La adaptación fílmica tiene su teoría y su práctica establecidas, que no son únicas sino plurales. Y tiene, además, una larga historia marcada por grandes momentos. Una de las teorías que abordan la relación entre la literatura y el cine ha propuesto lo que se denomina la “doble lectura”. Ella consistiría en el análisis comparado de la obra literaria y su versión fílmica. Esto implicaría una tarea mucho más compleja que la del simple comentario o juicio valorativo en torno a un libro adaptado al cine.

La naranja mecánica-la novela

Es preciso aclarar que tal propuesta no es una nueva. La llamada “doble lectura” ha sido, de hecho, el criterio de cierta crítica de arte especializada y de estudiosos de la estética fílmica. Se ha debatido incluso sobre la cuestión del “estatus” del guion cinematográfico y su posible valor literario en el caso del cine de autor (los guiones de los filmes de Ingmar Bergman o Michelangelo Antonioni).

La cuestión a plantear entonces es si una película (La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, o Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, o El tambor de hojalata, de Volker Schlöndorff) se puede ver y apreciar al margen –pero sin menoscabo- de la lectura de la obra en que se basa (la novela de Anthony Burguess, o la de Thomas Mann, o la de Günter Grass), o si, en cambio, sólo se la puede ver y apreciar en función de esa obra. ¿Qué decir de novelas llevadas al cine como El nombre de la rosa, El beso de la mujer araña o La ciudad y los perros?

La naranja mecánica-la película

La “doble lectura” paralela no deja de plantear dificultades. ¿Qué significa reproducir en imágenes móviles un texto narrativo? Al momento de enjuiciar una adaptación, ¿cuál es el criterio que debe primar: la elaboración formal de la película o el grado de apego a su fuente original? ¿Y cuál es el criterio esencial de la adaptación: el purismo o la libertad creativa? ¿Cómo entender la exigencia formal de fidelidad al texto literario? ¿Hay que tomar en cuenta la intención original del autor del texto o más bien reconocer que la obra-fuente tiene vida propia, autónoma? ¿No es lícito admitir que, al llevar una obra literaria a la pantalla grande, el cineasta puede tener sus propias intenciones, distintas a las del autor del libro?

Fidelidad no es sinónimo de literalidad. La adaptación “fiel” es lo más parecido a la traducción literal de un texto. Es demasiado dócil, demasiado servil y poco imaginativa. La fidelidad que se reclama debe ser más bien un término medio, una solución entre dos extremos: el excesivo respeto, por un lado, y la distorsión arbitraria o antojadiza, por el otro. Una fidelidad excesiva, una versión fílmica demasiado apegada al texto original, mata la libertad de acción y creación, anula la intervención subjetiva del cineasta y, sobre todo, impide generar una nueva versión de la obra. Impide nuevas lecturas, nuevas interpretaciones. Porque de eso se trata en última instancia: de recrear, de reinventar la obra original, creando otra obra, una nueva y distinta en otro lenguaje, bajo otro signo, una obra que, siendo autónoma, puede enriquecer aquella de la que parte y en la que se inspira.

La fidelidad al texto original no es el único criterio de valoración crítica de una película. Aun basándose en una novela, la película puede verse y valorarse con independencia de su fuente original, como obra comunicante. Una película es una obra autónoma que se visiona y se valora estéticamente conforme a su unidad orgánica, a sus elementos técnicos y formales. Será buena o mala, no según el grado de fidelidad que guarde respecto a la obra literaria adaptada, sino al manejo de los elementos propios del lenguaje cinematográfico (montaje, edición, guion, fotografía, actuaciones, dirección). Será buena o mala conforme a lo que los críticos suelen llamar la “especificidad del filme”, esto es, aquello que hace que un filme sea precisamente un filme. Con esto no quiero negar la importancia y la necesidad de la “doble lectura”. De lo que se trata es de situarla en su justa perspectiva.

La verdadera “doble lectura” debe contemplar la adaptación como una tarea de traducción simbólica y cultural. Adaptar es interpretar, traducir de un lenguaje a otro. Toda adaptación es en esencia una interpretación.