de los hechos es todavía aterrorizante. Los vecinos sentados en la acera de en frente tienen como panorama las imágenes de una ciudad en guerra después del lanzamiento de varias bombas.
Quedan escombros, polvo y un tanque de gas erguido en el medio del escenario, como para recordar que si éste hubiera explotado esta parte del barrio hubiese sido barrida del mapa con sus escuelas, liceo, estancia infantil, colocados todos donde nunca debieron haber sido ubicados.
Villas Agrícolas duerme mal porque la Fábrica sigue operando al lado y la gente revive a cada instante el momento en que se estremeció su casa, volaron las piedras y cundió el pánico. Ni hablar de las dos mujeres cuyos cadáveres yacen en el INACIF y cuyas almas están en el pensamiento de muchos, mientras sus familiares esperan saber quién es quién para darles sepultura.
La comunidad tiene miedo porque los niños cambiaron su comportamiento, son diferentes, más retraídos, están temerosos, sufren de pesadillas, crisis de pánico o incontinencia urinaria; o, por el contrario, demuestran un activismo desbordante producto del estrés.
Los adolescentes están tristes porque entre sus amigos, en el Liceo, hubo heridos y huérfanos. El drama no ha terminado para los desalojados. Los más angustiados son aquellos que todavía no han sido tomados en cuenta por los aseguradores ni por el gobierno, pero tampoco por Polyplas ni por Propagas para reparar quién su tinaco, otro sus ventanas, su zinc, su puerta. Para algunas personas la compra de clavos desestabiliza la economía diaria.
La comunicación ha sido poco efectiva y cunde la desconfianza, ¿cómo explicarle a la gente la variedad infinita de situaciones jurídicas generadas por una catástrofe de tal magnitud y a la cual las compañías impactadas deberán responder?
Además, como siempre en estas situaciones, las diferencias afloran, los buitres no están lejos; las informaciones circulan, van y vienen, entrecruzando rumores, interrogantes, hechos contundentes o inexplicables, lo que no contribuye a la recuperación de la calma.
¿Quién maneja o manejará el fondo de emergencia? ¿Por qué al vecino le rehacen su casa con un letrero del presidente Medina, más grande que la casa, y por qué al otro que tiene la casa devastada no se le han asomado? ¿Para qué sirven tantas listas?
¿Sería la Fabrica, las aseguradoras, o un “intermediario, el que mandó a las familias damnificadas a dormir con sus niños en cabañas de moteles o en el Hotel Lincoln?
¿A quién se le ocurre enviar a una población vulnerable y traumada a lugares inadecuados, sin auxiliarse de los organismos de protección de la niñez para tratar de encontrar soluciones adaptadas a las graves circunstancias?
Algunos bufetes de abogados se han lanzado sobre el sector como sanguijuelas, distribuyendo volantes con textos con el siguiente: “Tú o alguien que conoces ha sufrido daños… heridas, grietas o quemaduras, inhalación de gas, dolores de oídos, trastornos. Nuestros abogados defensores ofrecen asesoría gratis. Llámanos o contáctanos por Wasap”.
¿Cómo subsanar tantas heridas? ¿Cómo ayudar a la comunidad a retomar unida el camino de su vida?
Las escuelas han organizado jornadas de apoyo psicológico para sus maestros y alumnos.
La Fundación Abriendo Camino se ha embarcado en fortalecer su equipo psicológico y en subsanar las heridas de su personal. Con la ayuda de la psicóloga Vanessa Espaillat, directora de la Unidad de Crisis y Trauma de UNIBE, se ha establecido una red de apoyo interno para que el equipo pueda servir a su vez de red de apoyo a los niños, niñas, adolescentes y a sus familias, tanto en el actual contexto de emergencia como en un proceso de recuperación psicológica de más larga duración. Además un grupo de jóvenes psicólogos de UNIBE están prestando servicios trabajando con la población afectada.