A pesar de que muchos lamentan la escasa veneración de la figura histórica del Padre de la Patria, nadie se ha abocado a sugerir un prontuario de acciones que remedien esa vergonzante mezquindad. A continuación, se identifican iniciativas que podrían ponderarse como opciones para remediar tan soberbio descuido.

Lo sugerido en la entrega anterior para elevar la conciencia sobre el legado de Duarte entre maestros y estudiantes habría que acoplarlo con la tarea gemela de recomponer y readecuar los monumentos públicos. Tienta proponer que el Faro a Colon, siendo Colon una figura tan controversial, sea reasignado a Duarte y rediseñado para que albergue el más grande testimonio monumental a su memoria. A sabiendas de que tan racional emprendimiento tendría muchos opositores, ahí está la alternativa de rediseñar la Plaza de la Bandera para colocar ahí una estatua gigantesca de Juan Pablo Duarte, esta vez con los rasgos auténticos y una dimensión que sobrepase la de Montesinos.

Otra ubicación alternativa para una estatua de esa magnitud en Santo Domingo requeriría rebautizar el Parque Eugenio Maria de Hostos o tumbar el Obelisco del Malecón y darle a esa avenida el nombre de Paseo Juan Pablo Duarte. En Santiago existe una pequeña estatua de Duarte en la parte norte de la ciudad, la cual no es suficientemente imponente. El Monumento a la Restauración podría, por otro lado, contener una estatua gigante de Gregorio Luperón colocada sobre su estructura tubular. Luperón es otra figura histórica a quien no se le ha rendido un adecuado homenaje monumental por sus bien ganados méritos de restaurador de la república.

En lo relativo a los bustos, todos los 158 municipios deberían tener uno de Duarte en sus parques municipales. Esos bustos podrían tener un único modelo, pero este tendría que ser copiado del auténtico daguerrotipo de 1873. (En este caso podría permitirse una interpretación artística, siempre que el busto sea esculpido por un artista nativo.) Podría también insertarse un mural alusivo si en un parque existiese una pared adecuada, con el mismo requisito de interpretación artística. El complemento a la presencia de Duarte en cada municipio seria bautizar la calle principal con su nombre (o por lo menos una de las principales). Cada ayuntamiento podría proponerse que esa calle cuente con una higiene aceptable, buena iluminación y tarros de flores colgando de cada poste del alumbrado.

Este último requisito aplicaría, por supuesto, para la Calle Duarte del Distrito Nacional y/o el Paseo Juan Pablo Duarte si se opta por honrar al Malecón con ese nombre. En cuanto al mencionado Parque Duarte de la Ciudad Colonial, un ciudadano informado preferiría que se rebautizara el Parque Colon con su nombre, en vista de que esa área de la ciudad está más cargada de la historia republicana (https://acento.com.do/2018/opinion/8529264-parque-colon-maleficio/). Alternativamente, el nombre de Duarte debería asignársele al Parque Mirador, el más grande del país. En el área metropolitana no sería redundante tener varios parques con ese nombre.

Toda la monumentalidad urbana propuesta deberá entonces complementarse con actos singulares en el 26 de enero que vayan más allá de las meras ofrendas florales. Se podría pensar en festivales patrióticos de comparsas alusivas o en eventos deportivos cuyo desenlace sea el otorgamiento de la Copa Duarte. En cuanto a los actos convendría involucrar a las alcaldías de los 232 distritos municipales, mientras los eventos deportivos podrían ser provinciales y culminar con una última edición en la cabecera de la provincia. Para cada carnaval, incluyendo los de Santo Domingo, La Vega, Santiago, Bonao y Punta Cana, se requeriría una comparsa que artísticamente reprodujera algún episodio de la vida de Duarte.

Mas allá de lo expuesto quedaría pendiente determinar si solo debemos tener un Padre de Patria o si debemos quedarnos con la trilogía existente. Recordemos que fue en el gobierno de Lilis cuando se originó el debate correspondiente y que el mismo comportó una gran y encendida polémica. Hoy día se oyen ocasionalmente voces que desean añadir a Luperón como una cuarta celebridad. Para descalificarlos, ocasionalmente se oyen también quejas de que la lealtad de Sanchez y Mella a la idea de la nación independiente flaqueó en ocasiones. Quien escribe favorecería que si no se incluye a Luperón se opte porque Duarte sea el único que reciba ese venerable sobrenombre.

La figura de Duarte merece todo lo sugerido anteriormente. Pero para algunos podría parecer una injusta exageración. Para buscar una mezcla de exaltaciones de su figura que pueda ser absorbida por la mayoría de nuestros habitantes –y tal vez establecida por ley– sería conveniente que la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, la Academia Dominicana de la Historia y el Instituto Duartiano tomen cartas en el asunto. Estas entidades podrían diligenciar un decreto presidencial que nombre una comisión especial cuyo objetivo sea definir la mejor forma de pagar la deuda inconmensurable que la nación mantiene con nuestro Padre de la Patria.

Ya sea que las entidades señaladas lo hagan o que lo haga la comisión nombrada al efecto, se deberá dar participación a amplios sectores de la vida nacional para definir adecuadamente las formas del homenaje. Para ello podrían celebrarse vistas publicas donde diferentes entidades o individuos presenten propuestas. Una vez se cuente con estas definiciones también debería discutirse la naturaleza de los homenajes a ser tributados a Sanchez, Mella y Luperón y actuar en consecuencia. Tanto con la memoria de Duarte como con la de ellos la nación esta llamada a ser agradecida, magnánima y generosa, tal y como fueron sus sacrificios por la patria. La mezquindad no debe ser un rasgo dominicano.

Algunos lectores quedaran perplejos con algunas de las sugerencias aquí vertidas. Para unos parecerán exageradas, mientras para otros parecerán tacañas. Es seguro que, de cualquier modo, habrá polémica. Cualquier juicio al respecto, sin embargo, deberá tomar en cuenta que el alcance y naturaleza de los homenajes, siendo estos el “lenguaje de la memoria”, determinaran en gran medida el sentido de identidad nacional en el imaginario popular. La tarea de la selección de los homenajes es una tarea de construcción de la nacionalidad. Lo acertado de la selección deberá reflejar el orgullo de ser dominicano. En pocas palabras, debemos preferir ser “filorios” de la esperanza pura pero nunca “orcopolitas” de lesa patria.