Al retomar el tema de la integración real de la fotovoltaica a la trama constructiva del edificio, lo hacemos pensando en una verdadera incorporación de este elemento de generación renovable, como componente de cerramiento en la piel de un organismo arquitectónico.
Al ver el llamado “vidrio fotovoltaico” como una opción de generación, debemos tomar en cuenta que su capacidad, por la tecnología que utiliza que es el silicio amorfo, es inferior al 10% en la mayoría de los casos. E silicio amorfo como elemento fotovoltaico, tiene una vida útil relativamente corta, y a efectos prácticos puede ser hasta 4 veces menos eficiente que un elemento monocristalino común.
Esto hace que la opción sea más bien “justita”; es decir, se gana en homogeneidad en la imagen y quizás hasta en visibilidad interior/exterior, pero estaría por verse si la inversión en este vidrio puede suponer una verdadera ventaja.
Las otras opciones
La integración de las otras dos opciones de vidrio fotovoltaico, monocristalino y policristalino, suponen un aumento considerable del nivel de rendimiento, de este sistema de generación fotovoltaica, integrado al edificio. Todo dependerá de la capacidad del proyectista para integrar los elementos, dando por seguro que gran parte de esta integración dependerá del punto de vista subjetivo del observador. A lo que nos referimos con esto último es a que, independientemente de la capacidad que tenga el proyectista de integrar los sistemas (que no es lo mismo que superponer), este “invento” podrá gustarle más o menos al cliente, e incluso al observador que va por la acera o la calzada.
Los paneles monocristalinos tienen una capacidad de generación de energía que supera el 15% (y a veces ronda el 20 %), de toda la energía solar que pudiera incidir sobre dicho panel. Esto supone que el panel monocristalino es el que mayor rentabilidad representa en la relación inversión/rendimiento. Este tipo de panel tiene como inconveniente que en el proceso de fabricación se desperdicia una gran cantidad de silicio. Además de esto, resulta poco eficaz en el funcionamiento de su conjunto; por ejemplo, si se presentan sombras en algunas de sus partes, el sistema tiende a fallar.
El panel policristalino, mucho más vistoso que el anterior y menos contaminante en su fabricación, apenas alcanza el 15% de rendimiento, pudiendo superarlo en algunos modelos o marcas. Tiene como inconveniente que es menos resistente al calor y esto, querido lector, es un verdadero problema en cuanto rendimiento y vida útil, tomando en cuenta que el sol a veces quema.
Como medida de solución, existen sistemas de colocación que permiten una buena ventilación para evitar sobrecalentamientos.
Una selección subjetiva
La elección de alguno de estos paneles sería una cuestión de balances; balances que impliquen, rendimiento, imagen, vida útil, nivel de contaminación en su fabricación, precio, etcétera.
Estaríamos frente a la opción de integración total, con el silicio amorfo de los vidrios fotovoltaicos, a cambio de poco rendimiento; pero si elegimos el monocristalino, tendríamos un panel de mayor rendimiento pero con una apariencia más industrial, por decirlo de alguna manera. En el caso del policristalino, tendríamos una imagen más colorida, a cambio de menos rendimiento que el monocristalino.
Ciertamente, con respecto a los paneles policristalinos y monocristalinos, la magia está en saber integrarlos de manera que: el propio diseño del edificio estuviera incompleto sin su presencia.
Y a tenor del párrafo anterior, muchas veces no entendemos, desde Arquitectura y Energía, cómo nos permitimos (¿?), el lujo de no colocar a nuestro edificios en posición de producir, al menos, la energía que consume.
Veremos ejemplos de esto la próxima semana.