Olvídese de los chicharrones, de los palos y atabales. Villa Mella, el buque insignia del Municipio de Santo Domingo Norte, es mucho más de ahí. Gente valiosa, trabajadora, que en sus barrios aún conservan la política del vecino solidario, paraíso de casas con patio, marquesina y jardín y donde la gente aún disfruta del encanto de las galerías y las fiestas familiares.

Tierra que respira identidad y cultura, casa de la famosa Cofradía del Espíritu Santo de los Congos, que en el año 2001 fue declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad, por todos los elementos que encierra y por la herencia africana directamente vinculada a nuestros orígenes históricos.

La distinción no le quedó grande, y aunque la falta de interés de las autoridades culturales en preservar la historia de nuestros pueblos y que reside allí con Los Congos, amenaza con enterrar parte de nuestra identidad, la comunidad sigue siendo más que eso y mantiene el esfuerzo entre ellos por extender la tradición.

Además de Los Congos, Villa Mella goza con orgullo de ser el sitio por excelencia donde se encuentra el mejor de chicharrón de la ciudad. Con platano, yuca, guineítos, con mucha cebolla, con tostones y siempre con limón, el chicharrón es para Villa Mella lo que es el pescado frito para Boca Chica, el mofongo para Moca y el pastel en hojas para San Cristobal.

Allí mismo corre el Metro. Creo que el más evidente asomo de modernidad y el mejor intento por resolver un problema tan grave como es el tránsito y que como parte de un hechizo, por alguna razón, se agudiza en Villa Mella y muestra sus peores extremos allí. El Metro se exhibe ante los ojos del mundo como el logro de los gobiernos del PLD y como un autentico desahogo económico y garantía de seguridad para sus usuarios.

Villa Mella dejó de ser la ruta de camino para quienes van a visitar sus presos en la infame cárcel de La Victoria. Se sacudió del velo fatídico que encierra el lugar y las historias de siempre que, por las condiciones infrahumanas que aguardan ahí, señalan a ese centro penitenciario como uno de los peores del país.

Sin embargo, más allá del Metro, de la UNESCO, de los chicharrones y los presos en La Victoria, Villa Mella es escenario de uno de los fenómenos sociales más arrolladores de estos tiempos y que reflejan con mucha dignidad la capacidad del dominicano para buscarle la vuelta a todo y sacar el mejor rostro a todo. Las plataneras invaden sus calles.

Un vehiculo liviano, de una carrocería casi de juguete, que trae a la memoria la época de las cuquitas en la UASD, una especie de motoneta pero que transporta a sus pasajeros en cuatro gomas. Un hibrido entre motocicleta y camioneta pero que no termina de definirse entre ninguna de las dos. Imaginen la ligereza de un motor pero con la salvedad de poseer una cama en la parte trasera que permite transportar todo tipo de carga. Lo que usted se imagine, eso mismo es posible. Si se piensa, ese debe ser uno de los mejores inventos en el área del transporte y quien sea que lo haya inventado, si está vivo, puede contar con que en Villa Mella le están dando el mejor y más variado de los usos.

Por algún motivo, ya sea por el precio, por la diversidad de uso que se le puede dar o por el consumo del vehículo, es imposible transitar las calles de Villa Mella sin encontrar docenas de las plataneras. Y al parecer, al momento de su entrega remiten un manual a sus usuarios que los condena para que el manejo temerario sea el sello de estos choferes.

Vender platanos, huevos, sandías, chinolas, tomates, auyamas y toda clase de víveres de temporada, es sin dudar, el más tradicional de los usos aplicados e incluye el altoparlante desafinado que suele escandalizar el barrio a la hora de la siesta. Desde el servicio de jardinería móvil, que dispone de toda clase de plantas en la parte trasera; cerdos vivos que los pasean por la ciudad para ser vendidos al mejor postor; mudanzas y acarreos que mágicamente se equilibran en la diminuta cama trasera para que los ajuares encajen; tierra negra para jardines y construcción; servicio de fumigación; cilindros de gas a domicilio; el señor que compra hierro viejo y “todo lo viejo”; el infame camioncito de agua que rellena los botellones plásticos a pesar de las constantes advertencias de Salud Pública; la leche pura de vaca que motiva a los vecinos a salir “con la olla en la mano”; hasta como medio de transporte familiar a la hora de ir al supermercado a hacer la compra.

Y por supuesto, el mejor de los usos, aquellas plataneras a las que se les adapta un cilindro de gas, estufa, licuadora, tostadora y desde la misma cama, se venden las tres calientes al módico. Tostones, carne frita, espaguetis rojos, carne salada, moro, ensalada verde, habichuelas, sándwiches, batidas y toda clase de menú sin pagar local y con la cafetería y transporte garantizado sobre cuatro ruedas.

Las plataneras, lejos del ahorro y la funcionalidad, son el vivo reflejo de gente que no se deja vencer por la realidad de crisis que nos arropa. Un retrato del dominicano de trabajo que no se detiene ante las adversidades, que a cada situación le busca la vuelta y gente que exhibe con orgullo la distinción que nos hemos ganado en el mundo como uno de los países con gente más alegre.

Mi saludo a todos los que se ganan el moro tras el volante de una de las tantas plataneras que invaden Villa Mella y cada rincón del país, la voluntad de que sobre la marcha vayan cultivando la prudencia en las calles y el deseo infinito de que no se acaben nunca y nos sigan haciendo la vida tan fácil.