En las dinámicas de violencia de pareja, hay algunas estrategias empleadas por los agresores para violentar psicológicamente a sus víctimas. Marie France Hirigoyen las llama "ejes de comportamiento y actitudes que constituyen microviolencias difíciles de detectar" (Hirigoyen 2005). Nombra y describe algunas de estas estrategias como son: el control, el aislamiento, los celos patológicos, el acoso, la denigración, la crítica del físico, las humillaciones, los actos de intimidación, la indiferencia ante demandas afectivas y las amenazas.
Hoy me quiero ocupar de una forma de denigrar a la víctima que reconocemos con frecuencia en las historias de mujeres que viven violencia. Se trata de socavar su autoestima haciéndola dudar de su salud mental. Conocemos historias que parecen sacadas de una película de terror cuyo único propósito es hacer que la mujer dude de ella misma.
Recuerdo el caso de una paciente del Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia que su agresor pensó en esta estrategia de manera gradual, iniciando con detalles pequeños en el contexto de la casa, hasta llegar a eventos en la calle y situaciones sociales. Con el propósito de enloquecerla, como decía ella, comenzó cambiando de lugar objetos de uso personal. Por ejemplo, al llegar de la calle colocaba su cartera en un lugar y cuando iba a buscarla, estaba en otro espacio de la casa. Igual podía ser su monedero o una prenda de vestir; un utensilio de la cocina o de trabajo dentro de la casa. De manera muy asertiva de repente él estaba cerca del objeto y con una tranquilidad pasmosa sólo decía, “pero mírala aquí, ves que te estas volviendo loca”. Ella describe como poco a poco y de evento en evento comenzaba a dudar de ella misma ya que estaba segura de haber dejado el objeto en otro lugar, pero la situación era tan sutil que ella no podía identificarla con claridad.
Es importante decir que estas estrategias no suelen darse solas sino en conjunto, de manera que por diferentes vías y en distintas áreas, la mujer es atacada debilitándose día por día en cada ataque.
El agresor de esta sobreviviente fue ampliando su radio de acción hasta llegar a cambiarle el carro de lugar en varias ocasiones. Ella salía en su automóvil, él la seguía y esperaba que entrara al lugar donde se dirigía, como él tenía copia de la llave del vehículo, lo cambiaba de lugar. Ella salía y en el lugar donde había parqueado no estaba su carro, sino unos metros o esquina más adelante o detrás. Ella se desesperaba en busca de su auto y él aparecía en la escena a confirmarle que se estaba volviendo loca.
Esta mujer descubrió la estrategia un día en que por tercera vez su agresor le cambió el carro de lugar, pero esta vez ella no andaba sola, la acompañaba una amiga a quien le pareció muy sospechoso la llegada del agresor a la escena, además estaba segura de que el carro no lo habían dejado en el lugar en que lo encontraron. Esta mujer necesitó unos ojos fuera de los de ella para reconocer que no estaba loca y que era parte de una estrategia de su pareja para desestabilizarla emocionalmente.
Esta estrategia se suele presentar también en las situaciones de infidelidad, que a pesar de no ser un delito, sí es una violencia psicológica. Recuerdo una paciente a la que su pareja le decía que ella veía fantasmas donde no había. Ella sencillamente reaccionaba a hechos claros que le hacían pensar en la infidelidad de su marido, pero él ante cualquier duda le hablaba de fantasmas que ella veía. Al final contrató un detective privado que le obligó a comprobar que el fantasma al que su pareja hacía alusión, tenía nombre y apellido.
Recuerdo otra paciente, una señora mayor cuyo marido le había sido infiel toda la vida y me impactaron tanto sus palabras pues justamente describen el aprendizaje social de que la mujer en esta cultura machista tiene que creer más en su pareja que en ella misma. Ella me cuenta que el marido, frente a sus reclamos por la infidelidad le decía: "Aunque tú me veas es mentira". Esta frase la sentí en las tripas.