En la lectura procesual de la obra poética de Villegas, Pérez insiste en abordar de nuevo el tema de la identidad cultural y nacional dominicana. En su opinión, que comparto, el concepto de identidad sustentado por una parte de la intelligentsia criolla es insuficiente y desfasado, pues se reduce a una serie de rasgos inmutables y eternos que definirían lo que es el “ser dominicano”. Este concepto impide pensar la diferencia, la alteridad, lo otro; impide explicar la emergencia de nuevas realidades desafiantes que transforman al “ser dominicano” y ponen en entredicho una visión de identidad fija, inmóvil, ahistórica, siempre igual a sí misma. Es preciso superar filosóficamente este concepto metafísico de identidad, propio de una visión estática y cerrada del tema.
Alteridad, otredad: condición de ser otro. Pero también conocimiento del otro en su diversidad cultural. Siempre diverso, distinto a mí, el otro me completa, me complementa. Sin el otro, no soy yo, no puedo ser yo mismo. Yo sólo puedo ser quien soy más que frente al otro que me interpela y me urge a ser, al otro que me define y me delimita. Pues toda definición es una delimitación. Lo que se propone no es sólo el movimiento de la mismidad, sino también el de la alteridad. Y aquí debo advertir algo: desde un punto de vista estrictamente filosófico, no es posible pensar en serio la identidad sin pensar también la diferencia, como tampoco lo es pensar la presencia fuera de la ausencia.
“Hoy he regresado de muy lejos, y
sin embargo, nunca he estado ausente.
Recuerdo la partida, mis viejos utensilios:
la córnea de mis ojos, la desnudez
perenne en la bañera,
la innumerable sombra terciada
como un rifle, la
voz acostumbrada al peso del insomnio.
Hoy vengo de mí mismo
y creí
una tierra de metal y de cebolla,
y en su dulce soledad de fuego aprisionado
por el hombre, bocas
llenas, manos
repletas,
endurecidas manos por el barro”
Desde la identidad de Villegas, Pérez pretende leer sus alteridades y las alteridades del otro, del doble de Villegas. Pero, ¿existe el doble de Villegas o es sólo una ilusión fantasmática, pura invención literaria? Villegas se lee, y se deslee, desde ese otro, desde ese fantasma que lo habita y lo deshabita, que lo completa y lo complementa, que lo identifica y lo des-identifica, en un movimiento equívoco y contradictorio de identidad-desidentidad.
“Nunca he notado que deseas ser otro,
quitarte los breteles en la calle
tu demacrada sombra arrancártela y las canas,
decir adiós mientras observas
el vuelo de los astros
Ese otro desengavetado y desalmidonado
desenterrado y
deslenguado
ése otro de ciertas horas del día,
por ejemplo;
ése que sube a los tejados y se
lanza a las piedras de cabeza,
luego fuma, ríe y en
la copa de los sombreros caros,
en la curva ascendente de las economías,
entonces,
ahora lo sabes,
agita su
bandera
de protesta y de relámpagos”
En otro lugar, en otra circunstancia, he afirmado que los escritos críticos del profesor Odalís Pérez no son de fácil lectura y que exigen del lector un nivel previo de instrucción y conocimiento. No es fácil acercarse a sus textos. Perros bravos, parecen ladrarte, morderte, amedrentarte. Pérez ha sido acusado de difícil y enredado, incomprensible, ininteligible, de “escribir mal”. No pienso defender aquí su prosa, muy suya, a menudo intrincada y oscura, para muchos demasiado científica, intolerablemente rigurosa. Pero sí debo decir que entiendo que esa prosa forma parte de una estrategia. Porque sus textos, admitámoslo, son estratégicos. Pretenden abordar con rigurosidad el fenómeno estudiado -el signo, la obra de arte, la representación mental (en el caso que nos ocupa, el texto-signo, el texto-raíz)- en su compleja dialéctica de forma-sentido. Pérez es sobre todo un cientista del lenguaje, la literatura y el arte. No recurre -no cree necesario recurrir- a una teoría del sujeto, ni del lenguaje, ni del poder, ni del Estado. Tiene su propia doxa crítica, su propio método de lectura e interpretación de los textos, su propio aparato categorial -tan legítimos como cualquier otro-, que nos propone sin ocultamientos. Se niega enfáticamente a la facilidad y la “comprensión”, a ser “inteligible”. No escribe para que todo el mundo le entienda, y tampoco le importa mucho. Sospecha, como Nietzsche, que, para un autor, ser entendido por los demás, es una verdadera desgracia. Sabe, como aquel, que ser entendido significa también ser “malentendido”, tergiversado, reducido, desubicado en un erróneo mapa de lectura (misreading).
Víctor Villegas: la voz, la memoria, los tiempos del lenguaje (2008)* es una invitación a leer y estudiar en toda su extensión y movilidad la obra de quien no solo fuera figura destacada de la vida literaria y cultural de las últimas décadas, sino también amigo entusiasta y generoso de los más jóvenes y de las nuevas generaciones de poetas, escritores e intelectuales dominicanos. Pero, sobre todo, es un reconocimiento merecido a un escritor cuya larga vida y valiosa obra son una suerte y un privilegio. Creo que fue Jack Kerouac quien dijo alguna vez: “Estoy escribiendo porque sé que todos vamos a morir”. De algún modo, esta ha sido la intención de Odalís Pérez al escribir su libro sobre el inefable Víctor Villegas.
* El libro de Odalís Pérez sobre la obra poética de Víctor Villegas fue galardonado con el Premio Nacional de Ensayo Literario Pedro Henríquez Ureña del año 2008.